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viernes, octubre 24, 2025

El que se humilla será enaltecido

 


Dios mío, ten piedad de mi que soy un pecador         

Saludos hermanos:

El domingo pasado escuchamos el llamamiento de Jesús a orar siempre y sin desfallecer, hoy nos alerta de que no es suficiente con orar siempre.

Hay que orar bien, de la forma correcta. Todos  sabemos que no podemos desear mal a nadie y es una blasfemia pedir a Dios el mal para alguien. Pero puede haber oraciones “equivocadas”, que no sirven para escuchar a Dios, sino para gloriarnos de nosotros mismos.

Los piadosos corremos el riesgo de utilizar la oración para  justificarnos a nosotros mismos, aunque sea con el desprecio al prójimo y ofensa al Dios que escucha la oración del oprimido y acepta la plegaria de quien le sirven de buena gana.

Nos hemos acostumbrado a que se nos reconozcan los méritos. “Hemos trabajado y estudiado tanto que me lo merezco”, solemos decir. Esta es la mentalidad del mundo, lo he conseguido por mi mismo, en el Reino de Dios todo es gracia, don de Dios

 “El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.” Ante Dios no hay diferencia entre pobres y ricos, humildes y poderosos. La justicia de Dios, si por algo se caracteriza, es por estar siempre del lado de los más pobres, que escucha la oración del oprimido y acepta la plegaria de quien le sirven con humildad y de buena gana.

El fariseo satisfecho de sí mismo no reconoce la bondad de Dios, solo reconoce sus obras, pero lo que le perdió fue el considerarse superior a los demás. Ser bueno implica también ser humilde.

A los ojos de los hombres, el publicano era un ser despreciable, pero Dios, que no ve las cosas como los hombres,  lo  ama y escucha. Y le concede la justificación, la gracia, porque fue sincero para con Dios. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.

 

Se trata de ponernos en nuestro lugar, de ser humildes de corazón, y reconocer que estamos necesitados de la gracia de Dios, para poder alcanzar la salvación. Nuestros méritos ante Dios no son las muchas obras buenas, sino el querer ser mejor, convertirnos, reconocer nuestra debilidad y caminar en presencia del Señor.

Agradecidos por que hemos hecho lo que teníamos que hacer nos consideramos siervos inútiles (Lc 17,-10). Como un niño pequeño que busca con la mirada a su madre, y, al verla, se duerme tranquilo. El reino de Dios pertenece a los que son como ellos y confían en el Señor. (Lc18,16).

Si reconocemos que Él nos ama, y nos ofrece su mano para seguir adelante, entonces estaremos por buen camino. Y todo lo que hagamos, será por Dios y para Dios. Lo dice san Pablo: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe.” El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Ojalá nosotros podamos decir lo mismo y nos sentiremos  justificados, como el publicano,   nunca es tarde para volver a empezar.

      Señor, reconocemos nuestras dudas y debilidades, perdona nuestros pecados y concédenos: que no nos acomodemos a la justicia del mundo, sino a tu justicia: que reconozcamos tu amor único y tu misericordia infinita. Amén

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