Adviento, es ese tiempo breve pero intenso que nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación.
No se trata simplemente de “esperar la Navidad”, como quien cuenta los días que faltan para la fiesta familiar. Adviento es tiempo de despertar, de volver a poner la mirada en el horizonte de nuestra esperanza: el Señor que vino, que viene y que vendrá.
El evangelio
de este domingo nos sitúa ante la palabra clave de este tiempo: “velad”. Jesús
la repite con insistencia. Velar no es vivir asustados, ni en una tensión nerviosa;
es vivir despiertos, atentos a la presencia de Dios en nuestra historia. En un
mundo que nos adormece con el ruido, la prisa y el consumo, el Adviento nos
sacude y nos recuerda que hay algo más profundo que las luces de las calles o
las compras de temporada: el Señor está viniendo a nosotros.
Jesús nos
advierte a que no vivamos como si Dios no existiera, como si la historia no
tuviera meta ni sentido. También hoy podemos caer en ese sueño: cumplir con
nuestras rutinas, hacer planes, trabajar, divertirnos… como en tiempos de Noé, y
dejar que el corazón se apague. El Adviento es un llamado a salir de la
indiferencia y volver a centrar nuestra vida en lo esencial.
San Pablo,
en la segunda lectura, nos lo dice con palabras que resuenan con fuerza: “Ya es
hora de despertaros del sueño… La noche está avanzada, el día se acerca”. El
“día” del que habla Pablo no es una metáfora poética, sino el día del Señor, el
momento definitivo en que Cristo se manifestará en plenitud. Pero ese día
comienza ya aquí, cada vez que acogemos su presencia en el corazón, en la
Eucaristía, en los pobres, en la Palabra que nos transforma. Por eso el
Adviento no mira solo hacia el futuro, sino también al presente: Cristo viene
ahora, en medio de la historia, en lo pequeño y cotidiano.
El Adviento
nos invita a caminar hacia el encuentro con el Señor, a dejarnos enseñar y
seguir sus caminos, a trabajar por un mundo más justo y fraterno.
Velar,
entonces, no es solo rezar o esperar en silencio. Es vivir con el corazón
encendido, con la fe despierta y las manos activas. Velar es cuidar la oración,
pero también cuidar los gestos de amor, la atención al hermano, la fidelidad en el servicio.
¿En qué nos hemos dormido? Tal vez en la rutina de la fe, en la falta de tiempo para Dios, en el descuido de la familia, en la indiferencia ante los que sufren, dureza con los que nos rodean.
No sabemos el día ni la hora —dice el Señor—, pero sí sabemos quién viene. Por eso, la vigilancia cristiana no es miedo, sino alegría confiada. Quien espera al Señor con fe no teme el futuro, porque sabe que al final de la historia llegará nuestra liberación.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación