Queridos hermanos: En este
último domingo del año litúrgico, celebremos con profunda alegría la gloria
de Cristo Jesús, presencia del Reino de Dios entre nosotros.
El motivo por el que condenaron a
Jesús decía: “JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDÍOS”. ¿Por qué este rótulo? La mayoría de los contemporáneos de
Jesús, como muchos de nosotros, no entendieron el sentido del Reino de Dios del
que hablaba Jesús de Nazaret. Se aferraron a las ideas sobre un rey temporal,
que recrearía la grandeza de Israel.
Las personas: mujeres,
hombres y niños... que habían escuchado su mensaje y habían visto sus signos,
tenían una opinión diferente, no lo llamaban Rey. Pero sorprendentemente fue un «ladrón»
crucificado, al lado, con Jesús, el que recibe la gracia de entender qué era el
Reino de Jesús. Por eso le pidió que intercediera.
Jesús le dijo: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Está claro que muchos seguimos
sin entender a Jesús. Su reinado no se parece en nada a lo que sueña mucha
gente. Él, eligió una vida despojada, sencilla, servicial y obediente. Su
reinado se llama solidaridad, justicia, fraternidad, amor desbordante, comunión
... En su proyecto no caben términos como: poder, egoísmo, orgullo, envidia,
hedonismo... Su autoridad no es otra que el servicio, sobre todo a los más
vulnerables: pobres y necesitados.
Él habla de: «un Reino de verdad y de vida, de santidad y de
gracia, de justicia, de amor y de paz». Un reinado que busca la restauración de
la vida, de la creación entera, un reino con relaciones fraternas y no
autoritarias, donde cada quien goce de una auténtica paz con justicia y
libertad.
Hay quien considera,
dentro de la Iglesia, que este título de Rey del Universo puede llevar a
confusión. La verdad es que Él no lo buscó. La Iglesia se lo ha dado. El vino
para hacer la voluntad del Padre, para que llegara a nosotros el Reino del
Padre. No vino a ser servido, sino a servir.
Por todo ello, es un
rey distinto. Reina desde la cruz, ofreciendo misericordia, redención, verdad.
Reina desde el silencio, sin ruido ni gestos espectaculares. Reina en compañía
de Dios Padre, con presencia del Espíritu nuevo y santidad misericordiosa. Es
un rey frágil, sin escolta, sin ejército, al que fácilmente se le puede atrapar
y crucificar. Su fuerza está en nuestra debilidad. Su pasión es construir el
Reino entre los últimos, los sin voz.
Resumiendo; celebrar
la realeza de Jesús es confirmar el compromiso por el Reino de Dios, un Reino
que primero fragua en el corazón y después se irradia por el testimonio de una
vida de disponibilidad y servicio.
El Próximo domingo
comenzamos el tiempo de Adviento, a prepararnos para celebrar la vida de Dios a
nosotros, la encarnación de su Hijo, nacido de una mujer por obra del Espíritu
Santo. Aprovechemos este tiempo litúrgico para crecer en fidelidad, alegría y
compromiso con Cristo en la construcción del Reino del Padre. Es momento de dar gracias y responder con generosidad a este llamado de
Dios. “Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad. Amén


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