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martes, diciembre 02, 2025

VIVIR EL ADVIENTO

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». (Lc 10,21)



COMENTARIO dSan Rafael Arnaiz Barón, monje trapense (s. XX) • Sencillez y santidad. Escritos del 25 de enero de 1937

Cuántos tortuosos caminos hay que recorrer para llegar a lo simple. Muchas veces, si no practicamos la virtud, es debido a nuestro complicado modo de ser, que rechaza lo que es sencillo.

Muchas veces no llegamos a comprender la grandiosidad que se encierra en un acto de sencillez, porque buscamos lo grande en lo complicado, buscamos la grandiosidad de las cosas en la «dificultad» de las mismas.

La virtud, Dios, la vida interior, ¡qué difícil me parecía vivir eso! Ahora no es que yo tenga virtud, ni mis conocimientos de Dios y vida de espíritu estén completamente claros, pero he visto que a eso se llega sin complicaciones.

He visto que a Dios se llega precisamente por todo lo contrario. Se le llega a conocer por la simplicidad del corazón y por la sencillez. Para tener virtud no hace falta estudiar una carrera, ni dedicarse a profundos estudios. Basta el acto simple de querer; basta, a veces, la sencilla voluntad.

¿Por qué, pues, a veces no tenemos virtud? Porque no somos sencillos; porque nos complicamos nuestros deseos; porque todo lo que queremos nos lo hace difícil nuestra poca voluntad, que se deja llevar de lo que agrada, de lo cómodo, de lo innecesario y, muchas veces, de las pasiones. Si quisiéramos, seríamos santos, y es mucho más difícil ser ingeniero que ser santo.







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