Buscar este blog

lunes, noviembre 04, 2024

domingo XXXI

 


Queridos hermanos, paz y bien.

Hay un lugar muy querido en el Antiguo Testamento para los judíos, lo que llaman: “Shemá Israel” (Escucha Israel), es el pasaje que hemos escuchado en la primera lectura: Deuteronomio (6,2-6)

A la pregunta que el escriba hace a Jesús  « ¿Qué mandamiento es el primero de todos?», el responde con este hermoso testo de la Shemá, : «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.»


La vida era muy complicada en tiempos de Jesús, Me refiero a la vida del verdadero creyente judío, con sus más de 600 normas, positivas y negativas, que debían cumplir. Y  es que a veces volvemos a la vida demasiado complicada,

Cuando la vida se embrolla – también la Vida Religiosa –se siente la necesidad de poner orden y de simplificar. Lo que el escriba quería, a fin de cuentas, era poder conocer y vivir lo esencial. Dejar de vivir abrumado por el peso de las normas, y sentir la alegría de la oración y del encuentro con Dios. Vivir lo importante. Y lo más importante es el amor.

El Maestro, en su repuesta, une los dos mandamientos que ya aparecían en el Antiguo Testamento en el Deuteronomio y en el levítico: amar a Dios y amar al prójimo.

Amar a Dios con todo el corazón significa actuar con toda la emoción, voluntad y decisión de acuerdo a  la voluntad de Dios. Para ello Dios Padre está por encima de todo, no hay lugar para los ídolos. Nuestra responsabilidad única es santificar  y reconocer la  santidad de Dios que es la fuente del amor y del bien

Amar es ser pequeño, querer que el Reino de Dios esté en nosotros. Y para ello debemos ser obedientes a la voluntad de Dios.

Un amor que va en dos direcciones. Hacia Dios, sabiendo escucharle, adorarle encontrarnos con él en la oración, amar lo que ama él. Y hacia los hermanos, hacia el “prójimo”, ser del reino es ser servido de los hermanos, especialmente de los más débiles.  “No se puede decir que amas a Dios, a Quien no ves, si no amas al hermano, al que ves”, dice el apóstol Juan. (1 Jn 4, 20-21)

Para amar a los demás, es necesario estar reconciliado con uno mismo. Amarse a uno mismo es la condición para poder amar a los otros. Si nos detestamos, también seremos agresivos con los demás, en nuestro trato con ellos. Aceptarnos nos permite sentiremos más libres para amar a los demás. Por eso pedimos: danos el pan de cada día para poder amar.

 Recordemos siempre que el primero que nos ama es Dios. Y, partiendo de la experiencia de su amor, podemos amar y perdonar  a los otros.

Este letrado no parece que se convirtiera en seguidor de Jesús, como el ciego Bartimeo que escuchamos el domingo pasado. Es que estar “cerca” no significa estar “dentro”. No nos dejes caer en la tentación.

Si es nuestra situación, si sentimos que todavía no amamos a Dios sobre todas las cosas, o al prójimo como a nosotros mismos, no está todo perdido. Siempre se puede volver a andar el camino a Jerusalén con Jesús, para seguir acercándonos, para seguir centrándonos en Dios. Porque seguro que no estamos lejos del Reino. Líbranos del mal

Seguidores