1.
(Dignitas infinita) Una dignidad infinita, que se fundamenta
inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más
allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se
encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón,
fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La
Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta
dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y
redimida en Cristo Jesús. De esta verdad extrae las razones de su compromiso
con los que son más débiles y menos capacitados, insistiendo siempre «sobre el
primado de la persona humana y la defensa de su dignidad más allá de toda
circunstancia».[2]
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