"Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor". (Is. 25,6-8)
En el corazón del Sínodo 2021-2024.
Para una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión hay una llamada a la alegría y a la renovación del Pueblo de Dios en el seguimiento del Señor y en el compromiso al servicio de su misión .
La llamada a ser discípulos misioneros se funda en la identidad bautismal común, se arraiga en la diversidad de contextos en los que la Iglesia está presente y encuentra unidad en el único Padre, en el único Señor y en el único Espíritu.
Esta renovación encuentra su expresión en una Iglesia que, reunida por el Espíritu mediante la Palabra y el Sacramento (cf. CD 11), anuncia la salvación que experimenta continuamente, a un mundo hambriento de sentido y sediento de comunión y solidaridad.
Practicar la sinodalidad es la forma mediante la cual renovamos hoy nuestro compromiso con esta misión y es una expresión de la naturaleza de la Iglesia.
Al recorrer este camino, al partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía, nos transformamos en lo que recibimos.
La salvación que hay que recibir y testimoniar es relacional, ya que nadie se salva solo. Vamos tomando conciencia poco a poco de que: «La sinodalidad no es simplemente un objetivo, sino un camino de todos los fieles, que debemos recorrer juntos de la mano … Un caminar juntos «hacia Dios no corremos con pasos, sino con el afecto», compartiendo una vida hecha de oración, de anuncio y de amor al prójimo y renovar nuestro compromiso junto a las mujeres y los hombres que, en todas las partes del mundo, se esfuerzan por ser artesanos de la justicia y la paz.
El Sínodo busca "trabajar en las formas concretas del compromiso misionero al que estamos llamados, en el dinamismo entre unidad y diversidad propio de una Iglesia sinodal". La metodología sinodal, que emplea la conversación en el Espíritu como punto de partida del camino.
«La necesidad de una nueva comprensión del papel del párroco en una Iglesia sinodal, respetando la variedad de tradiciones en la Iglesia» y la preocupación por no poder llegar a las periferias y a los que viven en los márgenes: «Si la Iglesia quiere ser sinodal, debe escuchar a estas personas»
Fundamentos
En Cristo, luz de todas las gentes, somos un único Pueblo de Dios, llamado a ser signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano. Lo hacemos caminando juntos en la historia, viviendo la comunión que se alimenta de la vida trinitaria, promoviendo la participación de todos, con vistas a la misión común.
La Iglesia Pueblo de Dios, sacramento de unidad
1. Del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo surge la identidad mística, dinámica y comunitaria del Pueblo de Dios, orientada hacia la plenitud de la vida en la que nos precede el Señor Jesús y hacia la misión de invitar a todos los hombres y mujeres a acoger, con libertad, el don de la salvación (cf. Mt 28,18-19). En el bautismo, Jesús nos reviste de sí mismo, comparte con nosotros su identidad y su misión (cf. Ga 3,27).
2. «Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG 9), participando en la comunión trinitaria. En su pueblo y a través de él, Dios realiza y manifiesta la salvación que nos da en Cristo.
3.El Pueblo de Dios es el sujeto comunitario que atraviesa las etapas de la historia de la salvación, en su camino hacia la plenitud.
4. «Cristo es la luz de los pueblos» (LG 1) y esta luz resplandece en el rostro de la Iglesia, que es «en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).
. En su misión, la Iglesia comunica al mundo el designio de Dios de unir en sí mismo, mediante la salvación, a toda la humanidad. Al hacerlo, no se proclama a sí misma, «sino a Jesucristo como Señor» (2 Cor 4,5).
El significado compartido de sinodalidad
5. «La sinodalidad puede entenderse como el caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino, junto con toda la humanidad.
6. Por tanto, sinodalidad designa «el estilo peculiar que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia» (CTI, n. 70), un estilo que parte de la escucha como primera acción de la Iglesia.
7. La sinodalidad «debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia [...y] se realiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios,"
La sinodalidad, «indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora» (CTI, n. 6).
8. Es «el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico», de la autoridad en la Iglesia.
9. la sinodalidad no es un fin en si misma . Sinodalidad y misión están, pues, íntimamente ligadas.
La unidad como armonía en las diferencias
10. El dinamismo de la comunión eclesial y, por tanto, de la vida sinodal de la Iglesia encuentra su propio modelo y realización en la liturgia eucarística. En ella, la comunión de los fieles (communio fidelium) es al mismo tiempo la comunión de las Iglesias (communio Ecclesiarum), que se manifiesta en la comunión de los obispos (communio episcoporum), en razón del antiquísimo principio según el cual «la Iglesia está en el obispo y el obispo está en la Iglesia» (San Cipriano, Carta 66.8).
11.La valorización de los contextos, de las culturas y de la diversidad es una clave para crecer como Iglesia sinodal misionera.
12. Ha crecido la conciencia de la variedad de carismas y vocaciones que el Espíritu Santo suscita constantemente en el Pueblo de Dios.
La primera es la necesidad de “actualizar” la capacidad de anunciar y transmitir la fe con modalidades y medios adecuados al contexto actual.
La segunda es la renovación de la vida litúrgica y sacramental, a partir de celebraciones bellas, dignas, accesibles, plenamente participativas, bien inculturadas y capaces de alimentar el impulso hacia la misión.
La tercera dirección nace de la tristeza provocada por la falta de participación de tantos miembros del Pueblo de Dios en este camino de renovación eclesial y la fatiga de la Iglesia a la hora de vivir plenamente una sana relacionalidad entre hombres y mujeres, entre generaciones y entre personas y grupos de diferentes identidades culturales y condiciones sociales, en particular, los pobres y excluidos.
Hermanas y hermanos en Cristo: una reciprocidad renovada
13. En virtud del bautismo, están en condición de plena igualdad, reciben la misma efusión de dones del Espíritu y están llamadas al servicio de la misión de Cristo.
14.En este sentido, el primer cambio que debe realizarse es un cambio de mentalidad: una conversión a una visión de relacionalidad, interdependencia y reciprocidad entre mujeres y hombres, que son hermanas y hermanos en Cristo, con vistas a la misión común.
15.«En nuestra cultura, la presencia del machismo sigue siendo fuerte, mientras que se necesita una participación más activa de la mujer en todos los ámbitos eclesiales. Como afirma el Papa Francisco, su perspectiva es indispensable en los procesos de toma de decisiones y a la hora de asumir roles en las distintas formas de pastoral y misión».
16 a) la promoción de espacios de diálogo en la Iglesia
b) una participación más amplia de las mujeres en los procesos de discernimiento eclesial
c) un mayor acceso a cargos de responsabilidad en las diócesis y en las instituciones eclesiásticas,
d) un mayor reconocimiento y un firme apoyo a la vida y a los carismas de las mujeres consagradas y a su empleo en puestos de responsabilidad;
e) el acceso de las mujeres a cargos de responsabilidad en seminarios, institutos y facultades de teología;
f) un incremento en el número de mujeres que desempeñan el papel de juez en los procesos canónicos.
17.Mientras que algunas Iglesias locales piden la admisión de las mujeres al ministerio diaconal, otras reiteran su oposición.
18. Se hace un llamamiento para que los fieles laicos, hombres y mujeres, adecuadamente formados, contribuyan a la predicación de la Palabra de Dios, también durante la celebración de la Eucaristía.
Llamada a la conversión y a la reforma
19.Jesús inició su ministerio público con una llamada ala conversión (cf. Mc 1,15).La primera conversión es la de la escucha,
20. Su atractivo radica en el hecho de que no se trata de una estrategia de gestión, sino de una práctica que hay que vivir y celebrar con gratitud.
La voluntad de escuchar a todos, especialmente a los pobres, que promueve el estilo de vida sinodal, contrasta fuertemente con un mundo en el que la concentración de poder excluye a los pobres, a los marginados y a las minorías.
21.En todas las etapas del proceso sinodal resonó con fuerza la necesidad de sanación, reconciliación y restablecimiento de la confianza en el seno de la Iglesia y de la sociedad.
Parte I Relaciones
A lo largo del proceso sinodal y en todas las latitudes surgió la exigencia de una Iglesia que no fuera burocrática, sino capaz de alimentar las relaciones: con el Señor, entre hombres y mujeres, en la familia, en la comunidad, entre los grupos sociales es necesario pasar por una conversión relacional, que reoriente las prioridades y la acción de cada uno, especialmente de aquellos cuya tarea es animar las relaciones al servicio de la unidad, en la concreción de un intercambio de dones que libera y enriquece a todos.
En Cristo y en el Espíritu: la iniciación cristiana
El encuentro con Jesús, la adhesión de fe a su persona y la iniciación cristiana introducen en la vida misma de la Trinidad
22 El Espíritu del que Jesús estaba lleno y que le guiaba (cf. Lc 4,1), que le ungió y le envió a proclamar el Evangelio (cf. Lc 4,18), que le resucitó de entre los muertos (cf. Rom 8,11) es el mismo que ungió a los miembros del Pueblo de Dios. Este Espíritu nos hace hijos y herederos de Dios y por él nos dirigimos a Dios llamándole «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6; Rom 8,15).
23. «El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna toda la Iglesia efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo» (UR 2). Por ello, el itinerario de iniciación cristiana de adultos es un contexto privilegiado para comprender la vida sinodal de la Iglesia.
24. Si la sinodalidad misionera está, por una parte, enraizada en la iniciación cristiana, por otra, debe iluminar el modo en que el Pueblo de Dios vive concretamente el itinerario de iniciación y lo asume, haciéndolo suyo por lo que realmente significa, superando una visión estática e individualista del mismo, no suficientemente vinculada al seguimiento de Cristo y a la vida en el Espíritu, para poder recuperar así su valor dinámico y transformador.
Esta aventura comienza con la escucha de la Palabra de Dios, gracias a la cual el catecúmeno entra progresivamente en el seguimiento de Cristo Jesús. De hecho, la iniciación cristiana culmina en la eucaristía dominical, que se repite cada semana, signo del don incesante de la gracia que nos conforma a Cristo y nos hace miembros de su cuerpo y alimento que nos sostiene en el camino de conversión y en la misión.
25.En este sentido, la asamblea eucarística manifiesta y alimenta la vida sinodal misionera de la Iglesia.
La liturgia, como «cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10), es al mismo tiempo la fuente de la vida sinodal de la Iglesia y el prototipo de todo acontecimiento sinodal, haciendo aparecer «como en un espejo» el misterio de la Trinidad (1 Cor 13,12; cf. DV 7).
26.Es necesario que las propuestas pastorales y las prácticas litúrgicas preserven y hagan cada vez más evidente el vínculo entre el itinerario de iniciación cristiana y la vida sinodal y misionera de la Iglesia, evitando su reducción a instrumento meramente pedagógico o a indicador de una pertenencia puramente social. Deben, en cambio, promover la aceptación del don personal orientado a la misión y a la edificación de la comunidad. Es necesario elaborar las oportunas disposiciones pastorales y litúrgicas en la pluralidad de las situaciones históricas y de las culturas en las que están inmersas las distintas Iglesias locales, teniendo en cuenta también la diferencia entre aquellas en las que la iniciación cristiana implica sobre todo a jóvenes o adultos, y aquellas en las que concierne, sobre todo, si no exclusivamente, a los niños.
27. Para el Pueblo de Dios: carismas y ministerios." Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,4-7).
28.El ámbito principal en el que están llamados a manifestarse los carismas, de los que es portador cada bautizado, no es la organización de las actividades o de las estructuras eclesiales si no que es en la vida cotidiana, en las relaciones familiares y sociales, en las situaciones más diversas en las que los cristianos, individualmente o de forma asociada, están llamados a hacer florecer los dones de gracia recibidos para el bien de todos.
29. Pueden denominarse ministerios bautismales, para indicar su raíz común (el bautismo) y distinguirlos de los ministerios ordenados, arraigados en el sacramento del orden.
Encontramos, por ejemplo, hombres y mujeres que ejercen el ministerio de coordinar una pequeña comunidad eclesial, el ministerio de dirigir momentos de oración (en funerales o de otro tipo), el ministerio extraordinario de la comunión u otros servicios, no necesariamente de naturaleza litúrgica. El ordenamiento canónico latino y el oriental ya prevén que, en determinados casos, los fieles laicos, hombres o mujeres, puedan ser también ministros extraordinarios del bautismo. En el ordenamiento latino, el obispo puede delegar a fieles laicos, hombres o mujeres, la asistencia a los matrimonios.
30. Los ministerios instituidos son conferidos por el obispo a hombres y mujeres, una vez en la vida, con un rito específico, tras un discernimiento apropiado y una formación adecuada. Los plazos y las modalidades de su ejercicio deben definirse mediante un mandato de la autoridad legítima.
31. Al igual que los carismas, los ministerios también deben ser reconocidos, promovidos y valorados. Las conclusiones del encuentro “Párrocos para el Sínodo” subrayan con fuerza estas necesidades.
32. También debe iniciarse una reflexión sobre la manera de confiar los ministerios bautismales (no instituidos e instituidos), precisando los tiempos y los ámbitos de su ejercicio, en una época en la que las personas se desplazan de un lugar a otro con mayor facilidad.
33. Por diferentes razones, están o se sienten excluidas o al margen de la comunidad eclesial, o luchan por encontrar en ella el pleno reconocimiento de su dignidad y de sus dones. Esta falta de acogida les aleja, dificulta su camino de fe y de encuentro con el Señor y priva a la Iglesia de su contribución a la misión.
34. Oportuno dar vida aun ministerio de escucha y de acompañamiento reconocido y posiblemente instituido, gracias al cual este rasgo característico de una Iglesia sinodal se pueda experimentar concretamente.
Con los ministros ordenados: al servicio de la armonía
35. Por un lado, se destaca la alegría, el compromiso y la dedicación de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos en el desempeño de su servicio; por otro, han manifestado cierto cansancio, vinculado sobre todo a una sensación de aislamiento, de soledad, de sentirse excluidos de relaciones sanas y duraderas y de sentirse abrumados por la exigencia de dar respuesta a todas las necesidades. Este puede ser uno de los efectos tóxicos del clericalismo.
36.Además de afectar a la vida personal de cada uno de los ministros, este camino de conversión implicará una nueva manera de pensar y de organizar la acción pastoral, que tenga en cuenta la participación de todos los bautizados, hombres y mujeres, en la misión de la Iglesia, centrándose sobre todo en la necesidad de hacer emerger, reconocer y animar los diferentes carismas y ministerios bautismales. La pregunta «¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?» nos impulsa a reflexionar concretamente sobre las relaciones, las estructuras y los procesos que pueden favorecer una visión renovada del ministerio ordenado, pasando de una modalidad piramidal de ejercer la autoridad a una sinodal. En el marco de la promoción de los carismas y ministerios bautismales, puede iniciarse una reasignación de tareas cuyo desempeño no requiera el sacramento del Orden. Un reparto más articulado de las responsabilidades favorecerá también los procesos de toma de decisiones marcados por un estilo más claramente sinodal.
37. Este pueblo, aunque de manera diferente, participa de esos mismos dones de Cristo en el sacerdocio común fundamentado en el bautismo.
38. Sacerdocio.
39. Presbíteros
40. Diáconos .
41. Relación entre las iglesias locales
Entre las Iglesias y en el mundo: la concreción de la comunión
42. La sinodalidad un mundo de relaciones en interconexión y, por otra, está inmerso en una cultura mercantil que margina la gratuidad.
43. Según el Concilio, es en virtud de la catolicidad de la Iglesia que «cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia» (LG 13).
44.Las Conferencias Episcopales
45. misión ad gentes.
46. los grandes ámbitos geográficos supranacionales, como la Amazonia, la cuenca del Congo, el Mediterráneo u otros similares.
47. oportunidad de encuentro entre las Iglesias en la concreción de la vida cotidiana de las ciudades y de los barrios, de las parroquias y de las diócesis o eparquías, contribuyendo así a enraizar el camino sinodal en la experiencia vivida por las comunidades.
Deberá prestarse especial atención a la posibilidad de encuentro e intercambio de dones entre las Iglesias de tradición latina y las Iglesias católicas orientales de la diáspora, tema sobre el que trabaja el grupo de estudio n. 1.
48. También forma parte de este compromiso el reconocimiento de que muchas Iglesias son portadoras de una memoria herida y de que es necesario promover vías concretas de reconciliación.
49. En este espíritu debemos ser generosos, ofreciendo a otros cristianos la oportunidad de peregrinar y rezar en los santuarios y lugares santos custodiados por la Iglesia católica.
50. El diálogo porque una auténtica catolicidad amplía el horizonte y pide la voluntad de acoger también aquellos factores de promoción de la vida, de la paz, de la justicia y del desarrollo humano integral presentes en otras culturas y tradiciones religiosas.
Parte II Itinerarios
Una Iglesia sinodal es una Iglesia relacional
Responder a la pregunta «¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?» requiere, por tanto, dar prioridad a la elaboración de itinerarios de formación coherentes, con especial atención a la formación permanente para todos.
52.La primera necesidad es, pues, una formación más profunda en el conocimiento del modo en que el Espíritu actúa en la Iglesia y la guía a lo largo de la historia.
53. No hay misión sin contexto, no hay Iglesia sin arraigo en un lugar preciso, con sus especificidades culturales y sus contingencias históricas.
54. Una Iglesia sinodal misionera se funda en la capacidad de escucha, lo que exige reconocer que nadie es autosuficiente en el ejercicio de su misión y que todos tienen algo que ofrecer y algo que aprender de los demás.
55. El objetivo de la formación en la perspectiva de la sinodalidad misionera es que haya testigos, hombres y mujeres, capaces de asumir la misión de la Iglesia en corresponsabilidad y en cooperación con la fuerza del Espíritu (cf. Hch 1,8).
La formación tomará como base el dinamismo de la iniciación cristiana, con el fin de promover la experiencia personal del encuentro con el Señor y, en consecuencia, un proceso de conversión continua de actitudes, relaciones, mentalidad y estructuras.
La Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11), es el lugar fundamental de formación a la sinodalidad.
La familia, como comunidad de vida y amor, es un lugar privilegiado de educación a la fe y a la práctica cristiana.
En el entrelazamiento de generaciones, es una escuela de sinodalidad.
56. En una Iglesia sinodal, la formación debe ser integral, debe interpelar a todas las dimensiones de la persona: intelectual, afectiva y espiritual.
Promover el conocimiento de las culturas en las que viven y trabajan las Iglesias, incluida la cultura digital, tan omnipresente hoy en día, sobre todo entre los jóvenes.
57. Formación común y compartida, en la que participen juntos hombres y mujeres, laicos, consagrados y consagradas, ministros ordenados y candidatos al ministerio ordenado, que les permita crecer en el conocimiento y la estima recíproca y en la capacidad de colaborar.
La promoción de la participación de las mujeres en los programas de formación, junto a seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos.
El discernimiento eclesial para la misión
58. Por su presencia y acción continuas, la «Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo» (DV 8). Gracias a la guía del Espíritu, el Pueblo de Dios, en cuanto partícipe de la función profética de Cristo (cf. LG 12), «procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11).
59. El discernimiento compromete a quienes participan en él, a nivel personal y todos juntos a nivel comunitario, pidiéndoles que cultiven las disposiciones de libertad interior, de apertura a la novedad y de abandono confiado a la voluntad de Dios, y que se escuchen unos a otros para oír «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7).
60. Por eso es fundamental promover una amplia participación en los procesos de discernimiento, cuidando especialmente la implicación de quienes se encuentran en los márgenes de la comunidad cristiana y de la sociedad.
61. El punto de partida y el criterio de referencia de todo discernimiento eclesial es la escucha de la Palabra de Dios.
Dios habla a la comunidad en la liturgia, lugar hermenéutico por excelencia de lo que el Señor dice a su Iglesia. Dios habla a través de la Iglesia, que es madre y maestra, a través de su tradición viva y sus prácticas, incluidas las de la piedad popular. Dios sigue hablando a través de los acontecimientos que tienen lugar en el espacio y en el tiempo, siempre que sepamos discernir su significado.
Por último, Dios habla en la conciencia personal de cada uno, que «es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla» (GS 16).
62. El discernimiento comunitario no es una técnica organizativa, sino una práctica exigente que cualifica la vida y la misión de la Iglesia vivida en Cristo y en el Espíritu Santo.
63. diseño de cualquier procedimiento:
a) una vida de oración personal y comunitaria, que incluya la participación en la Eucaristía;
b) una preparación personal y comunitaria adecuada, fundada en la escucha de la Palabra de Dios y de la realidad;
c) una escucha respetuosa y profunda de la palabra de cada uno;
d) la búsqueda de un consenso lo más amplio posible no por intersección (por tanto, a la baja), sino por desbordamiento, tratando de poner de relieve lo que más hace “arder nuestro corazón” (cf. Lc 24,32);
e) la formulación del consenso, por parte de quien conduce el proceso y su devolución a todos los participantes, quienes deben confirmar o no si se sienten reconocidos en esa formulación.
El diseño de cualquier procedimiento: a) una vida de oración personal y comunitaria, que incluya la participación en la Eucaristía; b) una preparación personal y comunitaria adecuada, fundada en la escucha de la Palabra de Dios y de la realidad; c) una escucha respetuosa y profunda de la palabra de cada uno; d) la búsqueda de un consenso lo más amplio posible no por intersección (por tanto, a la baja), sino por desbordamiento, tratando de poner de relieve lo que más hace “arder nuestro corazón” (cf. Lc 24,32);
e) la formulación del consenso, por parte de quien conduce el proceso y su devolución a todos los participantes, quienes deben confirmar o no si se sienten reconocidos en esa formulación.
64. El discernimiento siempre tiene lugar “con los pies en la tierra”, es decir, dentro de un contexto concreto, cuyas complejidades y peculiaridades deben conocerse lo mejor posible.
Por lo tanto, no podrá más que beneficiarse de la aportación que brota del análisis de las distintas ciencias humanas, sociales y administrativas pertinentes para el asunto en cuestión.
65. En la Iglesia existe una gran variedad de enfoques para el discernimiento y de metodologías consolidadas.
Que se entablen un diálogo cordial, sin dispersar las especificidades de cada uno y sin un atrincheramiento identitario. La fecundidad de la conversación en el Espíritu.
66. En las Iglesias locales es esencial ofrecer oportunidades de formación que difundan y alimenten una cultura del discernimiento, especialmente entre quienes ocupan puestos de responsabilidad.
Es igualmente importante cuidar la formación de acompañantes o facilitadores, cuya aportación resulta a menudo crucial para llevar a cabo los procesos de discernimiento.
La articulación de los procesos de toma de decisiones
67. «En la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios» (CTI, n. 68).
68. . Éste suele incluir una fase de elaboración o instrucción (decision-making, «mediante un trabajo común de discernimiento, consulta y cooperación» (CTI, n. 69), que informa y apoya la posterior toma de decisiones (decision-taking), que corresponde a la autoridad competente (por ejemplo, en una diócesis o eparquía, al obispo).
69. En la Iglesia, el ejercicio de la autoridad no consiste en la imposición de una voluntad arbitraria, sino que, como ministerio al servicio de la unidad del Pueblo de Dios, constituye una fuerza moderadora de la búsqueda común de lo que el Espíritu requiere.
70. En una Iglesia sinodal, la competencia decisoria del obispo, del Colegio Episcopal y del Romano Pontífice es inalienable, ya que está arraigada en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo.
Sin embargo, no es incondicional. Conducir a una decisión compartida en obediencia al Espíritu Santo. Nunca sin que la autoridad pastoral decida en virtud de su cargo.
71. Sin cambios concretos, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han sacado fuerza y esperanza del camino sinodal. (Especialmente en lo que se refiere a la presencia de la mujer).
72. Por último, no hay que olvidar que los procesos de consulta, discernimiento comunitario o toma de decisiones sinodales requieren que cuantos participan en éstos, tengan acceso efectivo a toda la información relevante, para que puedan formular su propia opinión con conocimiento de causa.
Un nivel adecuado de transparencia. Del mismo modo, conviene subrayar la delicadeza de la tarea y la especial responsabilidad de quienes expresan su opinión en una consulta.
Transparencia, rendición de cuentas, evaluación
73. Transparencia y la rendición de cuentas (accountability) . Su fundamento se encuentra más bien en la naturaleza de la Iglesia como misterio de comunión.
79 Garantizar al menos:
a) un funcionamiento eficaz de los Consejos de Asuntos Económicos;
b) la participación efectiva del Pueblo de Dios, en particular de los miembros más competentes, en la planificación pastoral y económica;
c) la elaboración y publicación (accesibilidad efectiva) de un balance financiero anual, en la medida de lo posible certificado por auditores externos, que haga transparente la gestión de los bienes y de los recursos financieros de la Iglesia y de sus instituciones;
d) un informe anual sobre el rendimiento y desarrollo de la misión, que incluya una safeguarding (protección de menores y personas vulnerables) y la promoción del acceso de las mujeres a puestos de autoridad y su participación en los procesos de toma de decisiones;
e) procedimientos de evaluación periódica del rendimiento y desarrollo de todos los ministerios y cargos de la Iglesia.
Parte III Lugares
Es la comunión de las Iglesias, cada una con su concreción local, la que manifiesta la comunión de los fieles en la Iglesia, una y única, evitando su disolución en un universalismo abstracto y uniformador.
81.
82. El lugar ya no puede entenderse en términos puramente geográficos y espaciales, sino que se refiere a la pertenencia a una red de relaciones y a una cultura con un anclaje territorial más dinámico y elástico que en el pasado.
83. Entre los factores de este cambio se encuentra sin duda el fenómeno de la urbanización: hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, la mayor parte de la humanidad vive en contextos urbanos y no rurales.
84. Un segundo factor es el aumento de la movilidad humana, por diferentes motivos, dentro de un mundo globalizado. Refugiados y migrantes constituyen a menudo comunidades vibrantes, incluso en la práctica de la fe, dotando así de una naturaleza plural el lugar en el que se asientan.
85. Por último, no podemos pasar por alto la difusión de la cultura del entorno digital, especialmente entre los jóvenes. Afecta radicalmente a su experiencia y concepción del espacio y del tiempo, así como a su forma de vivir las actividades de todo tipo, las comunicaciones y las relaciones, e incluso la fe. No es casualidad que la Primera Sesión afirme que «la cultura digital no es tanto un área distinta de la misión, cuanto una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia» (IdS 17b). El trabajo del tercero de los diez grupos de estudio está dedicado a este reto.
86. Estas dinámicas de la sociedad y de la cultura piden a la Iglesia que vuelva a reflexionar sobre el sentido de su propia dimensión local, con vistas al bien de la misión.
87. Esta reforma debe realizarse sobre la base de la comprensión de la Iglesia como Pueblo santo de Dios, articulada en la comunión de las Iglesias (communio Ecclesiarum).
88. la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es también un cuerpo de Iglesias, en las cuales y a partir de las cuales existe una Iglesia católica, una y única (cf. LG 23). Este cuerpo se articula:
a) en las Iglesias individuales como porciones del Pueblo de Dios, cada una confiada a un obispo;
b) en las agrupaciones de Iglesias, en las que las instancias de comunión están representadas sobre todo por los organismos jerárquicos;
c) en la Iglesia entera (Ecclesia tota), donde la Iglesia como comunión de Iglesias se expresa por el Colegio de los Obispos reunidos en torno al Obispo de Roma en el vínculo de la comunión episcopal (cum Petro) y jerárquica (sub Petro).
Iglesias locales en la Iglesia católica, una y única
89. La Iglesia local, en su articulación, es el lugar en el que podemos experimentar más inmediatamente la vida sinodal misionera de toda la Iglesia.
«los miembros de las parroquias son y se convierten en discípulos misioneros de Jesús, reunidos en su nombre para la oración y el culto, el servicio y el testimonio en tiempos de alegría y de dolor, de esperanza y de lucha».
90. La pertenencia a la Iglesia se expresa hoy con un número cada vez mayor de formas que no se refieren a una base geográficamente definida, sino a vínculos de tipo asociativo.
91. Se trata, por tanto, de uno de los ámbitos más prometedores sobre los que actuar para alcanzar una rápida aplicación de las orientaciones sinodales y generar así cambios que se podrán percibir rápidamente.
92.Para avanzar en esta dirección, muchas aportacionesseñalan la necesidad de intervenir sobre el perfil y el modus operandi de estos órganos.
prestar atención se encuentra el modo en que se nombra a los miembros, Por lo tanto, es necesario que la mayoría de los miembros no sean elegidos por la autoridad (obispo o párroco), sino designados de otra manera, expresando efectivamente la realidad de la comunidad o de la Iglesia local.
93. Por último, muchas aportaciones señalan la conveniencia de que tengan carácter obligatorio aquellos consejos cuya creación, según el derecho actualmente vigente, sea discrecional.
94. como la creación de redes de consejos pastorales a nivel de comunidades de base, zonas y parroquias, hasta llegar al Consejo Pastoral Diocesano.
Los vínculos que conforman la unidad de la Iglesia
95.Adoptar un estilo sinodal significa que las Iglesias no deben avanzar necesariamente al mismo ritmo, a la hora de afrontar cualquier cuestión.
96. Las Conferencias Episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal» (EG 32). Para ser una Iglesia sinodal en misión, es necesario afrontar esta cuestión.
97. a) Reconocer a las Conferencias Episcopales como sujetos eclesiales dotados de autoridad doctrinal,
b) proceder a una evaluación de la experiencia vivida del funcionamiento de las Conferencias Episcopales y de las Estructuras Jerárquicas Orientales, de las relaciones entre los Episcopados y con la Santa Sede, con el fin de identificar las reformas concretas que deben aplicarse; las visitas ad limina,
c) garantizar que todas las diócesis o eparquías estén adscritas a una Provincia Eclesiástica y a una Conferencia Episcopal o Estructura Jerárquica Oriental (cf. CD 40).
98.La experiencia de las Asambleas continentalesfue la novedad de la primera fase del proceso sinodal, dando una aplicación más coherente a la indicación conciliar de tomar en serio la peculiaridad «en cada gran territorio sociocultural” en busca de «una acomodación más profunda en todo el ámbito de la vida cristiana» (AG 22).
99. 99.El deseo de que el diálogo sinodal local no se agote,sino que se prolongue en el tiempo, y la necesidad de una inculturación efectiva de la fe en ámbitos territoriales significativos, conducen a una nueva valoración de la institución de los Concilios Particulares, tanto provinciales como plenarios, cuya celebración periódica ha sido una obligación durante gran parte de la historia de la Iglesia.
El servicio a la unidad del Obispo de Roma
100. 100. Responder a la pregunta «¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión?» exige también revisar la dinámica que une sinodalidad, colegialidad y primacía, para que pueda fortalecer las relaciones entre las instituciones a través de las cuales encuentra una expresión concreta.
101.«dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla» (LG 13).
102. « Dejar a la competencia de los pastores la facultad de resolver en el ejercicio de “su propio cargo del magisterio” y como pastores las cuestiones que conocen bien y que no afectan a la unidad de doctrina, disciplina y comunión de la Iglesia, actuando siempre con esa corresponsabilidad que es fruto y expresión de ese mysterium communionis específico que es la Iglesia» (PE II, 2).
103. Asigna «algunas competencias, sobre disposiciones del código destinadas a garantizar la unidad de la disciplina de la Iglesia universal,
104. La autoridad podría y debería actuar con método sinodal, a fin de promulgar una norma que sea fruto de una escucha en el Espíritu de una exigencia de justicia.
105. Curia romana. Preverse formas de evaluación periódica de su trabajo, confiadas a un órgano independiente.
106.Entre los lugares para practicar la sinodalidad y la colegialidad a nivel de toda la Iglesia, destaca sin duda el Sínodo de los Obispos.
107. Entre los frutos más significativos del Sínodo 2021-2024 cabe destacar la intensidad del ímpetu y de la promesa ecuménica que lo caracteriza.
108. La riqueza que representa la participación en la Primera Sesión de los Delegados Fraternos, procedentes de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, nos invita prestar mayor atención a cómo se realiza la sinodalidad en nuestros socios ecuménicos, tanto en Oriente como en Occidente.
Conclusión
La Iglesia sinodal en el mundo
109. En este mundo, cada cosa está conectada y determinada por una búsqueda del otro que nunca desaparece. Todo es una llamada a la relación y un testimonio de que no somos autosuficientes. El mundo entero, cuando se contempla con una mirada educada por la Revelación cristiana, es signo sacramental de una presencia, que le trasciende y anima, conduciéndole al encuentro con Dios, que se realizará definitivamente en la convivencia de las diferencias, que hallará su plena composición en el banquete escatológico preparado por Dios en su monte.
110. Transformada por el anuncio de la Resurrección, la Iglesia quiere convertirse en un lugar donde se respire y se viva la visión de Isaías, para ser «fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor» (Is 25,4).
111. La encíclica Fratelli tutti nos presenta la llamada a reconocernos como hermanas y hermanos en Cristo resucitado, proponiéndonos esto no como un estatus, sino como un estilo de vida.
112.(Is 25,9). Como Pueblo de Dios, ¡unámonos a esta alabanza, como peregrinos de la esperanza, sigamos avanzando por el camino sinodal hacia los que aún esperan el anuncio de la Buena Nueva de la salvación!