“ITINERARIOS CATECUMENALES PARA LA VIDA MATRIMONIAL”
No es ningún secreto que el matrimonio cristiano, el matrimonio en la
Iglesia está en profunda transformación y enfrentando un ataque frontal de
parte de grupos y ambientes que consideran el matrimonio como una súper
estructura patriarcal.
El número cada vez menor de
personas que se casan en general, pero también y sobre todo la corta duración
de los matrimonios, incluso sacramentales, así como el problema de la validez
de los matrimonios celebrados, constituyen un desafío urgente, que pone en
juego la realización y la felicidad de tantos fieles laicos en el mundo.
Una evidente fragilidad del
matrimonio, causada a su vez por una serie de factores como: la mentalidad
hedonista que desvirtúa la belleza y la profundidad de la sexualidad humana, la
autorreferencialidad que dificulta la toma de los compromisos de la vida
conyugal, una limitada comprensión del don del sacramento del matrimonio, del
significado del amor esponsal y de su carácter de auténtica vocación, es decir,
de respuesta a la llamada de Dios al hombre y a la mujer que deciden casarse,
etc.
“Como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones
matrimoniales nulas o inconsistentes»” y para evitar “una preparación demasiado
superficial, las parejas corran el riesgo real de celebrar un matrimonio nulo o
con unos cimientos tan débiles que se “desmorone” en poco tiempo y no pueda
resistir ni siquiera las primeras crisis inevitables. En definitiva “para que sean
preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el
amor.” Pero sobre todo parejas «para que su experiencia de amor pueda
convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación». [4]
Los matrimonios constituyen la gran mayoría de los fieles, y a menudo
son pilares en las parroquias, grupos de voluntarios, asociaciones y
movimientos. Son verdaderos “guardianes de la vida”, no sólo porque engendran
hijos, los educan y los acompañan en su crecimiento, sino también porque se
ocupan de los mayores en la familia, se dedican al servicio de las personas con
discapacidad y, a menudo, a muchas situaciones de pobreza con las que entran en
contacto.
Es de las familias de donde nacen las vocaciones al sacerdocio y a la
vida consagrada; y son las familias las que componen el tejido de la sociedad y
“remiendan sus desgarros” con paciencia y sacrificios diarios.
Por eso las parejas jóvenes, necesitan de un itinerario relativamente amplio, inspirado en el catecumenado bautismal, que les permita vivir más conscientemente el sacramento del matrimonio, a partir de una experiencia de fe y de un encuentro con Jesús. [1]
Catecumenado matrimonial
En la Iglesia primitiva – según la convicción común de los Padres – una
clara orientación cristiana de la vida debía preceder a la celebración del
sacramento. «Primero hay que hacerse discípulo del Señor y luego ser admitido
al santo bautismo», afirma san Basilio.[7]
Una formación en la fe y un acompañamiento en la adquisición de un
estilo de vida cristiano, dirigidos específicamente a las parejas, serían de
gran ayuda hoy en día con vistas a la celebración del matrimonio.[8]
El catecumenado matrimonial, en concreto, no pretende ser una mera
catequesis, ni transmitir una doctrina. Pretende hacer resonar entre los
cónyuges el misterio de la gracia sacramental, que les corresponde en virtud
del sacramento: hacer que la presencia de Cristo viva con ellos y entre ellos.
[9]
El antiguo catecumenado era, en efecto, el momento en que se formaba a
los candidatos al bautismo alimentando en ellos la fe y animándolos a la
conversión
El
catecumenado, en efecto, puede inspirar nuevos caminos de renovación de la fe
en cada época, porque propone un estilo de acompañamiento de las personas –
pedagógico, gradual, ritualizado – que siempre conserva su eficacia
Es
necesario recorrer con ellos el camino que los lleva a tener un encuentro con
Cristo, o a profundizar en esta relación, y a hacer un auténtico discernimiento
de la propia vocación nupcial, tanto a nivel personal como de pareja. [10]
El matrimonio no es un punto de llegada: es una vocación, es un
camino de santidad que abarca toda la vida de la persona. [12]
8. Para
llevar a cabo eficazmente una renovada pastoral de la vida conyugal, es
indispensable que tanto los matrimonios acompañantes, en las parroquias y en
los movimientos familiares, como los sacerdotes, desde su formación en el
seminario, y los religiosos y consagrados, estén adecuadamente formados y
preparados para la complementariedad recíproca y la corresponsabilidad
eclesial.[15]
Al
recibir la petición de los jóvenes que desean casarse por la Iglesia, tienen
una gran responsabilidad de acoger, animar y orientar bien a las parejas,
haciendo aparecer desde el principio la profunda dimensión religiosa implícita
en el matrimonio cristiano, muy superior a un simple “rito civil” o
“costumbre”.[18] Junto a los
sacerdotes y religiosos, un papel primordial debe ser desempeñado por los
matrimonios.
Para una pastoral renovada de la vida conyugal
11. Por
lo tanto, la renovación pastoral deseada por el papa Francisco desde el inicio
de su pontificado [21] debe referirse también a la pastoral de la
vida conyugal. En este ámbito, el camino de la renovación puede indicarse a
partir de tres “notas” específicas: transversalidad, sinodalidad y continuidad.
Por otra parte, la pastoral infantil, la pastoral juvenil y la pastoral
familiar deben caminar juntas, en sinergia.
Siempre debe estar presente la perspectiva vocacional, que
unifica y da coherencia al camino de fe y de vida de las personal e incluso la pastoral
social debe integrarse con la pastoral familiar,
La “continuidad” se refiere al carácter no
“episódico” sino “prolongado en el tiempo” – incluso se podría decir
“permanente” – de la pastoral de la vida conyugal.
Hay largos períodos de “abandono pastoral” de ciertas fases de la
vida de las personas y de las familias, por ejemplo, en los padres después
de las catequesis para el bautismo de sus hijos, o en los niños después de
la primera comunión.
PROPUESTA
«Realizar un verdadero catecumenado de los futuros
esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la
preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente
sucesivos». [25]
TENER EN CUENTA
- Que dure el tiempo suficiente para que las
parejas puedan reflexionar y madurar;
- Que, partiendo de la
experiencia concreta del amor humano, la fe y el encuentro con Cristo se sitúen
en el centro de la preparación al matrimonio;
- Que se organice por etapas, marcadas – cuando sea
posible y apropiado – por ritos de pasos que se celebren dentro de la
comunidad;
- Que englobe todos estos elementos (sin excluir
ninguno): formación, reflexión, diálogo, confrontación, liturgia, comunidad,
oración, fiesta.
Notas:
1. Hay casos en los que el
catecumenado matrimonial no podrá o no deberá ser seguido, sino que hay que
encontrar otras maneras y formas de preparación al matrimonio.
2. La creatividad pastoral será
esencial, así como la flexibilidad con respecto a la situación concreta de las
diferentes parejas: práctica religiosa, motivaciones sociales y económicas,
edad, convivencia, presencia de hijos y otros factores relacionados con la
decisión de casarse.
3.
El catecumenado matrimonial no es una preparación
para un “examen que hay que pasar”, sino para una “vida que hay que vivir”.
4.
El Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos
puede ser un marco de referencia general en el que inspirarse.
5.
Será especialmente importante hacer hincapié en lo
que precede y sigue al catecumenado (primera evangelización y mistagógica,
respectivamente)
IMPORTANTE
Por lo
tanto, será necesaria la gradualidad, la acogida y el apoyo, pero también el
testimonio de otros cónyuges cristianos que acojan y “estén presentes” en el
camino.
Por ello,
es que en las comunidades se dé más espacio a la presencia activa de los
cónyuges como matrimonios, como agentes de la pastoral matrimonial, y no sólo
como creyentes individuales. Las experiencias “personalizadas” en subgrupos
deben reforzarse para trabajar, escuchar y preparar – si es necesario también
con cada pareja por separado – para que las parejas sean seguidas de cerca por
los matrimonios acompañantes, que pueden contribuir a crear un clima de amistad
y confianza. Usar la casa también sirve para que se sientan acogidos y a gusto.
21. El
equipo de acompañantes que guía el camino puede estar formado por
matrimonios ayudados por un sacerdote y otros expertos en pastoral familiar,
así como por religiosos e incluso por parejas separadas que han permanecido
fieles al sacramento, que pueden ofrecer su testimonio y experiencia vocacional
de forma constructiva, contribuyendo así a mostrar el rostro de una Iglesia
acogedora, plenamente inmersa en la realidad, y que está al lado de todos. Hay
que procurar asignar esta tarea no a una sola, sino a varias parejas,
preferiblemente de diferentes edades, y no asignar el mismo equipo durante
muchos años, previendo una rotación adecuada. La colaboración entre parroquias
y/o áreas pastorales es también indispensable para favorecer la diversificación
de caminos y la posibilidad de ofrecer un camino de formación a todos.
22.
Algunas temáticas complejas relativas a la sexualidad conyugal o a la apertura
a la vida (por ejemplo, la paternidad responsable, la inseminación
artificial, el diagnóstico prenatal y otras cuestiones bioéticas) tienen
fuertes implicaciones éticas, relacionales y espirituales para los cónyuges, y
requieren hoy en día una formación específica y una claridad de ideas. Sobre
todo, porque algunas formas de abordar estas cuestiones presentan aspectos
morales problemáticos. Los propios acompañantes no siempre están capacitados
para tratar estas cuestiones, que en cambio están muy extendidas. La
participación de personas más experimentadas, en estos casos, es aún más apropiada.[26]
23. En el transcurso del itinerario, los ritos tienen la
función de marcar la conclusión de una etapa y el comienzo de la siguiente. Entre
los ritos a considerar, antes de llegar al rito matrimonial propiamente dicho,
pueden estar: la entrega de la Biblia a los novios, la presentación a la
comunidad, la bendición de los anillos de compromiso, la entrega de una
“oración de pareja” que los acompañará en su camino.
Asegurar que las transiciones de un tiempo a otro estén marcadas por el
discernimiento, los símbolos y los ritos que haya una clara conexión entre los
otros sacramentos (bautismo, eucaristía, confirmación) y el matrimonio. Todo
ello, teniendo en cuenta que la pedagogía de la fe implica el encuentro
personal con Cristo, la conversión del corazón y de la vida práctica, y la
experiencia del Espíritu en la comunión eclesial.
24 Fases y Etapas
Una fase pre-catecumenal La fase propiamente catecumenal consta de tres
etapas distintas: la preparación próxima, la preparación inmediata y el acompañamiento
de los primeros años de vida matrimonial.
A. Fase
pre-catecumenal: preparación remota
- Pastoral de la
infancia
- Pastoral
juvenil
B. Fase
intermedia (algunas semanas): tiempo de acogida de los candidatos
Rito de entrada
al catecumenado (al final de la fase de acogida)
C. Fase
catecumenal
- Primera etapa:
preparación próxima (aproximadamente un año)
Rito del
compromiso (al final de la preparación próxima)
Breve retiro de
entrada a la preparación inmediata
- Segunda etapa:
preparación inmediata (varios meses)
Breve retiro de
preparación para la boda (unos días antes de la celebración)
- Tercera etapa:
primeros años de vida matrimonial (2-3 años)
25. La experiencia pastoral en gran parte del mundo muestra ahora la
presencia constante y generalizada de “nuevas solicitudes” de preparación al
matrimonio sacramental por parte de parejas que ya viven juntas, han celebrado
un matrimonio civil y tienen hijos.
Tales peticiones ya no pueden ser eludidas por la Iglesia, ni pueden ser
aplanadas dentro de caminos trazados para quienes vienen de un camino mínimo de
fe; más bien, requieren formas de acompañamiento personalizado, o en pequeños
grupos, orientadas a una maduración personal y de pareja hacia el matrimonio
cristiano, a través del redescubrimiento de la fe a partir del bautismo y la
comprensión gradual del significado del rito y sacramento del matrimonio.
A. Fase
pre-catecumenal: preparación remota (grupo
de parejas jóvenes)
1. Catequesis infantil y adolescentes: una sana antropología cristiana
2. 29. El proceso de formación iniciado con los niños podrá ser
continuado y profundizado con los adolescentes y jóvenes, para que no
lleguen a la decisión de casarse casi por casualidad y después de una
adolescencia marcada por experiencias afectivas y sexuales dolorosas para su
vida espiritual. Otros tantos nunca han pensado en el matrimonio como una
vocación y, por lo tanto, se conforman con la cohabitación.
3. 30. Los jóvenes están expuestos a dos peligros: por un lado, la
difusión de una mentalidad hedonista y consumista que les priva de toda
capacidad de comprender el bello y profundo significado de la sexualidad
humana. Por otro, la separación entre la sexualidad y el “para siempre” del
matrimonio.
4. Es especialmente urgente crear
o reforzar los itinerarios pastorales dirigidos especialmente a los jóvenes en
edad de pubertad y adolescencia.
31. Tanto
la fase de la infancia como la de la adolescencia y de la primera juventud
forman parte de un único itinerario educativo, sin interrupción en la
continuidad, basado en dos verdades fundamentales: «la primera es que el hombre
está llamado a vivir en la verdad y en el amor; la segunda es que cada hombre
se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo» [32] en una
vocación. Iluminar a los jóvenes sobre la relación que tiene el amor con la
verdad les ayudará a no temer de forma fatalista los sentimientos cambiantes y
la prueba del tiempo.[33]
33. Lo
que ayuda mucho a los jóvenes es un acompañamiento cercano y rico de
testimonio. Siempre despierta un gran interés entre los jóvenes escuchar directamente
a los cónyuges que cuentan su historia como pareja, dando las razones de su
“Sí”, o el testimonio de las parejas de novios – incluso de los que aún no han
decidido casarse – que buscan vivir cristianamente su noviazgo como un
importante tiempo de discernimiento y verificación, incluyendo a los que han
hecho la elección de la castidad antes del matrimonio, y que cuentan a los
jóvenes las razones de su elección y los frutos espirituales que se derivan de
ella.[36]
36. En
resumen, los objetivos de la preparación remota son: a) educar a los niños en
la estima de sí mismos y en la estima de los demás, en el conocimiento de la
propia dignidad y en el respeto a de los demás; b) presentar a los niños la
antropología cristiana y la perspectiva vocacional contenida en el bautismo que
conducirá al matrimonio o a la vida consagrada; c) educar a los adolescentes en
la afectividad y la sexualidad en vista de la futura llamada a un amor
generoso, exclusivo y fiel (ya sea en el matrimonio, en el sacerdocio o en la
vida consagrada); d) proponer a los jóvenes un camino de crecimiento humano y
espiritual para superar la inmadurez, los miedos y las resistencias a abrirse a
relaciones de amistad y de amor, no posesivas ni narcisistas, sino libres,
generosas y oblativas.
B. Fase
intermedia: acogida de los candidatos
37. La
fase intermedia de acogida puede tener una duración variable: unas semanas para
los que ya provienen de un proceso de formación cristiana, unos meses para los
que, además de hacer un primer discernimiento en su compromiso, necesitan
profundizar en su identidad bautismal. También se puede prever una fase de
acogida para las parejas que se incorporan al itinerario más tarde.
1. Que el
momento de la acogida se convierta en una proclamación del kerigma, para
que el amor misericordioso de Cristo constituya el auténtico “lugar espiritual”
en el que se acoge a la pareja. [42]
2 . El
“primer anuncio” de la fe tiene un carácter kerigmático, sino que el
mismo sacramento del matrimonio debe ser objeto de un verdadero anuncio por
parte de la Iglesia, especialmente en relación con las personas que carecen de
una experiencia madura de fe y de compromiso eclesial.
3. La propuesta catequética, por lo tanto, tratará de resaltar la
naturaleza conyugal y familiar del amor y destacará todas sus características
peculiares: totalidad, complementariedad, unicidad, definitividad, fidelidad,
fecundidad, carácter público.
4. La
pastoral conyugal, en definitiva, debe tener siempre un tono alegre y kerigmático
– vigoroso y al mismo tiempo proactivo. El testimonio, la belleza y la fuerza
motriz de las familias cristianas podrán acudir en ayuda de los pastores ante
estos desafíos.[45]
5. Que
exista una voluntad interior de iniciar con el catecumenado matrimonial un camino
de fe-conversión. Sólo cuando las parejas hayan madurado su decisión de
continuar en el camino de la fe, pasarán a la siguiente etapa.
Cristianos no practicantes
Hoy en
día de personas bautizadas que piden matrimonio por la Iglesia sin una
experiencia madura de fe y de implicación eclesial requiere una actitud
pastoral de mayor atención hacia ellas que la que se ha tenido hasta ahora.[48]
44. A las
personas bautizadas no practicantes, con poca o ninguna experiencia de fe, será
más necesario que nunca dirigirles una invitación explícita a seguir un
itinerario catecumenal, orientado a una acogida del kerigma, a una
formación de la mente y del corazón según las enseñanzas de Jesús, y a una
integración en la vida de la Iglesia.
·
Sin
embargo, una condición necesaria para el acceso al sacramento del matrimonio y
su validez sigue siendo, no un cierto “nivel mínimo de fe” por parte de los que
se quieren casar establecido a priori,[52] sino su intención de
hacer lo que la Iglesia entiende realizar al celebrar el matrimonio entre
bautizados.[53]
·
Si rechazan explícita y formalmente lo que la Iglesia quiere realizar al
celebrar el matrimonio, los novios no podrán ser admitidos a la celebración
sacramental.[54
·
Hacer
aflorar las verdaderas intenciones de los novios para que ellos mismos tomen conciencia
de ellas y las manifiesten sinceramente a sus acompañantes, a fin de evitar que
la preparación y la celebración del matrimonio se reduzcan a actos puramente
exteriores.
·
Sólo
redescubriendo el don de ser cristianos – nuevas criaturas, hijos de Dios,
amados y llamados por Él – es posible un claro discernimiento del sacramento
del matrimonio, en continuidad con la propia identidad bautismal y como
realización de una llamada específica de Dios.
·
Caso especial:
se trata de aquellas parejas en las que una parte es cristiana y la otra es de
una religión no cristiana, o en las que una parte es católica y la otra es de
otra confesión cristiana, no católica. Asimismo, puede haber parejas en las que
ambas partes son católicas, pero una de ellas se niega a seguir el camino
catecumenal. En todos estos casos, corresponderá al presbítero valorar la mejor
manera de proceder en la preparación al matrimonio.
C. Fase catecumenal
48. El
catecumenado será un período de formación de duración variable, que comprende
la preparación próxima, la preparación inmediata y el acompañamiento durante
los primeros años de matrimonio.
Primera
etapa: preparación próxima
49. El
catecumenado matrimonial en esta etapa adquirirá el carácter de un verdadero
itinerario de fe, durante el cual el mensaje cristiano será redescubierto y
reproducido en su perenne novedad y frescura.[57]
Sagradas
Escrituras, especialmente el Génesis, los Profetas y el Cantar de los Cantares,
que contienen textos fundacionales y simbólicos para el sacramento del matrimonio.
Oraciòn , misión y servicio
52. Será importante en esta etapa profundizar en todo lo que tiene que
ver con la relación de pareja y la dinámica interpersonal que conlleva, con sus
“reglas”, sus leyes de crecimiento, los elementos que la fortalecen y los que
la debilitan.
55. El objetivo específico de esta etapa es finalizar el discernimiento
de cada pareja sobre su vocación matrimonial. Esto puede llevar a la
decisión libre, responsable y meditada de contraer matrimonio, o puede llevar a
la decisión igualmente libre y meditada de terminar la relación y no casarse.
Es importante, por lo tanto, mostrar que la virtud de la castidad no
sólo tiene una dimensión negativa que pide a cada uno, según su estado de vida,
abstenerse de un uso desordenado de la sexualidad, sino que también posee una
dimensión positiva muy importante de libertad de la posesión del otro – en
términos físicos, morales y espirituales – que, en el caso de la llamada al
matrimonio, tiene una importancia fundamental para orientar y alimentar el amor
conyugal, preservándolo de cualquier manipulación
La
castidad vivida en continencia permite que la relación madure gradualmente y en
profundidad. Cuando, de hecho, como sucede a menudo, la dimensión
sexual-genital se convierte en el elemento principal, si no el único, que
mantiene unida a una pareja, todos los demás aspectos, inevitablemente, pasan a
un segundo plano o se oscurecen y la relación no progresa. La castidad vivida
en continencia, por el contrario, facilita el conocimiento recíproco entre los
novios, porque al evitar que la relación se fije en la instrumentalización
física del otro, permite un diálogo más profundo, una manifestación más libre
del corazón y el surgimiento de todos los aspectos de la propia personalidad –
humanos y espirituales, intelectuales y afectivos – de manera que se permita un
verdadero crecimiento en la relación, en la comunión personal, en el
descubrimiento de la riqueza y de los límites del otro: y en esto consiste la
verdadera finalidad del tiempo de noviazgo.[75]
Como esposos, en efecto, emerge aún más claramente la importancia de
aquellos valores y atenciones que enseña la virtud de la castidad: el respeto
del otro, el cuidado de no someterlo nunca a los propios deseos, la paciencia y
la delicadeza con el cónyuge en los momentos de dificultad, física y
espiritual, la fortaleza y el autodominio necesarios en los momentos de
ausencia o enfermedad de uno de los cónyuges, etc.[76]
59. Al final de esta etapa, y como señal de entrada en la siguiente
etapa de preparación inmediata, podría tener lugar el rito del compromiso. Este
rito – con la bendición de los novios y de los anillos de compromiso (allí
donde se utiliza esta costumbre) – adquiere todo su sentido sólo cuando se
celebra y se vive con fe, ya que en él se piden al Señor las gracias necesarias
para crecer en el amor y prepararse dignamente al sacramento del matrimonio.[77]
Segunda
etapa: preparación inmediata
64. En los meses que preceden a la celebración del matrimonio, tiene
lugar la preparación inmediata de las nupcias.[82]
. En
efecto, siempre es necesario superar la mera visión sociológica del matrimonio
para hacer comprender a los cónyuges el misterio de la gracia que está
implícito en él y, más generalmente, para hacerles comprender toda la dinámica
espiritual de la vida cristiana que subyace en él.
Las parejas deben ser iluminadas sobre el extraordinario valor de “signo
sacramental” que va a adquirir su vida conyugal: con el rito nupcial, se
convertirán en un sacramento permanente de Cristo que ama a la Iglesia. Al
igual que los ministros ordenados están llamados a convertirse en “iconos
vivos” de Cristo sacerdote, del mismo modo los cónyuges cristianos están
llamados a convertirse en “iconos vivos” de Cristo esposo.
Las parejas deben ser iluminadas sobre el extraordinario valor de “signo
sacramental” que va a adquirir su vida conyugal: con el rito nupcial, se
convertirán en un sacramento permanente de Cristo que ama a la Iglesia. Al
igual que los ministros ordenados están llamados a convertirse en “iconos
vivos” de Cristo sacerdote, del mismo modo los cónyuges cristianos están
llamados a convertirse en “iconos vivos” de Cristo esposo.
70. Unos días antes del matrimonio, un retiro espiritual de uno o
dos días será muy beneficioso. Aunque esto puede parecer poco realista, dados
los numerosos compromisos debidos a la planificación de la boda, hay que decir
que, en los casos en que se ha aplicado, ha demostrado tener grandes
beneficios.
La celebración del sacramento de la reconciliación es de gran
importancia.[9
73. En
resumen, los objetivos de la preparación próxima son: a) recordar los aspectos
doctrinales, morales y espirituales del matrimonio (explicitando también los
contenidos de las charlas canónicas prescritas); b) vivir experiencias
espirituales de encuentro con el Señor; c) prepararse para una participación
consciente y fructífera en la liturgia nupcial.[92]
Tercera
etapa: acompañamiento de los primeros años de vida matrimonial
74. El
itinerario catecumenal no termina con la celebración del matrimonio. De hecho,
más que como un acto aislado, debe considerarse como la entrada en un “estado
permanente”, que requiere por tanto una “formación permanente”
específica, hecha de reflexión, diálogo y ayuda de la Iglesia.[93]
Para ello, es necesario “acompañar” al menos los primeros años de vida
matrimonial[94] y no dejar a los recién casados en la soledad.[95]
76. Para
que todo esto se pueda dar, se propondrá a las parejas la continuación
del itinerario catecumenal, con encuentros periódicos – posiblemente
mensuales o con otra periodicidad, a criterio del equipo de acompañamiento y
según las posibilidades de las parejas – y otros momentos, tanto comunitarios
como de pareja.[98] Si la pareja al casarse cambia de residencia y
de parroquia, será bueno que pueda integrarse en la nueva parroquia y que ésta
la invite a los itinerarios de acompañamiento de los matrimonios de la nueva
comunidad.
77. Este es un momento oportuno para una verdadera “mistagogía
matrimonial”.
Muchas
veces ocurre que la atención de los matrimonios jóvenes se centra en la
necesidad de ganar dinero y en los hijos, descuidando el empeño en la calidad
de su relación mutua y olvidando la presencia de Dios en su amor. Merece la pena
ayudar a los matrimonios jóvenes a saber encontrar tiempo para profundizar en
su amistad y acoger la gracia de Dios. Ciertamente, la castidad prematrimonial
favorece este camino, porque da a los recién casados tiempo para estar juntos,
para conocerse mejor, sin pensar inmediatamente en la procreación y el
crecimiento de los hijos.
78. Desde el principio de la vida matrimonial, es importante recibir una
ayuda concreta para vivir la relación interpersonal con serenidad. Son muchas
las cosas nuevas que hay que aprender: aceptar la diversidad del otro que se
manifiesta de inmediato;[105] no tener expectativas irreales de la
vida en común y considerarla como un camino de crecimiento;[106]
gestionar los conflictos que inevitablemente surgen;[107] conocer
las diferentes etapas por las que pasa toda relación de amor;[108]
dialogar para buscar un equilibrio entre las necesidades personales y las de la
pareja y la familia;[109] adquirir hábitos cotidianos saludables;[110]
establecer una relación adecuada con las familias de origen desde el principio;[111]
empezar a cultivar una espiritualidad conyugal compartida;[112] y
muchas cosas más.
81. La pastoral matrimonial será ante todo una pastoral del vínculo: [117]
ayudará a las parejas, cada vez que se enfrenten a nuevas dificultades, a tener
en el corazón, por encima de todo, la defensa y la consolidación de la unión
matrimonial, por su propio bien y por el de sus hijos. Es necesario, en los
encuentros que se les proponen, insistir en la sacralidad del vínculo conyugal
y, como demuestra la experiencia, en el hecho de que los bienes – espirituales,
psicológicos y materiales – que se derivan de la conservación de la unión, son
siempre muy superiores a los que se espera obtener de una eventual separación.
Esto enseñará la paciencia, la fortaleza y la prudencia que hay que tener en
los momentos de dificultad, aprendiendo a no ver en la disolución del vínculo
conyugal una solución precipitada de los problemas, como desgraciadamente se
aconseja a menudo a las parejas.
Acompañamiento
de las parejas “en crisis”
87. En la
historia de todo matrimonio puede haber momentos en los que la comunión
conyugal disminuye y los cónyuges se encuentran con periodos, a veces largos,
de sufrimiento, fatiga e incomprensión, pasando por verdaderas “crisis”
conyugales. Forman parte de la historia de las familias: son fases que, si se
superan, pueden ayudar a la pareja a ser feliz «de una manera nueva, a partir
de las posibilidades que abre una nueva etapa», haciendo que madure aún más «el
vino de la unión».[127]
Sin
embargo, para evitar que la situación de crisis se agrave hasta convertirse en
irremediable, es aconsejable que la parroquia o la comunidad disponga de un
servicio pastoral de acompañamiento de las parejas en crisis, al que puedan
acudir quienes perciban que se encuentran en esta situación particular: «un
ministerio dedicado a aquellos cuya relación matrimonial se ha roto parece
particularmente urgente».[128] Prevenir las rupturas, en efecto, es
un factor decisivo hoy en día para evitar las separaciones, que pueden
deteriorar y dañar irremediablemente el vínculo.
88. Dado
que la experiencia demuestra que «en situaciones difíciles o críticas la
mayoría [de las personas] no acude al acompañamiento pastoral, ya que no lo
siente comprensivo, cercano, realista, encarnado»,[129] conviene que
– además del pastor – sean los cónyuges, especialmente los que han vivido una
crisis después de haberla superado, los que se conviertan en “acompañantes” de
las parejas en dificultad o ya divididas. Son ellos los que serán la “comunidad
de acompañamiento”, los que podrán dar testimonio y manifestar que el buen
samaritano es Cristo resucitado, que conserva las heridas en su cuerpo glorioso
y que, por eso mismo, siente compasión por el hombre herido, abandonado en el
camino:[130] las parejas en dificultad.
89. Para
ello, también es urgente poner en marcha proyectos de formación destinados a
las parejas que acompañan tanto a los que están en crisis como a los separados,
con el fin de crear las condiciones para un servicio pastoral que responda a
las necesidades de las familias. La atención debe ser doble: a los cónyuges en
dificultad, pero también a los hijos, cuando los haya. Estos han de ser
acompañados con un diálogo psicológico y espiritual capaz de captar su malestar
personal y familiar y apoyarlos.
En este
contexto, vuelve a cobrar importancia la pastoral del vínculo, que, desde los
primeros años de vida matrimonial, debe acompañar a los jóvenes cónyuges en las
distintas etapas de su vida en común. En efecto, las crisis, que forman parte
del camino, deben transformarse en oportunidades, a veces dolorosas, que, si
bien producen heridas y llagas en el corazón y en la carne, dejan espacio para
la reconciliación, el perdón y la acción de la gracia, que sigue operando en el
vínculo sacramental.
90. Hay
crisis comunes, que se dan en todos los matrimonios, que marcan determinadas
etapas de la vida familiar (la llegada del primer hijo, la educación de los
hijos, el “nido vacío”, la vejez de los padres); pero también hay crisis
personales, vinculadas a dificultades económicas, laborales, afectivas,
sociales, espirituales, o a circunstancias y acontecimientos traumáticos e
inesperados.[131] En todos estos casos, «el difícil arte de la
reconciliación, que requiere del sostén de la gracia, necesita la generosa
colaboración de familiares y amigos, y a veces incluso de ayuda externa y
profesional».[132] Se trata de garantizar un acompañamiento no sólo
psicológico, sino también espiritual, para recuperar, con un camino mistagógico
gradual y personalizado y con los sacramentos, el significado profundo del
vínculo y la conciencia de la presencia de Cristo entre los cónyuges. El
silencio en el corazón, invocando el nombre de Jesucristo y escuchando su voz,
puede ayudarles a crear las condiciones para que Él alimente su relación, les
ayude en sus dificultades, se detenga y beba con ellos el cáliz del
sufrimiento, estando a su lado como el peregrino con los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24,13).
93. A
pesar de todo el apoyo que la Iglesia puede ofrecer a las parejas cristianas,
hay, sin embargo, situaciones en las que la separación es inevitable. «A veces
puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata
de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más
graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la
explotación, la ajenidad y la indiferencia». Sin embargo, «debe considerarse
como un remedio extremo, después de que cualquier intento razonable haya sido
inútil»[133].
En estos
casos, «un discernimiento particular es indispensable para acompañar [también]
pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay que acoger
y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la
separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper
la convivencia por los maltratos del cónyuge. El perdón por la injusticia
sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible. De aquí la
necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de
centros de escucha especializados que habría que establecer en las diócesis»[134].
] La dimensión nupcial de las dos
vocaciones – orden y matrimonio – se manifiesta en estos casos, una vez más, en
Pocos lugares les prestan atención pastoral. Su situación particular,
alimentada por el don de la fidelidad al sacramento del matrimonio, por otra
parte, puede ser un testimonio y un ejemplo para las parejas jóvenes, pero
también para los sacerdotes, que pueden descubrir y “ver” en la vida de estas
personas la presencia constante de Cristo esposo, fiel incluso en la soledad y
el abandono: una soledad “habitada”, marcada por la intimidad con el Señor y el
vínculo con la Iglesia y la comunidad, que se hace presente y compañera de
camino, toda su belleza y complementariedad. En este sentido, también es
necesario descubrir dentro de la Iglesia el protagonismo pastoral de los fieles
separados, que pueden desempeñar papeles significativos en la comunidad y a su
vez ser de ayuda a los demás.