4. Una propuesta de renovación
Hay que pasar de una catequesis encaminada a la conservación de la fe, a una catequesis de proposición y de testimonio vivo de la fe. Hay propuestas catequísticas encaminadas a consolidar la fe de quienes están tratando de vivir de alguna manera su realidad bautismal, pero son pocas todavía las buscan suscitar el interés por dar a conocer la persona de Jesús a aquellos bautizados que viven en la indiferencia religiosa. Quizá la catequesis hoy antes de preguntarnos: “¿Qué quiere decir cristiano?, más bien debe plantearse ¿Cómo ser cristiano en un mundo que ha perdido la noción dela fe?”; todo esto tiene que ver con lo que decía el Cardenal Ratzinger: “la pregunta fundamental de todo hombre es: ¿Cómo se lleva a cabo el proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?” Si se desconoce el arte de vivir todo lo demás no funciona, Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. He venido a evangelizar a los pobres, yo soy el camino para la vida plena. (cf. Lc 4,18)
La catequesis, por lo tanto, no sólo debe preocuparse por salir al encuentro de la formación de los creyentes, sino también por responder a quienes se interrogan acerca del sentido de la vida
Renovación del impulso misionero, una decidida conversión pastoral, dar especial importancia al anuncio del Kerigma, descubrir el valor para la vida y todo ello sin que falte la clara opción por infundir esperanza a los hombre y mujeres de hoy que se debaten en medio de grandes incertidumbres y necesidades.
Ante la descristianización que estamos viviendo se ha afianzado la necesidad de una pastoral misionera y kerigmática. En esta perspectiva podemos decir que la evangelización es la primera etapa de la catequesis que conduce a la conversión apoyada en la Palabra de Dios. La catequesis propiamente dicha busca favorecer el encuentro personal y comunitario con el Señor, para optar por un crecimiento en la vida de fe profundamente enraizada en la vida de las personas.
En el kerigma la fe es el punto de llegada, mientras que en la catequesis la fe en Cristo es el punto de partida, Hoy añadimos que el kerigma no es solo un momento inicial que nos lleva a la fe, sino que también es un permanente recurso para mantener viva esa fe en el camino del conocimiento y seguimiento del Señor.
No basta conformarnos con acoger la fe que hemos heredado de nuestros padres, sino que es necesario acoger el don de Dios en las nuevas condiciones que se presentan en la actualidad. Así podremos hacer la propuesta de fe con autenticidad. Para ello, ante todo, debemos confiar en el Dios de Jesús, afrontar la prueba del mal, y vivir y obrar según el Espíritu.
La tarea es clara: “una verdadera pastoral del primer anuncio, capaz de tomar iniciativas para proponer explícitamente la buena nueva de la fe, manifestando concretamente la fuerza de la misericordia, corazón mismo del Evangelio, promoviendo la inclusión de los que se convierten a la comunidad eclesial”. (DC 41) Acompañamiento a cada persona en un camino de crecimiento y conversión, marcado por la gradualidad y una apertura y una confianza en el misterio de Dios que va creciendo con el tiempo. (cf. DC 179)
II Iniciación cristiana y
catequesis
La catequesis por
derecho propio debe renovarse para ser fiel al mandato de Jesucristo de
anunciar siempre y todas partes el Evangelio, para ello su tarea es alimentar
la fe para que el cristiano adquiera ese estilo de vida que debe caracterizar a
los discípulos de Cristo.
Ya desde el
Vaticano II se señalaron como aspectos importantes de la catequesis el valor de
la iniciación cristina de los adultos y necesidad de restaura el catecumenado.
Un proceso de iniciación en la fe que ha de darse en la comunidad e incidir en
toda la vida del creyente.
El Directorio
aclara: que el catecumenado también puede inspirar la catequesis de aquellos
que, a pesar de haber ya recibido el don de la gracia bautismal, no disfrutan efectivamente
de su riqueza, y utiliza los títulos de inspiración catecumenal de la
catequesis, catecumenado
postbautismal o catequesis
a la iniciación de la vida cristina.
1. Una nueva etapa
evangelizadora
Estamos en una
nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría, con Jesucristo siempre nace
y renace la alegría. Esto nos invita a los catequistas debemos cambiar de
actitud y no ver la tarea como una carga sino con la alegría que produce
nuestra fe. De una manera atrayente, acogedora y gozosa, no con el ceño
fruncido y controlador, con ternura, respeto y recta conciencia que día el
Apóstol Pedro (1Pe 3,16), y san Pablo escribía: nuestro uniforme ha de ser “la
misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”
(Col 3,12), escucha y cercanía.
1. 1.1 De una pastoral ritualista a una pastoral misionera.
Recordemos las
palabras de la 1 carta de Pedro: “dar respuesta a todo el que razón de su
esperanza” (1Pe 3,14) debemos enfrentar la gran tarea de evangelización con verdadero estilo misionero,
con profundo amor y espíritu de comunión y con una acción confiada,
emprendedora y creativa.
La catequesis
quiere responder a este impulso misionero y por eso un de los importantes
procesos iniciados es el de iniciación a la vida cristiana. El proceso de iniciación
cristina se había reducido a una preparación pre-sacramental presentada en
forma escolarizada y olvidando el verdadero proceso de evangelización que debe
conducir al encuentro personal y comunitario con Jesucristo y llevar a una vivencia
eclesial que impulse un auténtico testimonio de vida cristiana y un compromiso
como verdaderos discípulos misioneros, llenos de amor y misericordia.
La catequesis es un acto eclesial llamado a hacer resonar la Buena Noticia en
el corazón de todo hombre y de toda mujer. Es pues una etapa privilegiada de la
evangelización, dirigida de un modo especial a personas que han recibido el
primer anuncio, con el fin de ayudarles a crecer y madurar en su fe. Y para
ello insistimos la urgencia de dar su valor fundamental al kerigma, centro de
todo el proceso catequístico y evangelizadora. De tal manera que toda formación
cristiana es una profundización del kerigma.
Esta centralidad
demanda unas características: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la
obligación moral y religiosa; que impongas la verdad; apela la libertad; que
posea las notas de alegría, estimulo, vitalidad y una integralidad armoniosa,
que nunca se reduzca a unas pocas doctrinas, a su vez estas características exigen
del evangelizador: cercanía,
apertura al dialogo, paciencia, acogida cordial que no condena (EG 163)
1 1.2. Evangelización y vida sacramental.
Hemos estado
acostumbrados a “catequizar sin evangelizar”, por eso, la centralidad del kerigma en la
tarea catequística no es tan fácil. Los sacramentos eran el eje sobre el
que debía girar prácticamente toda la acción pastoral y como la meta a la que
se debía llegar.
Los sacramentos
siguen siendo expresión de la presencia encuentro con el Señor en nuestra vida,
sin embargo, se debe tomar conciencia de que ellos son los que nos han de
permitir el desarrollo de una vida cristina en fidelidad al Señor, después de escuchar
y aceptar el evangelio. Por eso, evangelizamos para llegar al encuentro
personal con Cristo y, al mismo tiempo, nos acercamos a los Sacramentos para
recibir la gracia necesaria que nos permita vivir el compro miso que surge del
encuentro y para incorporarnos a la comunidad que nos acoge.
Ya desde los
tiempos de la Reforma
(siglo XVI) se vivía esa dicotomía entre importancia de la Palabra y la
acción sacramental. En la práctica (más
allá de los aportes del Concilio de Trento) el protestantismo se convirtió en
el abanderado de la Escritura y la Iglesia descuidó la Palabra para centrarse en
la vida sacramental, por eso la tarea casi exclusiva de la catequesis era
preparar a los fieles a la digna recepción de los sacramentos.
El Concilio
Vaticano II vino a por termino a una situación anómala y a centrar la Palabra
de Dios en la misma vida sacramental. La acción litúrgica y sacramental, por
importantes que sean, no agota toda la actividad dela Iglesia y enfatizo que
primero es necesario ser llamado a la fe y a la conversión, pero enfatizó que
la acción litúrgica y sacramental constituye la cumbre y la fuente de donde
mana toda la fuerza y acción del Iglesia. (Cf. SC 7)
Lo importante es
reconocer con verdad y humildad que la Iglesia había descuidado la verdadera iniciación a la
vida cristiana de parte de los fieles. Algunos ven aquí el origen de la
descristianización que ha surgido en las comunidades católicas de Europa, entre
otras causas, también en Latinoamérica la gran dispersión de los fieles católicos
a otras confesiones cristiana. No ha faltó el esfuerzo para comprender la
realidad de nuestra fe en Dios y nuestra pertenencia a la Iglesia y recepción
de los sacramentos, pero olvidamos suscitar y animar con fuerza el encuentro
personal y la aceptación de Jesucristo, partiendo de la Palabra de Dios, en el
seno de la comunidad.
2. 2. Desarrollo del concepto
“iniciación cristiana”
La acción
catequética inicial está al servicio de la profesión de fe. Introducción de una
persona a una nueva experiencia a través de unos conocimientos y ritos para
formar parte de un grupo. Iniciación cristiana hace referencia a una
experiencia de vida, a un camino de fe, que involucra a toda la persona de
manera gradual y continua y que requiere tomar conciencia de la acción del
Espíritu Santo que actúa en el corazón de la persona.
2.1 Evolución del significado de “iniciación
cristiana”
En la era apostólica, comunicar la experiencia de fe y llamar a la
conversión se anunciaba el kerigma, acompañado por la comunidad que daba
testimonio de fraternidad y caridad. Cambio de vida, acogida de Jesús como el
Señor y recibir el Bautismo y poner en práctica el mandamiento del amor.
A partir de la segunda mitad del siglo II se
instituyó el catecumenado
para llevar a cabo la iniciación cristina de lo que querían convertirse al
cristianismo y recibir los sacramentos. Un Camino integral y global de
formación en la vida de fe, la liturgia y la caridad siempre con el apoyo de la
comunidad cristiana. Suscitar una confesión de fe, que la persona diera
muestras de la autenticidad de sus motivaciones y la seriedad de su conversión.
Esta etapa finalizaba con la celebración de los sacramentos de iniciación.
Con el Edicto de Constantino en siglo IV, se dio
comienzo a lo que se conoce como régimen de cristiandad, el catecumenado se incrementó, pero también
empezó su decaimiento. El hecho de que si se bautizaba el padre toda la familia
se bautizaba, eso trajo como consecuencia que no se realizara una seria
preparación catecumenal, el cual fue desapareciendo a partir del siglo VI.
En la Edad Media la iniciación cristiana se
entendía relacionada con el Bautismo de los niños, cuya formación era confiada a las familias, la
comunidad y a la escuela. En este tiempo se disociaron los sacramentos del
Bautismo, Confirmación y Comunión.
En el siglo XVI se hicieron algunos esfuerzos por volver al
catecumenado sobre todo en los países de misión y es en el Concilio de Trento
que se comienza a insistir en la necesidad de la instrucción religiosa, hubo
que llegar al siglo XIX
para que se volviera a hablar del catecumenado, entendido como un proceso
formativo para los tres sacramentos de iniciación.
En la primera
década del siglo XX
con el surgimiento del llamado “movimiento litúrgico” se empieza a utilizar el término “iniciación
cristiana”, la urgencia se centró en la renovación de la Iglesia. Esto
lleva a que se afronte la importancia de una iniciación cristiana de los
adultos bautizados en la infancia, pero que no fueron evangelizados.
El Vaticano II subrayó el valor de la iniciación
cristiana, al afirmar que el
catecumenado forma parte de ella, y que es necesaria una iniciación doctrina,
moral y ritual, centrada en la Palabra de Dios, y cuya responsabilidad es de
toda la comunidad cristiana, que debe tener en cuenta el ambiente concreto que
la rodea. (Cf. AG 14)
En 1972 se publicó el Ritual de la Iniciación
Cristiana de Adultos (RICA)
y se convierte en el modelo típico de iniciación cristiana y del itinerario
catecumenal y como elemento estructural de la iniciación cristiana.
El Directorio Catequístico General (1971) EL Concilio Vaticano II no valoró
suficientemente la necesidad de que la iniciación cristiana como función
permanente de la acción evangelizadora de la Iglesia. Luego el Sínodo sobre la Evangelización
y las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi y la Catechesi tradendae enriquecieron
el concepto de evangelización y consideraron la catequesis como una de sus
etapas importantes.
En el catecismo de
la Iglesia católica se afianza la nueva visión de la evangelización en una
mirada completa como camino e iniciación; el anuncio de la Palabra, la acogida
del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el bautismo, la
efusión del Espíritu Santo, el acceso a la Comunión eucarística (CIC 1229)
2.2. La catequesis al servicio de la
iniciación cristina
“Nadie nace
cristiano, debe llegar a serlo”. No necesariamente por nacer en una familia
cristiana el nuevo miembro sea cristiano. La iniciativa divina demanda una
respuesta personal de aceptación, esto requiere un camino con etapas, para
generar un proceso de conversión y para generar la fe, para que regenerado, y
liberado del pecado como hijo de Dios, llegue a ser miembro de Cristo y de su
Iglesia y, con el poder del Espíritu Santo, participe de su misión. (Cf. CIC
1072)
La catequesis es elemento fundamental de la
iniciación cristiana que está mi ligada
a los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Su función es poner
los cimientos del edificio de la vida cristiana en cada creyente a través de
una formación orgánica y sistemática de la fe y propiciar una viva, explicita y
operante profesión de fe (Cf. DGC 64-66)
En el DGC se
recuerda que con la publicación del RICA favoreció la restauración del catecumenado
con sus cuatro etapas: precatecumenado, catecumenado propiamente dicho,
purificación e iluminación y etapa de la mistagogia, para llevar al encuentro
pleno con el misterio de Cristo en la vida de la comunidad. La catequesis de
iniciación cristiana es una formación básica, esencial, orgánica, sistemática e
integral de la fe, que conecta la acción misionera que llama a la fe con la
acción pastoral que la nutre permanentemente.
No se puede separar la misión sacramental del
proceso de evangelización
que no se limita al anuncio del Evangelio, sino que conduce a que este se viva
de lleno. La catequesis en clave kerigmática y misionera inspirada en el
itinerario catecumenal quiere ser una catequesis de iniciación cristiana. (DC
75)
La dimensión kerigmática debe impregnar toda la
labor catequística, para que no se pierda
la centralidad del Misterio de Cristo, que debe estar mediado por la comunidad
cristiana y la celebración litúrgica. Esto hace que la iniciación a la vida
cristina sea una iniciación mistagógica. Insertarse en el misterio de Cristo
acogido en el corazón, participado en la acción sacramental de la Iglesia para
dar testimonio vivo en el ejercicio de la caridad.
2.3 Itinerarios y procesos
El centro fundamental de todo proceso catequístico es la persona ce Cristo, su vida, su mensaje, su Misterio Pascual y su obra salvífica. Dios mismo, en definitiva, es quien guía la iniciación cristiana.
La catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber sagrado y un derecho imprescindible. Por ello, ha ocupado un lugar muy importante en la pastoral de la Iglesia y en cuanto más se le dé prioridad por encima de otras obras, tanto más la Iglesia podrá consolidar su vida interna como comunidad de creyentes y su actividad externa como misionera (Cf. CT 15).
Pero la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en el concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda del lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje (…) La Iglesia ha de dar prueba de sabiduría, de valentía y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética. (CT 17)
Lamentablemente la catequesis no ha superado por completo la mentalidad de “cursos” para la recepción de los sacramentos. Esto ha causado daño y ha propiciado que muchos adolescentes con la confirmación den por finalizado casi por completo sus vínculos con la comunidad cristiana. Todo esto ha hecho ver la urgencia de impulsar serios procesos personales de conversión que lleven al encuentro personal y comunitario con Cristo. Lo importante es el acompañamiento con paciencia y caridad y no forzar los procesos.
Los itinerarios marcan el camino que hay que recorrer, indicando os objetivos, las etapas, los momentos celebrativos que le ayuden al catequizado al encuentro y comunión con Cristo. El acompañamiento debe encontrar la manera de que la catequesis no esté desvinculada dela vida y de la experiencia humana. En este sentido el catequista está al servicio de un itinerario que debe guiar, pero que no le pertenece. Igualmente se debe atender a los programas que no se conviertan en una caja de fuerza, sino que hay que valorar el camino de cada persona para que responda a la invitación divina a transformar su vida .
Las etapas de este proceso son: acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética – iniciática para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o restructurar su iniciación cristiana; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estas etapas ha de llevarse a cabo con la dinámica interna de la evangelización, que de por si es gradual y progresivamente y por otra, la libertad y el ritmo de respuesta de la persona, teniendo en cuenta sus situaciones propias y sus procesos internos de cambio. Todo en un estilo sinodal; caminando juntos, catequista y catequizados dóciles al Espíritu Santo. Para permitir que sean protagonistas de su propio camino, respetando libertad y su propio discernimiento, pero ofreciéndoles la herramienta que sean oportunas.
La iniciación cristiana, don de Dios que hemos de responder, con la fuerza del Espíritu Santo, con el acompañamiento y animación de la comunidad eclesial dela que recibimos el anuncio del Reino y nos enriquecemos[h1] con su testimonio.
El trabajo con la familia es imprescindible, ella ha de ser sujeto de evangelizador activo, no se necesita ser especialista en la doctrina, sino personas coherentes con su fe y que manifiesten la alegría de seguir a Jesucristo. La familia y la parroquia deben estar estrechamente unidas en el camino evangelizador, es donde se realiza la iniciación.
3. 3 Importancia del
encuentro con la Palabra
La iniciación cristiana surge por medio del anuncio
de la Palabra de Dios
(traditio fidei) y la respuesta libre y generosa, que, auxiliado por la gracia
divina, da el ser humano al don de Dios (redditio fidei). Esta respuesta brota
de la experiencia vital de su encuentro con Jesucristo. La respuesta no es
automática y debe ser recibida (receptio) e interiorizada en un camino de
catequístico, en el dialogo, la reflexión, el silencio, el acompañamiento (Cf,
DC 203).
3.1 Los encuentros de Jesús
En los evangelios
encontramos los relatos de muchos encuentros con Jesús que tenían una fuerza
transformadora, que conducía a un auténtico proceso de conversión, comunión y
solidaridad. Encuentro personal y comunitario que lleva a la aceptación de
Jesús como camino para llegar a la plena realización personal, y encontrar en Él,
la respuesta definitiva al sentido de la vida, pues él es el camino, la verdad
y la vida. (Jn 14,16)
Para cocer a Jesús
se ha de leer y escuchar la Palabra de Dios, allí encontramos la figura de
Jesús, su predicción, modo de expresar el amor y la misericordia del Padre, su
entrega hasta la muerte para darnos la salvación, su resurrección gloriosa y el
mandato misionero que hace a sus discípulos.
La Iglesia ve la
necesidad de resaltar en la catequesis la centralidad que debe tener la Palabra
en la vida eclesial. Ha exigido una animación bíblica pastoral que nos permita
adentrarnos en el misterio de Cristo (Lc 24, 13-35) y afrontar la distorsión
que se hace de la Sagrada Escritura.
El encuentro con
los discípulos de Emaús es paradigmático, modélico, para una catequesis cuyo
centro es la “explicación de las Escrituras”, Cristo es el único que puede
revelarnos la verdad, que hace renacer la esperanza aun en momentos de fracaso,
y nos convierte en discípulos creyentes y creíbles del Resucitado.
3.2 Consecuencias del de conocimiento de la
Palabra de Dios.
El descuido y la
desinformación sobre la Palabra de Dios, y los muchos prejuicios a cerca de la
fe católica y de la Iglesia institucional, dificultan la transmisión de la fe.
La consecuencia es lamentablemente que hemos llegado a lo que Tertuliano ya
preveía: “se hace cristiano, pero sin llegar a serlo de verdad”.
También hay que
añadir que la actual situación social, anclada en el individuales y en el
disfrute inmediato propiciado por el consumismo, han favorecido el alejamiento
de la reflexión y la búsqueda del sentido en muchas personas.
El cansancio en las comunidades cristinas, por
una actuación autoritaria abusiva y por la falta de expresiones de fraternidad
y conversión, han alejado a muchos cristianos de la práctica religiosa.
La ignorancia
religiosa no es sólo fruto del descuido y de la falta de formación. Ha habido
un gran esfuerzo en renovar la catequesis en los siglos pasados, pero se
cometió el error de preocuparse más por ilustrar al catequizando que tener en
cuenta el contenido de la Buena Noticia; se preocupó más por el conocimiento de
verdades y se olvidó de generar y hacer crecer una fe viva como respuesta a la
llamada de Dios.
En América Latina
se he dicho tenemos un gran desafío que cuestiona a fondo la manera como
estamos educando en la fe, por el gran porcentaje de católicos sin conciencia
de su misión evangelizadora, que no se insertan activamente en sus comunidades
y con una identidad débil y vulnerable. (DA 286)
La razón de esta
situación de alejamiento de una vida cristiana plena en nuestras comunidades, apunta
a que la iniciación cristiana ha sido pobre o fragmentada.
O educamos en la
fe, poniendo verdaderamente en contacto con Jesucristo e invitando a su
seguimiento, o no cumplimos nuestra misión evangelizadora. Debemos favorecer
una inicialización cristiana que no solo se preocupe de contenidos, sino sobre
todo del encuentro y el seguimiento del que es el centro de nuestra fe.
3. Catequizar para la vida
Debemos, ante todo,
ser honestos con nosotros mismo y con Dios, y preguntarnos ¿cuántos de nosotros
nos esforzamos en vivir una vida de fe alimentada por Palabra y los
sacramentos, vivida en comunidades vivas de comunión y participación, al
servicio de la transformación del mundo?
Estas inquietudes
nos obligan a revisar nuestra catequesis, y toda nuestra acción pastoral para
lograr el arraigo en Jesucristo, su Palabra de vida, y con la justicia y la
paz. La catequesis, el kerigma, y la formación permanente están estrechamente
unidas.
Primero escuchar
las inquietudes, dudas y angustias y esperanzas de las personas e
inmediatamente realizar el primer anuncio del Evangelio de la misericordia para
suscitar la fe o hacerla viva, acompañada de la acción misionera para conocer a
Jesús, para amarlo y aceptarlo en su vida. El conocer a Jesús ha de llevarlos a
querer ser como él, optar por su estilo de vida; haciendo el bien y siendo
ejemplo en todos, los campos.
En un segundo
momento, que es la catequesis propiamente dicha, se debe favorecer una
autentica iniciación a la vida cristiana; el crecimiento en el amor, la
maduración de la fe, alimentados por la Palabra de Dios y de la tradición de la
Iglesia y el Magisterio.
El conocimiento
personal del catequizando es la base para acompañar su crecimiento, y a la
medida que crece y profundiza su fe, al mismo tiempo va superando todo aquello
que le aleja de Dios y de sus hermanos, dócil al don del Espíritu con la ayuda
de los sacramentos le convierte en una autentico cristiano y un buen ciudadano.
Como se es
cristiano para toda la vida, los procesos de formación permanente son
necesarios para madurar en su comunión eclesial y en el ejercicio constante de
la caridad, siguiendo el estilo de vida de Jesús.
El lugar privilegiado para esta formación
permanente debe, en lo
posible, realizarse en las pequeñas
comunidades. Es en un ambiente de acogida y testimonio de vida que nos
permite crecer en sensibilidad y actitud de solidaridad y justicia a favor,
especialmente, de aquellos que soportan la exclusión, la pobreza y la
violencia.
Estos procesos nos
permiten catequizar para la vida, no podemos quedarnos en el simple plano
religioso y ritual, debemos tener presente una formación integral que nos ayude
a encarnar nuestra fe en una sociedad tan desigual e insolidaria; cuidando la
casa común y haciéndonos buenos ciudadanos responsables.
Esta misión, por
supuesto, no nos hace perder la meta definitiva a la que nos invita el Señor:
el encuentro definitivo con él en la casa del Padre, al contrario, nos impulsa a
expresar con nuestra vida y nuestro modo de actuar en la sociedad lo que
significa ser creyente y discípulo de Cristo.
En los Evangelios
encontramos el ejemplo del mismo Jesucristo que pasó haciendo el bien (cf. Hch
10,38). Los catequistas debemos ser, imitando a Jesús, ejemplo de vida y un
testimonio de fe y de amor a Jesús, siempre dispuestos a ayudar y servir y
venciendo la corrupción y la mentira que nos rodea, colocando a Dios en el
centro de nuestra existencia.
También hoy debemos
actuar de tal manera que los que nos vean puedan decir también, como en los
primeros tiempos de nuestra comunidad cristiana: “mira cómo se aman”. Si el
bautizado no da testimonio de amor, de servicio y misericordia, su testimonio nunca
será creíble.
La catequesis debe
estar encaminada a dar sentido a la existencia humana, a infundir esperanza en
un mundo que ha perdido el horizonte; el proceso a la iniciación a la vida
cristiana puede suscitar una verdeara respuesta de fe y un anhelo profundo de
llegar a la verdadera Vida que sólo Dios nos puede dar.
III Catequesis Kerigmática
y conversión pastoral
La Iglesia ha
tenido que renovarse para poder responder a los desafíos que nos presenta es
cambio de época. Se nos está invitando a realizar la acción pastoral en una
“Iglesia en salida”, una Iglesia misionera que abra sus puertas para acoger a
quien llega, para salir a buscar a tanta gente que se ha alejado de ella.
Una sociedad
pluricultural y plurireligiosa, con permanente influjo de las tecnologías
digitales y del inmenso mundo de las redes. Esto nos exige ir más allá de un
modelo único de catequesis, hay que aceptar el reto de Inculturar el Evangelio, como respuesta a
las inquietudes, valores y problemáticas de las varias culturas, manteniendo la
inmutabilidad del mensaje cristiano. No se trata de una mera adaptación del
Evangelio a la cultura del momento, se trata de un camino profundo, global y progresivo, una lenta
penetración del Evangelio en lo íntimo de las personas y de los pueblos
(DC 395).
La catequesis debe
asumir creativamente lenguajes de las culturas de los pueblos. El desafío de la
nueva evangelización es cómo encontrar a Cristo, como darlo a conocer para que
sea aceptado por las distintas culturas, como dar un testimonio que lleve a las
demás personas a desear conocerlo y seguirlo con amor.
Como respuesta la
catequesis busca un impulso misionero y asumir un estilo catecumenal, donde se
toma muy en cuenta el
primer anuncio previo a cualquier proceso catequístico. Comenzar
proponiendo la fe, provocar y sembrar el deseo de conocer más y mejor la
persona de Jesús, para luego iniciar a la persona en la fe y ayudarla, poco a
poco, a conocer sus contenidos, asimilándolos en su vida y celebrándolos con
alegría y testimoniarlo con amor en medio de la comunidad a la cual pertenece y
de la que ha recibido los fundamentos de su fe.
Es hora de superar
esquemas encaminados a una simple preparación previa a la recepción de los
sacramentos, con modelos escolarizados. La acción misionera es el paradigma de
toda la obra de la Iglesia, la catequesis acoge estos nuevos acentos, que son
un testimonio de un sentir común en el que se reconoce la acción del Señor. (DC
48; cf. EG 15)
Cada vez es más
evidente la importancia de la catequesis, como acción prioritaria de los
procesos de evangelización, encaminados a encarnar el Evangelio en la vida
concreta de cada persona, y no ha de detenerse en una catequesis desencarnada preocupada
por mantener verdades y valores; los itinerarios catequísticos deben estar
encaminados hacia la experiencia propia de cada pueblo y de cada situación en
la que se recibe el mensaje.
1. Los nuevos retos de la catequesis en una cultura posmoderna
El secularismo, la
indiferencia religiosa que presentes no apagan la sed de Dios que surge en el corazón
de tanta gente que se ha alejado de la Iglesia y de los sacramentos, nos coloca
ante un nuevo desafío evangelizador que requiere creatividad, entusiasmo,
convicción, alegría y testimonio de vida capaz de hacer atractiva la fe que
queremos transmitir.
La catequesis debe
dirigirse a cada persona, no como un simple destinatario, sino como un sujeto
activo, un verdadero interlocutor, cuya experiencia humana y social y su
situación personal deben ser abordadas con una actitud de amor, acogida y
respeto. El Evangelio no se dirige a una persona en abstracto, sino a cada
persona real, concreta, histórica arraigada en una situación particular, porque
todos han sido comprendidos en el misterio de la redención. (DC 197, 224)
1.1 Antropocentrismo y secularización
“La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en el que le toca vivir antes de convertirlo, más aún para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a él y que le hablemos” (Ecclesiam suam 27).
No podemos desconocer que en la actualidad se ha ido perdiendo el sentido de la experiencia humana y que la vida misma se ha vuelto objeto de experimentación biológica y genética, con consecuencias inimaginables. El avance la ciencia y la técnica ha puesto en crisis el modo como concebimos a Dios. Estamos frente a una crisis profundamente antropológica. Toda gira en torno a lo humano, en un antropocentrismo desviado, que da prioridad absoluta a sus convicciones circunstanciales y todo lo vuelve relativo.
“Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pude tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? (cf, LSí 123).
La secularización ha debilitado instituciones tan fundamentales como la familia que ha sido un fuerte aliado de la transmisión de la fe. Crece el número de parejas que han recibido los sacramentos de iniciación cristiana y no celebran el matrimonio; la unión de personas del mismo sexo, los divorcios y los adulterios hace que el matrimonio sacramental sea desconocido.
En este mundo tan convulsionado es donde la Iglesia está llamada a evangelizar y hacer presente la Palabra que da vida y que infunde un verdadero sentido a existencia humana. No podemos aceptar una ruptura entre la fe y la vida, puesto que la fe que transmite la Iglesia es una fe que tiene que estar profundamente encarnada e inculturada, lo cual exige conocer la realidad humana de los pueblos o comunidades a las que se dirige.
Es necesario buscar lenguajes que sean significativos para la cultura actual y, sobre todo, para los jóvenes, pues “Muchas veces los lenguajes utilizados parecieran no tener en cuenta la mutación de los códigos existencialmente relevantes en la sociedades influenciadas por el posmodernidad social y cultural (DA 100d).
1.2 El debilitamiento de la fe
Reconocemos que actualmente en muchos países de tradición cristiana hay amplios sectores de la población que han bautizados pero que no conocen lo que constituye su fe en Cristo. Muchos se sienten desencantados y dejan de identificarse con la tradición católica, son más los padres que no bautizan a sus hijos, no les ensañan a rezar, y hay un éxodo hacia otras comunidades de fe, son palabras del Papa Francisco (EG 70).
En la Iglesia, tristemente, hay muchos fieles que no han tenido una clara opción de fe y que desconocen la importancia del encuentro personal con Cristo.
Las culturas actuales, que algunos las llaman “liquidas”, van diluyendo todo, incluso aquello que durante muchas generaciones fue el sostén de la sociedad misma.
Es evidente que se requiere nuevas formas de hacer llegar el Evangelio al corazón de las personas, que nos piden un testimonio de vida y una sólida convicción de fe.
1.3 El valor de la piedad popular
Personas que tienen una fe débil, poseen una piedad popular, más bien de tipo sentimental y de vivencia individual. Debemos aprovechar esta valiosa oportunidad para hacer un primer anuncio que les permita fortalecer s fe, y seguir con un proceso iniciático catequístico que les permita comprometerse en el seno de una autentica comunidad cristiana.
Esta piedad popular puede reflejan una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer, y podemos llamarlo religión del pueblo. (EN 48) Si se les hace rechazar este sentimiento pueden convertirse en sumisos seguidores del grupo religioso de moda. Por el contrario, si no se les educa y atienden pueden ellos mismo llegar a perder valores que de alguna manera quieren vivenciar. Dice el Papa Francisco: “son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar en la nueva evangelización”.(EG 126) (cf. DC 340)
2. La catequesis frente a los nuevos desafíos
El gran reto der la cultura digital, que ha producido una profunda transformación en el modo de ser, de pensar y de comportarse de muchas personas. Este reto fue muy importante a la hora de que la Iglesia ofrecer el nuevo Directorio para la Catequesis.
2.1 Cultura digital y globalización
La cultura actual conlleva a una nueva manera de comunicación que incide en toda la sociedad moderna, que reconociendo sus extraordinarios beneficios, ha puesto en peligro el acceso a la verdad, a la libertad de pensamiento y a la toma de decisiones de las personas. Las llamadas “fake news” son una herramienta para el engaño y la manipulación. Su capacidad de interacción puede hacer que opiniones personales se vuelvan “virales”. El número de aceptaciones “like” se ha convertido par mucho en un criterio objetivo.
El Directorio llega a decir que se va creando una especie de pseudoreligión universal, que legitima una nueva fuente de autoridad, basada en versiones selectiva, sin ninguna vinculación con una jerarquía importante; combinando diversos lenguajes, produciendo una comunicación difusa, instantánea y global, y en definitiva dificultando el acceso directo a la realidad objetiva que nos rodea. Importante esta cita Cf. DC 3665-368
La nueva cultura ha contribuido muchísimo en el fenómeno de la globalización. En este contexto globalizante plantea serios problemas sociales, económicos, políticos culturales y religiosos que desafían la humanidad entera. Un ejemplo cercano es el manejo de la pandemia y el poder dominantes de las organizaciones internacionales contraladas por grupos económicos y de poder mediático. La invasión de tendencias a otras culturas, económicamente más desarrolladas, pero éticamente debilitadas (EG 62).
Frente a este desafío, educar para un buen uso de esos instrumentos y una comprensión mas profunda de la cultura digital es una prioridad para la catequesis pueda discernir los aspectos positivos de aquellos que no lo son.
Una de las inquietudes presentes en el Sínodo sobre los jóvenes, fue de como evangelizar la cultura digital en la que las generaciones juveniles están inmersas en la actualidad. La cantidad de información que reciben, hacen que la verdad quede relativizada, dando mayor valor a lo efímero y pasajero, con el peligro de que aíslen y se encierren en relaciones casi exclusivamente virtuales.
Internet es un nuevo foro, se trata de un medio no un fin en sí mismo que puede prestar un ser vivo a la evangelización. Una cultura del respeto, el dialogo y la amistad es posible en el mundo del internet. En este punto las amistades “on-line” debe administrarse con moderación e inteligencia. Hay que conocer, comprender, conociendo los miedos esperanzas, las ilusiones y fracasos de los jóvenes de hoy, para de esa manera compartir ahí la Buena Noticia que nos trajo el Señor.
Tener en cuenta que los “nativos digitales” aprecian más la imagen que la escucha, cuya consecuencia es la reducción de su desarrollo crítico en este medio se utiliza más el lenguaje de la narración que la argumentación. La catequesis debe utilizar adecuadamente el método narrativo, con el fin de, que jóvenes y niños descubran la obra divina en su historia personal, para que acogiendo con alegría las palabra y acciones del Señor puedan sentir que es Jesús mismo quien les habla y les enseña el camino para una vida feliz.
La presencia de los catequistas y evangelizadores en las redes debe ser una presencia evangelizadora, llena de creatividad, de cercanía. Una presencia capaz de expresar con alegría la Buena Noticia y la vivencia real y física de participación activa en la comunidad cristiana.
Estamos ante una apremiante tare de renovación de la catequesis para responder a estas inquietudes que no pueden dejarnos indiferentes. Este es uno de los cambios que exige una conversión pastoral de la catequesis.
2.2. Emergencia catequística causada por la pandemia
Hemos vivido un tiempo nuevo e inesperado: la pandemia. La imagen del Papa Francisco en solitario en la plaza de San Pedro tiene un significado que transciende lo anecdótico. Fue un 27 de marzo del 2020 en su bendición Urbe y et Orbe, el Papa inspirado por un gran amor a la humanidad y de confianza en Jesús dijo: “Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
Responder a las necesidades de los fieles nos hizo creativos, nos reinventamos a nosotros mismo y nos ha permitido descubrir el valor y la riqueza de los actuales medios de comunicación y ese impulso misionero espontaneo debe mantenerse con una verdadera pastoral del primer anuncio, capaz de tomar iniciativas para proponer explícitamente la buena noticia de la fe. (DC 41 c) En particular no ayudo a tener una presencia de Iglesia en medio de los hogares, a entender la iglesia doméstica.
Muchos catequistas y pastores para buscar un acompañamiento más personalizado, aunque fuera online, para conocer las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los miembros de la comunidad y ayudarles a relacionarlas con el mensaje del Evangelio.
Todo esto nos ha permitido centrarnos en lo esencial, para la evangelización y catequesis en el Kerigma, anunciar con gozo la persona de Jesucristo que es el rostro visible de la misericordia del Padre que sale al encuentro del pecador. Hemos descubierto como la Palabra de Dios resuena en toda circunstancia, en cada persona y en su historia. Este es el momento para que la catequesis se centra especialmente en Dios que es amor, que nos ama y no se cansa de acompañarnos y cualquier circunstancia.
3. Necesidad de una catequesis kerigmática con inspiración catecumenal
Hoy reconocemos que
quizá durante mucho se olvidó dar importancia al primer anuncio como algo
necesario para suscitar la fe, se ha cometido a personas -niños, jóvenes y
adultos- que no habían sido previamente evangelizados.
El kerigma es pues
ha de estar presente en el proceso catequístico: “Jesucristo te ama, dio su
vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para
fortalecerte para liberarte”.
3.1 Anuncio del Kerigma
“Eso que henos visto y oído también se lo manifestamos a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros (Jn 1,3) que la vida (palabra de Dios) se manifestó, la hemos visto y somos testigos, les anunciamos una vida eterna que existía junto al Padre y se nos manifestó. (Jn 1,2)
Este es el Kerigma: dar a conocer que Jesucristo es quien, por la fuerza del Espíritu Santo, ha venido a traer la salvación al mundo, más aún que es el Salvador.
El anuncio del kerigma es inminentemente trinitario, y es el elemento fundamental en el proceso evangelizador; que por la acción del Espíritu Santo comunica el amor salvífico de Dios Padre en Jesucristo, para que tengamos vida plena, en plenitud.
De eso se trata: que el anuncio toque lo más profundo de la persona y llegar a su corazón, para que quien lo reciba pueda encontrar al Señor, y en él descubra el misterio del hombre y la vocación a la que es llamado.
Para ello no se puede presentar a Cristo como un personaje del pasado, sino como un ser vivo y presente en el momento histórico en que vivimos, que nos acompaña y camina a nuestro lado descubriéndonos el sentido de todo lo que nos rodea, pero sobre todo el sentido del dolor y de la muerte, de la alegría y la esperanza y nos ofrece el alimento que necesitamos para realizarnos plenamente.
Es muy difícil que las personas que catequizamos conozcan el pleno sentido de su fe, por ello, esta es nuestra tarea como catequistas; con el primer anuncio proclamar el Evangelio y la conversión. Este momento primero es de suma importancia, no solo en la misión ad gentes, lo que conocemos como precatequesis, sino para los bautizados no plenamente evangelizados. (DC 66)
Es un anuncio de misericordia del Padre para con todos nosotros, que no excluye a nadie y nos invita al banquete de la salvación, que nos recibe con el traje nuevo, el perdón de nuestros pecados. Este anuncio está enraizado en el Misterio pascual, que permita que el catequizando caminar hacia un encuentro gozoso con Cristo Resucitado.
La Palabra de Dios debe iluminar este anuncio que infunde esperanza a hombres y mujeres en la actualidad. Es un acto de anuncio y el contenido mismo del anuncio que revela y hace presente el evangelio. “En el kerigma, el sujeto que actúa es el Señor Jesús, que se manifiesta en el testimonio de quien lo anuncia” (cf. DC 58).
El Directorio insiste que el kerigma debe estar presente en todo el proceso, no solo al inicio, para generar la fe y la comunión de vida con Cristo. La fe que es acoger el amor de Dios revelado en Jesucristo, al que demos seguir, la catequesis nunca puede dar por supuesta la fe. Para formar personas que viva su fe a lo largo de toda su existencia se necesita del kerigma, que los ha de animar a dar testimonio lleno de alegría y a conocer y seguir a Jesús.
El anuncio del kerigma busca que la persona viva su fe con gozo, como respuesta a la llamada divina. No se puede anuncia como un conjunto de deberes y doctrinas pesadas, sino como el origen de la dimensión gozosa de la vida cristiana. La renovación catequística no consiste en novedades ni inventar nuevos métodos, sino lograr que la persona frente al anuncio de Cristo muerto y resucitado, se vea en la necesidad de decir si acepta o rechaza el Evangelio.
La acción divina siempre está al origen de todo este proceso, pues la toma la iniciativa y es el que transforma a la persona haciéndola por integración en la Iglesia participe de la muerte y resurrección de Cristo. Por eso la persona que acoge esta llamada, por la gracia del Espíritu Santo, pide ser introducida en la vida de la Iglesia. No se trata de un simple proceso de enseñanza y formación doctrinal, sino que ha de considerarse una realidad que implica toda la persona.
1.2 Inspiración catecumena
El enfoque kerigmático exige asumir una seria orientación catecumenal, que debe inspirar en sus objetivos y dinámicas todas las formas de la catequesis. Esto nos hace ver que la ´missio ad gentes´ es la responsabilidad más específicamente misionera de la evangelización, que Jesús ha confiado a su Iglesia.
El Catecumenado “está al servicio de los recién llegados a la fe, a los que se encuentran en el punto de partida, empiezan o recomienzan.
La catequesis, por su propia naturaleza, debe tener una inspiración catecumenal, como lo encontramos en las primeras comunidades cristianas, toda la comunidad estaba involucrada para acoger, acompañar y estimular a quien se hallaba en búsqueda de encuentro con Jesús. Hoy quien se encuentra dentro de un itinerario catecumenal de nueva evangelización y va descubriendo otra vez a Cristo en su vida necesita ser apoyado en su fe por el testimonio vivo de los miembros de su comunidad.
El testimonio de los miembros de la comunidad y del catequista en particular es una manera privilegiada de acceder al Evangelio. No se trata tanto de decir y proponer, sino hacer lo que se dice y vivir lo que se propone.
“La catequesis de iniciación es un conjunto coherente de propuestas que la comunidad cristiana ofrece a los que se interesan por el seguimiento de Jesucristo para acompañar y favorecer la acogida, el diálogo y la conversión al Evangelio” (Asociación Española de Catequistas, La catequesis que soñamos, Madrid 2015,42).
Esto exige un espacio, un ámbito donde se pueda percibir, sentir y un grupo que refleje lo que significa ser y vivir como cristiano. La catequesis debe apropiarse de lo que la comunidad cree, vive, celebra y anuncia.
La comunidad cristiana es el origen, el lugar y la meta de la catequesis. Por eso, el catequista no actúa por cuenta propia, es un enviado y por eso la comunidad debe acompañarlo y animarlo en su tarea.
Vamos a recordar que la catequesis de inspiración catecumenal no se dirige exclusivamente a aquellas personas que han comenzado el proceso de conversión y se han abierto a la fe, pero todavía no se han bautizado. La catequesis de adultos ha de servir para introducir y fortalecer la fe e iluminar los compromisos para llevar a una auténtica vida cristiana a aquellos que, habiendo recibido los sacramentos, permanecen en actitud de indiferencia religiosa y por eso se puede llamar catequesis de iniciación a la vida cristina.
Tengamos en cuenta que la catequesis no puede caer en el error de sustituir o querer imponer sus propias premisas pedagógica en toda la tarea evangelizadora.
El anuncio es una parte fundamental de cada momento de la catequesis, pues no sólo educa y forma en la fe, sino que ayuda a su crecimiento y maduración, pero el proceso evangelizador no se puede reducir al solo anuncio, es necesario que quien escucha la Buena Nueva viva el misterio de la liturgia y por ello en los itinerarios formativos debe estar integrada la dimensión mistagógica, que es la que permite impulsar un verdadero proceso con inspiración catecumenal.
“El anuncio del Evangelio es el testimonio de un encuentro que permite mantener la mirada fija Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado en la historia humana, para dar cumplimiento a la revelación del amor salvífico del Padre.” La lexles credendi unida a la lex orandi y, juntas, conforman el estilo de vida del creyente.
El catecumenado y la iniciación mistagógica, por su parte, han permitido dar realce la comunidad cristiana en la dinámica de la vida de fe y la revaloración de los signos litúrgicos. La mistagogia ayuda a tomar conciencia de todo lo que el Señor nos ha dado y a introducirse en los misterios la f y a comprender lo que significan los signos sacramentales. Este proceso exige la participación de la comunidad y de su catequista.
Iniciar en la fe pide que se tome en cuenta el “qué”, el “cómo”, el “para qué”, el “por qué”, “con quiénes” y “en dónde” se realiza.
El giro que va dando la catequesis para responder a los grandes desafíos que le presenta la sociedad actual nos indica que es necesario lograr una verdadera conversión pastoral para permitir que la inspiración catecumenal impregne todos los procesos catequísticos.
Estamos en camino para llegar a que el catecumenado será “lo normal” en las comunidades cristianas y lo que hoy entendemos por “catequesis de niños, adolescente y jóvenes” se convierta en una “forma” de introducir a las personas que ya viven en un ambiente “cristiano” en la e hogar o grupos determinado y que no necesitan tanto una iniciación cristiana como, sino una profundización en puntos concretos que las personas con las que conviven no lograr aportar en las dimensiones propias de la catequesis bautismal.( A,Ginel)
4.
Conversión pastoral de la
catequesis
El esfuerzo que se está haciendo para una renovación de la catequesis no se centra sólo en la clave Evangelización, se necesita un nuevo paradigma que afecta a toda la terea catequética, y así, no se continúe estando enfocada casi exclusivamente a la preparación pre-sacramental. Procurando realizar una verdadera iniciación mistagógica, en la que debe intervenir catequesis la experiencia y testimonio de la comunidad.
El nuevo impulso misionero de la evangelización que la Iglesia está tratando de poner en marcha se basa en el anuncio y testimonio para que tantas personas que se han alejado de la comunidad cristiana pero que todavía siente sed Dios recuperen su entusiasmo y esperanza.
Se necesita tener la audacia de una verdadera conversión pastoral, pues no se trata solo de buscar simple estrategias de transmisión, sino un auténtico compromiso de testimonio y comunión.
Se trata de logar:
- Implantar un proceso kerigmático de evangelización,
-
llevar a cabo los itinerarios de un verdadero catecumenado,
-
dar una nueva impronta a la pastoral de la Iglesia, donde intervenga la
experiencia y testimonio de toda la comunidad,
-
llegar con impulso evangelizador al mundo digital,
- dar importancia a todas las expresiones de belleza en cuanto instrumento de gran valor catequístico.
El nuevo
paradigma de la catequesis de inspiración catecomunal obliga a una seria interpelación
a toda la pastoral de la Iglesia y a la Iglesia misma para lograr un nuevo
estilo de presencia en el mundo, asumiendo que la fe ya no se da por adquirida
y no está llamada simplemente a mantenerse, sino que ha de ser propuesta y
suscitada.
La Iglesia
en salida que el Papa Francisco nos pide tiene en la catequesis una gran ayuda
pus ha de formar discípulos para la misión, y así se ponga en marcha una
“pastoral en clave misionera”, suscitando y fortaleciendo la pasión
evangelizadora en la comunidad cristiana y en todos los bautizados.
Esta
hermosa realidad se hará posible si en la medida que todos los agentes pastores
y por supuesto los mismos catequistas irradien la fuerza y la luz que el Espíritu
Santo infunde para el cumplimiento de la misión que les ha dado el Señor. No
olvidemos que estamos desempeñando un encargo eclesial
cuyo agente principal es el Espíritu Divino
IV El nuevo paradigma:
iniciación a la vida cristiana
La formación que ayude a las personas a llevar una vida cristiana, la
importancia del momento litúrgico en la celebración de los sacramentos de
iniciación cristiana. Y en todo momento
la presencia de la inspiración bíblica y catecumenal de la catequesis que debe
constituir el eje conductor del proceso catequético, litúrgico, pastoral y
misionero.
1. 1 Dificultad de
transmitir la de en un mundo cambiante.
La ausencia generalizada de le primer anuncio, la falta de planificación
de procesos de iniciación cristiana, la reducción de catequesis a una
preparación pre-sacramental, el escaso sentido de comunidad en la acción
pastoral, el desinterés de algunos párrocos en relación con la catequesis, la
ausencia de un compromiso de la familia en la transmisión de la fe y el número
creciente de jóvenes que abandonan la Iglesia cuando acaban de recibir el
sacramento de la confirmación y todo ello acompañado de una modo “infantil” en
la manera de acompañar a niños, adolescentes y jóvenes.
Todo ello conduce a buscar un nuevo paradigma para la catequesis que
pueda responder a los desafíos que le presenta el momento histórico que vivimos
y en especial la cultura digital y la globalización de la cultura. Este nuevo
paradigma tiene que tener muy en cuenta la exigencia de una formación que este
atenta a la situación de cada persona como exige la necesidad del encuentro
interpersonal en el ámbito de la comunidad cristiana. La exigencia de expresar
la fe mediante la oración litúrgica y testimoniarla con la fuerza de la
caridad.
1. 1.1.Ser
cristiano en un mundo poscristiano.
Hemos salido del llamado régimen de cristiandad donde la familia, la
escuela y la parroquia contribuían a la transmisión de las verdades de fe. Esto
nos ha alertado para recuperar una nueva evangelización y una mayor convicción
de la importancia de la comunidad para
acompañar los procesos catequísticos. La gran necesidad de una renovación
parroquial y de la vida cristiana en general.
En esta etapa de posmodernidad hay una gran indiferencia religiosa aun
en las personas llamada cristianas. Se ha puesto en duda los contenidos de la
fe, y hasta el mismo sentido de la misma, por su puesto se pierde la conciencia
de la pertenencia eclesial y, lo más grave, se llega a no sentir la necesidad
de Dios en su vida.
Esto lleva a cuestionar la credibilidad de la Iglesia y la racionalidad
del cristianismo en general. La figura de Cristo se reduce a un gran líder del
pasado. En algunos se aprecia un cierto influjo atrayente del discurso de
Jesucristo y el cristianismo se aprecia como una religión más que propone un
estilo de vida con algunos valores éticos que todavía tiene alguna ascendencia
en la sociedad.
Una gran influencia laicista considera la independencia del hombre y la
sociedad de toda influencia religiosa y hacer la religión una actividad
perteneciente al área privada. Algunos ya hablan de una ideología anticristiana
que se le conoce con el nombre de “poscristianismo”.
Esta corriente no solo pone en duda la eficacia del aporte cristiano a
la sociedad, sino también las verdades que proclama. A lo máximo pretenden que
algunas instituciones publica y privadas asuman los objetivos que antes
cumplían las instituciones de la Iglesia, pero sin fe, sin Revelación, sin Dios
viviente y sin Iglesia celebrante.
En un ritmo frenético del individualismo exacerbado y un consumismo
desmedido se hacen presente en una sociedad que viven en la incertidumbre y en
el miedo frente a un futuro incierto, por lo cual vive case exclusivamente
luchando por su supervivencia, que le lleva a pensar como prescindir de miles
de seres humanos y aceptar gratuitamente el asesinato de cientos de cristianos,
eso sí, que no se toque ni con el pétalo de una rosa los animalitos de
compañía.
El fenómeno de la inmigración y la globalización hacen que la sociedad
sea plural, y el cristianismo y la Iglesia deben ganarse, por su propio
impulso, su lugar en la sociedad, superando los prejuicios y obstáculos ya
establecidos.
1. 1. 2.El
influjo de la revolución digital.
Una sociedad multicultural y teologizada, totalmente influenciada por la
revolución digital. Hace que la incertidumbre, el espíritu competitivo y la
desigualdad, se hace común presentes, se conoce por una sociedad “líquida”. La
pérdida de referencias estables, de nexos duraderos entere personas, de
verdaderos vínculos sociales, ha conducido a una desestabilización de la
familia que era un baluarte de la sociedad y de la comunidad eclesial.
Estar conectado a la red ha dejado la interrelación personal en un
segundo plano. El deseo obsesivo del reconocimiento social ha creado una inseguridad
permanente u una soledad agobiante que no puede calmar los miles de seguidores
en la red y las sensaciones fuertes que mostrar a los demás.
El individualismo que busca la satisfacción individual, y cuyas
expectativas se reducen a tener un trabajo estable, conservarse joven y con
salud, disfrutar al máximo el momento presente, poseer dinero e ir tras lo que
ofrece la publicidad.
Todo esto dificulta asumir con responsabilidad las opciones de vida, por
falta de una vivencia de fe que, de sentido estable a la propia existencia, que
abra a la solidaridad y al servicio desinteresado y ofrezca a esperanza de una
vida eterna.
Esta profundidad se quiere sustituir con sentimientos puramente
religiosos, donde abunda ideas diversas de lo sobrenatural, cencías oculta, y
en donde la idea de Dios es imaginada según su propio gusto, que favorezca los
caprichos de un consumismo todo poderoso.
Por supuesto esto ha dejado de lado la importancia de la experiencia del
pasado, pero igualmente no pensar en el futuro y querer convertir el momento
presente como un absoluto que aparece como única alternativa real.
1 1.3.Necesidad
de una renovación catequética.
Es el momento de ser fieles a la fe cristiana y volver significativa
para la sociedad actual la vocación propia
de la Iglesia de anunciar a Jesucristo que nos llama a crear una
historia nueva. Ser una comunidad de discípulos en una sociedad que se
encuentra en un proceso de transformación. Ser creyentes en Cristo capaces de
responder a los desafíos de una sociedad digital, plural y con variedad de
ideologías y visiones, de religiosidad y de cultos, relativista y secularizada;
pero con un espíritu dialogante que busca la fraternidad, la solidaridad y el
respeto a la dignidad de todo ser humano.
Se ha interrumpido la transmisión de la fe cristiana, las nuevas generaciones
ya no tienen noticia ni reconocen signo del Dios viviente y verdadero o de la
encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros.
Estamos pasando de una situación de cristiandad a una situación de
misión. La Iglesia del futuro va a ser más minoritaria pero más fermento, con
menos poder o presencia social, pero más testimonial.
En el seno de las familias, lugar de del diálogo y de la solidaridad
intergeneracional, ha sido en invadido por los medios de comunicación; la
información del último minuto, la distracción, el entretenimiento, las imágenes
de quienes dominan esos medios.
Se necesita reflexionar la acción catequística para responder a los
nuevos desafíos: ¿cómo transmitir la fe al hombre de hoy? ¿cómo hablar de
Cristo en la actualidad? ¿A quién nos dirigimos y queremos anunciar la buena
noticia?
El primer anuncio constituye un desafío prioritario, junto la labor
educativa de la Iglesia y la importancia en este proceso. Esto exige una
conversión misionera al verdadero ser de la Iglesia y del ser cristianos, que
tiene que ver con la necesidad de dar voz a los seres humanos, en su dignidad y
verdad.
Los obispos en Aparecida también insisten que un desafío importante al
que debe hacer frente la catequesis es cómo hacer una presencia evangelizadora
y cómo dar testimonio de la fe en el “continente digital”, no se trata
simplemente de utilizar las nuevas tecnologías, sino de estar presentes y
evangelizar ese mundo en donde se encuentran inmersos particularmente los
jóvenes.
“Las nuevas generaciones han desarrollado destrezas que les permiten
hacer de internet su casa y lugar de encuentro y a menudo se desenvuelven y una
expresan sus ideas y sentimientos con
más facilidad en el mundo virtual que en el real, constituyendo una cultura
comunicacional. La catequesis debe incorporar los nuevos lenguajes y ofrecer a
la buena noticia de Jesús a quienes atraviesan estos mundos aún poco
explorados”. (AIDM 21)
La renovación catequética se plantea nuevos procesos de iniciación a la
vida cristiana, dando importancia al primer anuncio y a la proclamación del
kerigma. Está activada la búsqueda de un nuevo paradigma de la catequesis que
se fundamente en el catecumenado de la Iglesia primitiva, como fuente de
inspiración y modelo a seguir. Para ello es necesario la “conversión pastoral”
que permita una verdadera renovación, con la fuerza del Espíritu Santo, e
imprimir un impulso misionero a toda la acción evangelizadora.
Pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente
misionera. Sólo así será posible que el único programa del Evangelio siga
introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial.
2. Proceso iniciático
Esta llamada a la conversión pastoral ya ha sido tomado en cuenta y ha
surgido un esfuerzo importante orientado a dar nueva vigencia a la
iniciación cristina, según el modelo catecumenal, dentro de todo el proceso
catequístico de evangelización, en donde, por una parte, la comunidad tenga un
papel preponderante y, por otra, las circunstancias concretas de las personas
que recibe la catequesis sean tomadas en
cuenta. Y todo esto, además, ha de realizarse a través de procesos catequísticos
bien definidos y dentro de una seria dimensión misionera, (cf. DC 64-65)
2.1. Una catequesis que se
encarne en las circunstancias concretas
Anunciar el Evangelio de Cristo como una fuerza para vivir la fe
cristiana y dar sentido a la existencia humana en las actuales circunstancias.
La renovación de la catequesis no es la búsqueda de nuevas estrategias
para transmitir una serie de contenidos, sino un esfuerzo renovado de encontrar los puntos fundamentales de la vida
y la misión de los creyentes en Cristo.
Los caminos fundamentales de la catequesis siguen siendo el catecumenado
de adultos, iniciación de los niños, adolescente y jóvenes y el despertar la fe
y el complemento de los procesos de iniciación cristiana en los adultos. Así
podemos reconocer la catequesis no solo como un momento del camino de la vida
cristiana de la Iglesia, sino una autentico proceso de conexión con el primer
anuncio y todo el compromiso evangelizador, en el que participa toda la
comunidad eclesial y la catequesis mantenga el carácter iniciático del mismo,
como un “aprendizaje” para ser cristiano, para llegar y asimilar el Misterio
Pascual, a través de los sacramentos de iniciación.
Un anuncio misionero especialmente para los cristianos indiferentes, con
una fuerza regeneradora de vida, gracias al acontecimiento único de la
redención de Jesucristo, con el testimonio y una oferta generosa de esperanza
para que l hombre actual pueda acoger el kerigma y hacerlo vida.
Una renovación de la catequesis que tome muy encuentra los cambios
profundos de este momento de cambio de época, permaneciendo eminentemente evangelizadora.
El nuevo paradigma de la catequesis nace desde la praxis que se va
llevando a cabo en muchas diócesis de renovación catequética y catequesis de
adultos e iniciación a la vida cristiana. Se han tenido muy en cuenta las
dificultades para la transmisión de la fe y la urgente necesidad de una
catequesis de inspiración catecumenal, con el objetivo claro de que los
bautizados, en cuanto discípulo misioneros, habrán de dar testimonio de su fe a
lo largo de toda su vida.
2.2 Creer y sentir el amor de
Dios.
Las palabras del Papa han animado a los catequistas a buscar el nuevo
paradigma de la catequesis, “al recibir el sacramento del bautismo nos debemos
convertir en ´discípulos misioneros´, para que al encontrar el amor de Cristo
en nuestra vida salgamos a proclamarlo con alegría, como lo hicieron los
primeros discípulos del Señor” (cf. EG120). No se trata tanto de dar a conocer
algunas verdades, sino hacer sentir el amor de Dios manifestado en Jesús, que
debe cambiar nuestra existencia y llenarla de gozo.
Lo primero que quiero decirle a cada uno es: que “Dios te ama” ( ChV
112) y Benedicto XVI subrayaba con
fuerza la importancia del encuentro con
una Persona que ha de marcar toda
nuestra existencia: “Nosotros hemos conocido el amor que Diosnos tiene y hemos
creído en el” (Jn) No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva (DCe 1)
Sabemos que la catequesis, por lo tanto no puede limitarse a la
enseñanza de las principales de fe, enseñanza que es necesaria, pero debe
conducir a una experiencia personal de encuentro con el Señor, dentro de un
itinerario, que cada uno debe seguir con el fin de poder conformar la vida con
Cristo. Para ello es fundamental el testimonio de vida y la alegría de la fe
del acompañante en ese proceso.
La Iglesia crece no por proselitismo sino por “atracción”: como Cristo
atrae todo a sí con la fuerza de su amor. Por eso hablamos de la necesidad de
que la catequesis sea un proceso iniciático, iniciación a la vida cristiana:
despertar la fe, se den las bases para vivirla con alegría, se profundice el
conocimiento de Jesús, para seguir sus huellas y asumir un compromiso de amor y
misericordia con el mundo que lo rodea.
2.3. Decisión personal de
aceptar a Cristo
En las personas que aún no conocen los fundamentos de su fe, llegará el
m omento en que sentirán la necesidad de una ´decisión personal´ de aceptar a Jesucristo en su vida , de asumir
la obediencia en la fe y de entregarse con alegría a Dios, y todo ello con
plena libertad.
Este si a Cristo implica dos dimensiones: ´fides qua´, el abandono confiado en Dios y la ´fides quae´; y la aceptación amorosa de su revelación. Creer en
Jesus, creer a Jesus y creer en Jesús. Adhesión a Jesús del corazón, de la
mente y de la acción. ( LF 18 )
Conocemos que entre nosotros viven muchas personas que después de haber
recibido el bautismo no han tenido iniciación a su vida como cristianos y viven
en total indiferencia y desconocimiento de la persona de Jesús. Estas personas
requieren un acompañamiento y cuidado para que conozcan y sean atraídos por Jesús
que les invita diciéndoles “vengan y vean”. Ello exigirá un requisito
fundamental; que se les proclame la Palabra de Dios.
3.
Búsqueda de nuevo paradigma
En esta búsqueda un elemento imprescindible será la necesidad de
insistir en la iniciación cristiana (CIC 1229).
3. 3.1. En búsqueda del nuevo paradigma en España
Es Dios quien toma la iniciativa a la iniciación cristiana, pero no es
una imposición, sino una decisión libre, por la gracia del Espíritu Santo, para
seguir a Cristo y entrar a formar parte de la Iglesia.
Todos están de acuerdo que no se trata tanto de recibir un cúmulo de
doctrinas, sino fundamentalmente de
llegar a una inmersión, progresiva en la vivencia cristiana integral: para ello
necesitamos “una atmosfera donde se pueda respirar,un espacio donde se pueda
percibir, un ámbito donde se pueda sentir y vivir, un grupo que refleje lo que
significa ser y vivir como Cristiano (AECA
50)
Es necesario dar un giro histórico en la transmisión de la fe para una
auténtica renovación catequética.
Se debe comenzar por superar el ´esquema
escolar´ y caminar al ritmo que marcan las personas y los grupos en su
maduración creyente. Se trata de una catequesis en camino permanente, por
supuesto superar la mera preparación sacramental.
Hablamos de procesos de iniciación, la catequesis debe comprenderse y
realizarse ´de manera habitual´ como
algo normal a lo largo del discurrir de la vida de todo creyente. La catequesis
ha de toca afectiva y efectivamente la vida de las personas, pues está al
servicio de una mayor calidad de vida para el hombre y la mujer de nuestro
tiempo.
3. 3. 2.La
propuesta de los obispos y catequistas franceses
Ellos desde un principio aspiran a establecer una pastoral de
“proposición” de la fe, que permita a las personas una adhesión personal libre
y amorosa del misterio del amor de Dios que se ha manifestado en el Misterio
Pascual de Cristo. Proponer significa también que se deja acompañar y se hacen
solidarias con las personas que están atentas a su respuesta.
Procesos personalizados y flexibles que favorezcan un diálogo que no es
tanto de continuar o mantener un camino ya recorrido en el seno de la familia,
sino lograr despertar y renacer la fe. Una catequesis que asuma una orientación
más kerigmática, donde se proponga la Buena Noticia como una fuerza para vivir.
Una catequesis más litúrgica, pues la catequesis que prepara a la vida
cristiana compartida en la Iglesia, donde los cristianos reunidos celebran y
viven la Pascua. En definitiva, una catequesis iniciática que permita acogerse,
recibir y abandonarse enteramente a Dios, por el contrario, alejarse de él.
No se trata pues, de explicar una doctrina, sino como llevar a una
experiencia de vida cristiana. Iniciar es hacer vivir, y haciendo vivir enseñar
a ser. Proponer el Evangelio como una fuerza para vivir y dar sentido a la
vida.
3. 3.3.
Los planteamientos de los obispos y catequistas italianos
Itinerarios catequístico con clave misionera de inspiración catecumenal,
soportados por el anuncio del Evangelio y articulados según el Año litúrgico. Lo
que la catequesis se propone es no solo la calidad de vida del cristiano, sino
también la transmisión generacional de la fe, proyectando una renovación
pastoral que ayude al hombre a llegar a ser un cristiano maduro, adulto en la
fe. Iniciación cristiana e inspiración catecumenal que permita pasar de una
fase evangelizadora a una nueva fase: misionera.
Se subraya que la catequesis es un hecho eclesial, de una comunidad
cristiana viva, la cual, en definitiva, constituye la condición y el sujeto de
una autentica catequesis.
Iniciación cristiana como una experiencia de vida, un camino de fe que
envuelve a toda la persona de manera gradual y continua. La catequesis es una
de las dimensiones del camino, pero la práctica litúrgica, la experiencia comunitaria
y la conversión de vida son otras tantas dimensiones del camino. La comprensión
de la fe que busca la catequesis no se da sin la experiencia litúrgica y la
práctica de la caridad. La catequesis hace referencia a una propuesta
sistemática y global de la vida cristiana y a su fuerte dimensión eclesial,
pues la fuerza que tiene la catequesis proviene de la acción pastoral de la
comunidad y de la calidad de su evangelización.
3. 3. 4.Perspectiva
de la Iglesia en América Latina
En palabras sencillas y claras el CELAM nos dice que la catequesis es un
proceso de iniciación a la vida cristiana: “encuentro con Jesús, misionaridad,
discipulado, conversión, iniciación a la vida cristiana, kerigma, primer
anuncio, mistagogia, catecumenado, dimensión litúrgico-celebrativa, orante y
simbólica en la transmisión de la fe”. (AIDM 14)
Este paradigma iniciático, o de inspiración catecumenal, pretende
inspirarse en el catecumenado, fuente que permite encontrarse con Cristo en la
comunidad.
El anuncio de la Palabra, la enseñanza doctrinal, la profundización de
la fe, la oración y la celebración litúrgica, los ritos, los escrutinios y la
mistagogia son todos elementos de este proceso integral de iniciación a la vida
cristiana.
En palabras sencillas la Iglesia pretende con la inspiración catecumenal
de la catequesis introducir a los nuevos creyentes en una atentica vivencia de
la fe cristina en que se respetan las circunstancias de cada persona y la
comunidad está profundamente involucrada. Esto permite formar discípulos de
Jesús que acepten la misión que se les confía y superar la mera intención de
preparar personas para los sacramentos.
Así sintetiza el documento “La alegría de iniciar discípulos misioneros
en el cambio de época” del CELAM lo que debe ser el nuevo paradigma de la
catequesis: “Se entiende como iniciación cristiana el proceso por el cual una
persona es introducida en el misterio de Jesucristo y en la vida de la Iglesia
a través de la Palabra de Dios y de la mediación sacramental y litúrgica, que
va acompañando el cambio de actitudes fundamentales de ser y existir con los
demás y con el mundo, en una nueva identidad como persona cristiana que
testimonia el evangelio inserta en una comunidad eclesial y testimonial (AIDM
43).
4. 4. Proceso de
iniciación la vida cristiana
4 4.1.Proceso
en el cual la persona es el sujeto
central.
Por proceso entendemos un camino por el que van alcanzando una meta de
una manera progresiva y ordenada. En nuestro caso es un proceso que bajo el
influjo vital del Espíritu Santo, permite a la persona sentir la llamada del
Señor que viene a su encuentro y al mismo tiempo, la impulsa a dar una
respuesta en total libertad.
La persona es el sujeto central. No se trata de un simple destinatario
de un mensaje, sino un interlocutor que escucha y responde, y debe realizarse a
partir de la necesidades y progresos de cada persona de acuerdo con su propia
situación. El catequista ha der ser un acompañante del que se inicia, superando
la obsesión de transmitir una serie de contenidos que llevan de inmediato a la
recepción de un sacramento.
Un atento cuidado al servicio de la acción divina y de la respuesta de
cada persona, importante tener muy en cuenta las dimensiones teológica y
antropológica de la vida de fe, en el dinamismo de una comunidad misionera y en
conversión pastoral. Esto exige un proceso de transmisión fiel a la naturaleza
del mensaje, a las circunstancias concretas de la comunidad eclesial y de cada
persona a la que se dirige la catequesis (DGC 149).
4.2. Introducción al misterio
divino y a la vida de la Iglesia
El encuentro con Jesucristo es la meta del proceso de inspiración
catecumenal. El encuentro con él, que es la cabeza y ser de la Iglesia, no es
individual, sino también comunitario en cuanto que tiene que darse dentro de
una comunidad creyente, porque a Jesucristo vivo solo lo encontramos en una
comunidad que también sea viva y que lo anuncie con a alegría. De aquí nace la
necesidad de anunciar el kerigma, no como algo aislado y al margen de ese
crecimiento en el camino de fe. La fe nos ha sido transmitida por una comunidad
a través de la palabra y el testimonio de vida, obra y celebración. Esta
experiencia de comunidad debería comenzar en el interior de la familia, lugar primero
y privilegiado para la transmisión de la fe.
El proceso de iniciación necesita una comunidad cristiana que acoja a
los iniciados para sostenerlos y formarlos en a fe; sin una comunidad de fe y
de vida cristiana la catequesis corre el riesgo de esterilizarse. La comunidad
cristiana ha de ser lugar de la generación y maduración de la vida cristiana
con su plena dimensión misionera.
La Palabra de Dios y la mediación sacramental litúrgica es elemento
fundamental del proceso. La dimensión
trinitaria, cristológica, salvífica y escatológica se alimentan en la Palabra y
en los sacramentos fuente de nuestro conocimiento de las verdades reveladas.
Palabra y gesto, lo que se anuncia es los que se celebra con alegría y se
inserta en una vida con Cristo viviendo el amor y la misericordia del Señor.
“La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y
sacramental, porque en los sacramento y sobretodo en la Eucaristía donde
Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres” (CT 23).
4.3.Cambio
de actitudes para una nueva identidad como cristiano
La conversión es un signo de haber encontrado al Señor. Esta actitud
afecta a la integridad de la persona. La pérdida del sentido de pertenencia a
la Iglesia y de la identidad cristiana es lo que anima a la Iglesia a realizar
una nueva evangelización que permitirá a las personas conocer a Jesús y cambiar
sus actitudes al introducirse nuevamente en la vida de la comunidad cristiana.
4. 4.4.
Valor del testimonio e importancia de la comunidad
Ser discípulos misioneros significa testimoniar el Evangelio. El
discipulado nace con el “vengan y vean” (Jn 1,39) y continúa en el “vayan y
anuncien” (Mc 16,15) El testimonio constituye una base sólida para la
credibilidad de la Iglesia.
El esfuerzo por formar discípulo-misioneros debe contar con una
comunidad de fe acogedora que acompañe y estimule la misión de los bautizados,
pero que les precede y recibe.
Es necesario fortalecer nuestras comunidades en las parroquias e
igualmente los diferentes movimiento y comunidades eclesiales pues es en ellos
donde se inician y experimentan en la vida cristiana los llamados.
El proceso de iniciación de la vida cristiana debe estar centrado en formar
discípulos misioneros a proceso más mayor que es la evangelización. Con esto estamos
insistiendo que no se trata de llevar a la recepción de los sacramentos de iniciación,
sino a formar discípulos misioneros.
Debemos contar con catequistas bien formados que entiendan los
itinerarios formativos y las metodologías propias de la iniciación a la vida
cristiana y que tengan una mente con la necesaria apertura para conocer y
acompañar a la persona concreta en su descubrimiento de Cristo en su propia
vida. Catequistas testigos, que sean discípulos misioneros que contagien con su
alegría y su profunda convicción de fe a quienes el Señor pone en su camino y que
sean capaces de infundir esperanza.
5. Itinerario catecumenal indicado por el RICA
Un periodo
privilegiado del catecumenado fue en los siglos III-IV, donde consistía en un
proceso de suficiente duración, de acuerdo a las circunstancias del aspirante,
para hacerle despertar la fe, que necesita una madurez para llegar a una
auténtica vida cristiana. Inmediatamente se le añadió una iniciación
sacramental, que lo conduzca a la participación de la muerte y resurrección de
Cristo, ayudado siempre por la comunidad que le permite integrarse
plenamente en el ser misión de la
Iglesia.
·
Una
primera etapa iniciática, precatequesis, tiempo de diálogo, búsqueda y anuncio
de la persona de Cristo. Momento del “primer anuncio” y proclamación del
kerigma. “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu
lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (EG 164).
Este es el anuncio
principal y permanente, constituye el ser y la misión de la Iglesia. Este
anuncio debe proclamarse desde la experiencia de encuentro Con Cristo: lo que
hemos oído, lo que hemos visto, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos
acerca de la Palabra de vida (Jn 1,1).
Este tiempo previo
a la catequesis debe permitir aflorar los interrogantes profundos del ser humano
y se ayude a la persona para que se abra al encuentro del Señor. Al darse este
aprecio por la Buena noticia de Jesús n se realiza el rito de ingreso al
catecumenado, la unción en la frente y también la entrega de los evangelios.
·
La
segunda etapa, el catecumenado propiamente dicho, tiempo dedicado a la
catequesis y a la experiencia integral de la vida cristiana: confesión de fe,
celebración, oración y cambio de vida personal y social personal y social. La
Palabra de Dios estará siempre presente como medio de presentar la historia de
la salvación, de ahí se presentará lo que hay que creer y lo que debe vivir,
como lo que se debe celebrar, percibiendo con alegría que no es una historia
del pasado, sino una historia que también se está realizando en el.
Esta etapa debe
realizarse con alma, sin prisas y que dure el tiempo necesario acorde a la
situación de cada persona. Al finalizar este período llega el momento de
solicitar la administración de los sacramentos de la iniciación y se celebra el
rito de la elección.
·
La
tercera etapa es una etapa de iluminación y purificación, que se realiza
preferentemente durante la cuaresma, se encamina a ayudar a los iniciados a una
conversión personal y prepararse para los sacramentos de iniciación que se
celebran en la Vigilia Pascual. Es el momento de los escrutinios, la entrega
del Símbolo y de la oración dominical. Los escrutinios tienen una relevancia
espacial para resaltar la libertad de elección y el compromiso de cambio y
conversión. La comunidad cristiana que acoge a estos catecúmenos durante la
Vigilia Pascual y la administración de los sacramentos de iniciación, tiene
gran relevancia también.
La
última etapa es la mistagogia, en la cual los neófitos inician su experiencia
de vida cristiana, participan de los sacramentos y se enriquecen con el apoyo
de nuevas catequesis. La mistagogía significa fundamentalmente la necesario
progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y
una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana.
Por supuesto esta
etapa sigue centrada en ale anuncio de la Palabra, pero requiere un ambiente
propicio para permitir que todas las dimensiones de la persona sean integradas
en el camino comunitario de escucha y
respuesta.
Es en este momento
en que la comunidad cristina tiene que expresar de manera muy clara su acogida
los nuevos hermanos y hermanas, como una comunidad con fuerte impulso misionero
y dispuesta siempre a ser una Iglesia samaritana, servidora del mundo en el que
está inmersa.
El itinerario mistagógico
de la catequesis conlleva tres elementos fundamentales: interpretación de los ritos a la luz de los
acontecimientos salvíficos y, en particular, con el Misterio Pascual; la
introducción al significado de los signos litúrgicos, comprensión del lenguaje
y de dichos signos que unidos a la
Palabra constituyen los ritos; la presentación de los ritos en relación con toda la vida cristiana, para
comprender la transformación que se da en las personas por medio de los
misterios celebrados.
La celebración
dominical y el año litúrgico son necesarios para forjar el proyecto de vida
cristiano.
V. Vocación, ministerio y espíritu misionero
del catequista.
El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, paradigma de nuestra
historia de creyentes y de nuestra relación personal y comunitaria con el
Señor.
El catequista testigo de la fe y testigo del Misterio.
Dar testimonio constituye una acción fundamental de la vida de la
Iglesia y que es necesaria para la credibilidad del mensaje que anuncia.
El catequista ha de ser un testigo creíble y constante de su fe y de su
amor a Cristo Resucitado, entregándose por completo al servicio del pueblo de
Dios.
Testigo del Misterio que ilumina y da sentido a su vida cristiana.
Testigo de esperanza, tan necesaria en esta época en que una cultura
tecnificada desvanece el misterio de la existencia personal ante el poder de la
técnica.
Cuando hablamos de misterio desde el punto de vista de la fe, debemos
referirnos a Dios mismo, él nos revela progresivamente su amor y su voluntad
salvífica, manifestándose plenamente en el misterio de Cristo, a través del
cual se nos revela el misterio de Dios y el misterio del hombre.
En la catequesis no debemos tener reparos en hablar un lenguaje directo
a cerca de la muerte, de la resurrección, de la parusía y de la vida eterna.
Confiamos en la gracia de cristo que a través del Evangelio nos revela el
Misterio del Padre y de su amor definitivo que se nos ha revelado en el
Misterio Pascual de Cristo.
En concreto, debemos aceptar con el corazón y la mente las verdades
reveladas y celebrarlas asiduamente en los sacramentos, lo cual expresa el
profundo nexo que existe entre liturgia y catequesis. La catequesis no es un
conjunto de frías doctrinas ni la liturgia como un cúmulo de ritos para
responder a nuestra religiosidad, ambas fundamentales para el encuentro
personal con Cristo.
1. La vocación del Catequista
El nuevo Directorio para la catequesis ha dejado bien en claro que todo
el proceso catequístico está encaminado a una iniciación de la vida cristiana,
que acompañe y ayude a todos a todos los fieles al crecimiento y maduración de
su fe.
Los desafíos que presenta la cultura digital y la globalización tomados
en cuenta por este documento presentan la vocación y misión catequística
necesitada, con gran urgencia, de una sólida formación.
La institución del Ministerio de Catequista nos indica la gran
importancia y labor que desarrollan miles de fieles laicos, mujeres y hombres,
que con gran dedicación y generosidad procuran ser fieles a la misión que
Cristo encomendó a su Iglesia de anunciar la Buena Noticia a todas las gentes.
Los nuevos documentos sobre la
catequesis (Catechesi Tradendae, DGC y el nuevo DC) han presentado a la
catequesis, de una forma clara y precisa, como uno de los momentos importantes
y prioritarios dentro del proceso total de la evangelización, pues “representa
una etapa significativa en la vida cotidiana de la Iglesia para anunciar y
transmitir de manera viva y eficaz la Palabra de Dios” (Benedicto XVI).
El Directorio de catequesis dice textualmente: “En el conjunto de los
ministerios y servicios, con los cuales la Iglesia lleva a cabo su misión
evangelizadora, el “ministerio de la catequesis “ocupa un lugar relevante e
indispensable para el crecimiento de la fe. Este ministerio introduce a la fe
y, junto con el ministerio litúrgico, engendra a los hijos de Dios dentro de la
Iglesia. Por lo tanto, la vocación específica del catequista tiene su raíz en
la vocación común del pueblo de Dios, llamado a servir al plan salvífico de
Dios en favor de la humanidad (DC 110; cf. CT 13).
El testimonio de los cristianos ha sido y seguirá siendo el humus donde
crece y madura la Iglesia. Dios nos hace instrumentos de su gracia mediante la
acción del Espíritu Santo, desde la acogida de la Palabra de Dios en nuestra
mente y corazón para hacerla vida.
Esta íntima relación entre la Palabra y el testimonio catequístico
también es resaltada en la Evangelii Gaudium de Papa Francisco. Los catequistas
están llamados ser siempre verdaderos testigos de la fe, y eso requiere una
formación constante, acompañada por un testimonio de oración y de vida
sacramental, generosa solidaridad y espíritu de caridad evangélica y de
profunda coherencia de vida.
1.1
Ser Catequista, no simplemente trabajar como catequista
El catequista no atribuye a su propia iniciativa o gusto personal la
misión de predicar el Evangelio, sino que lo hace porque ha recibido una misión
que le ha confiado la Iglesia, en nombre de Cristo Resucitado. La catequesis es
un acto profundamente eclesial.
Ser catequista es la vocación, no trabajar como catequista, no es
cuestión de hacer, sino de ser. Esto requiere de todo un proceso de crecimiento
en la fe y de compromiso eclesial; es una vocación dentro de la Iglesia para
cumplir una misión, ayudar a formar en la fe a los demás miembros de la
comunidad, así participa de la misión de Jesús que conduce a los discípulos a
la relación filial con el Padre (DC 112).
El párroco ha de a de elegir personas que puedan responder con seriedad
y compromiso, no solo por su debida capacitación catequética, sino sobre todo
por ser personas que tengan madurez humana y cristiana y apostólica que sirvan
de ejemplo y de aliciente para con quienes comparten y presentan su fe.
Es importante un proceso de selección, no basta la buena intención,
procurar que sean personas con una formación apropiada y que su estilo de vida
pueda ser testimonio creíble para los catequizandos.
El catequista abre su mente y corazón a la acción del Espíritu Santo, y
hace un serio compromiso en su vida de fundamentarla en la escucha frecuente,
meditada y orante de la Palabra de Dios, por la cual adquiere un mejor
conocimiento del Dios misericordioso que nos revela en Jesús, su designio de
salvación, en el Misterio Pascual y en la grandeza de nuestra condición humana.
Y todo ello, vivido con alegría en su participación activa en la celebración
liturgia de la Iglesia y en el ejercicio permanente de la caridad, como parte
de su testimonio de vida.
Esta es la misión que recibe el catequista de la misma Iglesia predicar
y explicar el Evangelio a quienes no conocen al Señor, y en las circunstancias
actuales, a los que bautizados viven en la indiferencia o alejados de la
Iglesia sin descuidar la atención a aquellos que viven su fe cristiana y
quieren profundizar y crecer en ella.
1.2. La importancia de la
catequesis en la acción pastoral
Ya San Juan Pablo II en la carta Redemptoris Missio subrayaba: los
catequistas “son agentes especializados, testigos, directos, evangelizadores
insustituibles, que representan la fuerza básica de las comunidades cristianas.
Han de caminar con Cristo crucificado y Resucitado, pues la catequesis
es profundamente cristocéntrica.
El catequista custodia y alimenta la memoria de Dios, en sí mismo y en
los demás.
·
Los catequistas debemos
preguntarnos por encima de todo: ¿somos nosotros memoria de Dios? ¿Somos
centinelas de Dios para los demás?
Ahí reside nuestro compromiso y testimonio de amor y entrega a todos.
2. Ministerio de catequista
2.1. Proceso de gestación
de este ministerio
Ya en Evangelii nuntiandi de San pablo VI se reconoce la necesidad de
mirar al inicio denuestra comunidad y a las necesidades actuales para
comprender la necesidad de valorar e instituir los ministerios necesarios para
el bien de la comunidad y de la misión evangelizadora. “Tales ministerios,
nuevos en apariencia, pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia
a lo largo de su existencia – catequistas, animadores de la oración y del
canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la
asistencia a los hermanos necesitados, coordinadores de pequeñas comunidades,
responsables de movimientos apostólicos, acompañantes de los jóvenes y
adolescentes u otros responsable -, son preciosos para la implantación, la vida
y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno ella
y hacia los que están lejos (EN 73).
Esta necesidad de instituir el ministerio de catequista se hizo presente
y fue creciendo en la reflexión de la Iglesia creciendo. La urgencia y
necesidad de una seria formación de los catequistas y del cuidado en no
discriminar entre los catequistas que han recibido una formación intensa y la
inmensa mayoría de mujeres y hombres que trabajan voluntariamente en las
parroquias con gran generosidad en este campo, pero solo con una formación
básica. También se tuvo en cuenta en estas reflexiones la importancia del tema
de la remuneración económica para
los ministros catequistas.
2.2. Ministerio que resalta
la responsabilidad de sacerdocio común de los fieles
El 10 de mayo de 2021 el Papa Francisco toma en cuentas estas
observaciones al instituir el ministerio de Catequistas. Con ello se resalta lo
imprescindible del compromiso de los fieles laicos en la obra de la
evangelización. La tarea del catequista, considerada como un ministerio
pastoral, tiene una extraordinaria importancia para la propagación de la fe y
de la Iglesia (AG 17).
Este ministerio laical resalta importancia que tiene la realidad
bautismal en el cumplimiento de la tarea evangelizadora de la Iglesia. Todos
los bautizados participan del sacerdocio de Cristo y han sido consagrados por
la unción del Espíritu Santo, como casa espiritual y sacerdocio santo, a dar
testimonio de el por el mundo entero. Sacerdocio común de los fieles y
sacerdocio ministerial, aunque diferentes, el mismo objetivo: dilatar el Reino
de Dios en la tierra.
Los ministros ordenados y los fieles laicos participan de la misión de
la Iglesia.
Los ministros ordenandos, pastores de toda la comunidad tienen tareas
propias: como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros
para el gobierno. Por su parte los laicos “están llamados a hacer presente y
operante a la iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que solo pueden
llegar a ser sal de la tierra a través de ellos.
2.3. Significado e
importancia de esta institución
Ya en los primeros tiempos de la comunidad cristiana existían bautizados
que ejercían el ministerio de forma más orgánica, permanente y adaptada a las
diversas circunstancias de la vida, la enseñanza de los apóstoles y de los
evangelistas (1 Cor 12, 28-31). Hoy los catequistas también están llamados a
prestar el mismo servicio a la comunidad actual.
El hecho de la institución del ministerio tiene su importancia. Es un
ministerio dentro de la Iglesia, y está encuadrado dentro de los diferentes
carismas o dones que permiten a cada uno, de manera diferente, contribuir a la
edificación de la Iglesia y al anuncio del Evangelio. Son llamados estos
carismas, llamados ministerios por ser reconocidos públicamente e instituidos
por la Iglesia, se ponen a disposición de la comunidad y de su misión de forma
estable.
A diferencia de los ministerios ordenados, que tiene su origen en un
sacramento especifico, los otros ministerios han sido instituidos por la
Iglesia y confiados a través de un rito litúrgico no sacramental a los fieles,
hombre y mujeres, en virtud de una forma peculiar del sacerdocio bautismal y en
ayuda al ministerio ordenado. (SD 12)
Por supuesto este ministerio no
es un cargo honorifico, sino un servicio (Mt 20, 28 y Jn 20, 21-23)); y nace
del mandato de Jesús (Mt 28, 19-20); y se fundamenta en la promesa del Espíritu
Santo prometido por Jesús /Jn 16,13).
La labor del catequista no resta importancia a la misión que tiene el
obispo, en cuanto primer catequista en la diócesis, el cual, juntamente con el
presbítero, tiene la responsabilidad de la acción pastoral.
Este ministerio, que constituye un servicio permanente y estable en la
Iglesia local, es realizado por laicos, como lo exige su naturaleza misma. Sin
embargo, no todos los catequistas serán instituidos ministros, sino aquellos
que habiendo hecho un serio discernimiento y hayan recibido la debida
preparación serán llamados. Las tareas son múltiples: dirigir o coordinar los
procesos catequísticos de las diócesis, o de las comunidades parroquiales,
encargarse de manera particular del catecumenado de adultos, y otras tareas que
les encargue su obispo o su párroco. Por supuesto otra novedad es que el
ministerio es abierto a las mujeres.
Será pues, responsabilidad de los responsables tener en cuenta la
madurez de humana y cristiana de los candidatos, su espíritu apostólico, su
participación activa en la comunidad, su generosidad y comunión fraterna, como
también su previa experiencia catequística y su disponibilidad para prestar
este servicio donde el obispo considere que sea necesario. Todo esto acompañado
de una sólida preparación bíblica, teológica y pastoral, una sensibilidad
espiritual, pedagógica, a través de la oración, el estudio y la praxis de
comunicación de la de la fe, (cf. AM 8).
3. La misión del catequista
Los catequistas deben esforzarse por ser personas que vivan su fe con
profundo sentido de Iglesia, que escuchen y lleven a su corazón la Palabra de
Dios y se alimenten de la Eucaristía, que traten de vivir las enseñanzas de
Jesús y estén dispuestos a dar testimonio de vida cristiana. De amor y servicio
incondicional.
La verdad, que esto que acabo de escribir, es un proyecto de vida para
cualquier cristiano que en verdad quiere ser discípulo misionero de Jesús.
Manifestar nuestra alegría de centrarnos con Jesús y querer que los
demás experimenten esa misma alegría.
Todo catequista a nacido en la Iglesia y ha recibido de ella tantos
dones. Su participación y compromiso en la comunidad, por consiguiente, no es
algo secundario, sino un elemento fundamental para poder ejercer el cargo
eclesial que recibe.
Algunas veces me preguntan ¿Cómo sé que estoy preparado para ser
catequista? Yo suelo contestar: Comparte con alegría y generosidad lo que
sientes en tu corazón; “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado
nuestras manos, es lo que les anunciamos: la Palabra de vida” (1 Jn 1,1).
3.1. Testigo, profeta,
maestro y acompañante
Ser testigo es una característica esencial del catequista: el gozo y la
alegría de su encuentro con Jesús y la escucha de su Palabra deben ser el
centro de su compartir su fe con los catequizandos a través de su vida y su
actuación.
Pero es profeta porque tiene la misión de anunciar con vigor y alegría
la Buena Noticia de Jesús. Es maestro porque ha recibido el encargo de instruir
y enseñar para introducir a las personas que están bajo su cuidado en el
misterio de Dios que se nos ha revelado en la Pascua de Cristo. Estas acciones
deben ser realizadas con el afecto y la responsabilidad de quien asume el papel
de acompañante cercano y sincero, con la inteligencia de saberse hacerse a un
lado cuando lo exige la responsabilidad de que los sujetos sean protagonistas
de su propio camino.
Todo ello se ha de vivir atento a la realidad cultural y social de donde
se vive, para que pueda presentar un mensaje que se encarne y responda a los
retos que presenta la sociedad de hoy.
Todo catequista ha de sentirse, en todo momento, un discípulo misionero
en su empeño en llevar el primer anuncio, acompañado de una presentación clara
del kerigma, valorando la mistagogia que permite al iniciado en la experiencia
de la vida de la comunidad y el servicio de la caridad. Con un acompañamiento personal, contando con
el apoyo de una comunidad cristiana en el proceso de los urinarios
catequísticos al estilo catecumenal.
3.2. Misión que se cumple
en y con la comunidad eclesial
La vivencia comunitaria de nuestra fe es débil y a veces parece
inexistente, son muy frecuentes las expresiones de un individualismo exagerado,
por eso es muy importante no podemos seguir formando en la fe con cursos
pre-sacramentales, sin involucrar a la comunidad en los procesos formativos.
“la
comunidad cristiana es el origen, lugar y meta de la catequesis. De la
comunidad cristiana nace siempre el anuncio del Evangelio, invitando a los
hombres y mujeres a convertirse y a seguir a Jesucristo. Y es esa misma
comunidad la que acoge a los que desean conocer al Señor y adentrarse en una
vida nueva. Ella acompaña a los catecúmenos y catequizandos en su itinerario
catequístico y, con solicitud materna, les hace participes de su propia
experiencia de fe y les incorpora en su seno (DGC 245).
La fe se
profesa, se celebra, se expresa y se vive sobre todo en la comunidad. La
dimensión comunitaria es parte integral de la vida cristiana. El catequista
actúa en nombre la Iglesia que le ha dado ese encargo, ha de vivir y sentirse
parte vida de la comunidad eclesial que le permite construir una firme amistad
con sus catequizandos y compartir con ellos sus alegrías y sufrimientos.
Así surgirá un “sentido de pertenencia a la Iglesia, educando en el
sentido de comunión eclesial, promoviendo la aceptación del Magisterio, la
comunicación con los pastores y el diálogo fraterno; formando en el sentido de
la corresponsabilidad eclesial, contribuyendo, como sujetos activos, a la
edificación de la comunidad y, como discípulos misioneros, a su crecimiento”
(DC 89).
Estamos
en un momento particular en que se hace más necesario valorar la vida
comunitaria como miembros de una casa común, como familia en donde fraternalmente
podamos seguir las huellas de Jesús. Hay que romper el aislamiento y el
anonimato en los ambientes cada vez más urbanos. Romper la búsqueda de formas
de espiritualidad sin comunidad, impulsadas por una teología de la prosperidad
sin compromisos fraternos, no es suficiente encontrar alivio y seguridad hay
que crecer en fraternidad y compromiso. Pasión por la evangelización,
auténticos discípulos misioneros.
3.3. Responsabilidad del obispo
Sabemos
que en la Iglesia el obispo es el catequista por excelencia, el primero que
tiene la responsabilidad de anunciar el Evangelio con las palabras y con el
testimonio de vida.
Ha de
ejercer su solicitud mediante intervenciones directas que susciten y conserven
una catequesis activa y eficaz. Promover y formar a los catequistas ha de ser
otra de sus prioridades, es su labor importante convocar a los laicos, hombres
y mujeres, que puedan prestar un servicio estable como ministros catequistas.
También
es su preocupación que en los seminarios y en las casas de formación de la vida
consagrada se dé un proceso formativo en este campo de la catequesis. En los
últimos años se encuentra un gran vacío ya que en muchos de estos centros se ha
suprimido la catedra de catequética. (DC 152)
3.4. Compromiso de los presbíteros, diáconos y miembros de la vida
consagrada.
Los
presbíteros son los primeros colaboradores del obispo, tienen la
responsabilidad de animar, coordinar y dirigir la actividad catequística de la
comunidad que les ha sido confiada.
El
párroco debe tomar conciencia de ser catequista de los catequistas.
Es su
responsabilidad ofrecerles una sólida formación para que ellos maduren en la
fe. Deben saber elegir a las personas que van a cumplir la misión
evangelizadora, suscitando en ellas su sentido de corresponsabilidad eclesial.
Procurar
que la labor del catequista tenga una profunda relación con la celebración
litúrgica y el ejercicio de la caridad en profunda armonía con toda la labor
pastoral parroquial. Debe estar atento por no dejarse llevar por el
subjetivismo pastoral y valorar las normas diocesanas y los itinerarios que
allí se establecen (DC 316).
Los
diáconos también están llamados a prestar su servicio catequístico en las
comunidades parroquiales, desde su compromiso con la diaconía de la Palabra y
de la caridad, pero especialmente en los lugares más necesitados: hospitales,
cárceles, centros de inmigrantes, familias en situaciones especiales, los
jóvenes con problemas, todo aquello que el Papa Francesco llama “periferias
existenciales.
La vida
consagrada debería ser una catequesis viva presente en la vida de la comunidad
cristiana, por eso, su opción por el servicio catequístico es parte de todo
carisma religioso, y alejarse de mismo es perder su identidad de consagrados al
servicio del Evangelio y de la sociedad.
3.5. Protagonismo de los laicos e importante labor de las mujeres
Los
laicos han cumplido una extraordinaria misión eclesial participando en la
animación de las comunidades cristianas. Por estar plenamente insertados en el
mundo y compartir con los demás hombres y mujeres sus inquietudes y
aspiraciones les permite llegar más hondo al corazón de las personas que les
rodean y comprometerse con ellos de múltiples maneras, e impregnar con el
Espíritu del Evangelio esas realidades temporales que comparten (DC 121).
Las
mujeres, en particular, prestan una extraordinaria labor con su presencia
generosa y comprometida en la misión eclesial. Como as primeras discípulas de
Jesús, son ellas las que siguen anunciando el inmenso gozo de su encuentro con
él (cf. Mc 16, 9-19; Lc 24, 1-10; Jn 20, 1-18) , (Lc 8,1.3;Jn 4,28-29).
Ellas
aportan su sensibilidad específica, su pasión, dedicación y competencia en la
labor catequética y unidas a los varones realizan una labor imprescindible en
la tarea catequética. Este momento exige una presencia joven esta
responsabilidad eclesial, para que infundan entusiasmo, creatividad y
testimonio en el actual contexto de la cultura digital.
3.6. El rol de la parroquia
La
parroquia es el lugar privilegiado para labor catequética sin olvidar lugres
como la escuela, los movimientos eclesiales y asociaciones apostólicas, pero la
parroquia sigue siendo una referencia importante, para el pueblo cristiano, en
la que se educa en la confesión de una misma fe y en la pertenencia a la
Iglesia y en donde todos los bautizados deben tomar conciencia de ser pueblo de
Dios y de pertenecer, por consiguiente, a una casa de familia, fraternal y
acogedora (cf. CT 67).
Tristemente
muchas parroquias se han convertido en una especie de simples “estaciones de
servicio” donde se administran los sacramentos y se realizan múltiples tareas,
pero sin ahondar en el sentido profundo que debe tener para evangelizar y
responderá las exigencias de los miembros de su comunidad, como también a los
grandes desafíos que nos platea la sociedad actual, se va tomando conciencia de
la necesidad de repensarlas y renovarlas (EG)
Necesitamos
parroquias que sean auténticas comunidades misioneras en donde la evangelización
constituya la principal y fundamental tarea; comunidades samaritanas que acojan
las angustias y esperanzas de los hombres; comunidades que vivan el espíritu
sinodal para que, dejando de lado todo rasgo de clericalismo, propicien la
participación y compromiso de los fieles laicos y en donde haya amplios espacios
de escucha y de diálogo.
Constantemente
debe preguntarse qué tipo de catequesis debe proponerse en los nuevos contextos
sociales y culturales. Siendo conscientes de los grandes cambios, de todo tipo,
que se han producidos en nuestra sociedad, hemos de asumir una verdadera
conversión pastoral y misionera que impulse la fuerza evangelizadora, en donde
también la catequesis se sienta llamada a esta conversión para impulsar con
fuerza el primer anuncio y proponer procesos de formación en la fe de
inspiración catecumenal.
3.7. La familia llamada a ser de nuevo
transmisora de la fe
En el
seno del hogar debe propiciarse un constante ejemplo de vida de los padres y
adultos que viven en el entorno familiar; una práctica de oración y una asidua
participación en la Eucaristía dominical, para poder transmitir a los hijos la
belleza de la fe cristiana.
La
familia como la sociedad hoy se encuentra enfrentada a un cambio cultural
profundo que ha desdibujado su gran valor y su vocación de ser reflejo vivo del
amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo por la Iglesia.
La
indiferencia y la obsesión de convertir todo lo religioso en algo privado ha
alejado a familia de su vínculo con la comunidad cristiana lo cual hace que
muchos hogares católicos no estén evangelizados.
Hay
situaciones muy difíciles que dificultan que los padres puedan cumplir su
misión evangelizadora dentro de la familia: el trabajo que obliga a los padres
y madres a salir de sus hogares, la precariedad del mismo trabajo y los
salarios que no alcanzan para cubrir las necesidades del hogar, la falta de
vivienda y el impacto de ideologías que desvalorizan la familia hace que la
tarea sea muy ardua.
Pero
tenemos que reconocer que sigue habiendo numerosas familias cristianas que se
esfuerzan por vivir en sus hogares un ambiente de lleno de amor y de ternura,
de comprensión y dialogo, de respeto mutuo y colaboración viven con seriedad y
alegría su fe en Dios, su pertenencia a la Iglesia, su participación
sacramental y procuran dar un buen testimonio a sus hijos.
Los
padres siguen siendo los primeros que enseñen a sus hijos a amar a Jesús y a su
santísima madre e introducirlos en la vida de fe. Ello nos compromete a todos a
favorecer que los padres cumplan con alegría esta misión, sean verdaderos
catequistas de sus hijos. En la transmisión de la fe al interior de la familia
lo importante un testimonio de vida cristina, lleno de autenticidad y alegría.
Para mantenerse en esta tarea, los padres deben procurar alimentarse de la
Palabra de Dios, orar con ella, tratar de descubrir lo que el Señor les quiere
comunicar, llevarla a su corazón, asumirla como conducta de vida y, de esa
manera, convertirse en misioneros en su propio hogar. Igualmente deben expresar
la alegría del encuentro del encuentro del Señor en la santa Misa y ser modelos
de caridad y misericordia.
Esta
misión se extiende a todos los miembros del hogar, todos evangelizan y son
evangelizados (EN 71). Los abuelos ocupan un lugar preferencial en la
transmisión de la fe en el hogar para los niños y los jóvenes.
4.
El catequista, discípulo misionero
No
olvidemos que estamos en un cambio de época, las seguridades que el régimen de
cristiandad ofrecía a la pastoral ya no existen, las dificultades que se
presentan en la actualidad para a transmisión de la fe nos obligan a revisar
nuestro modo de enfrentar los desafíos que la cultura, la globalidad y el mundo
digital presentan a la transmisión de nuestra fe.
La
primera actitud es no quedarnos paralizados, tenemos que salir para seguir el
impulso que el Señor quiere dar a la Iglesia, para que sea una comunidad de
discípulos que vivan y transmitan la alegría misionera.
Tenemos
que dar vida a la Palabra que comunicamos, saliendo a anunciar a Jesucristo,
buscando y acompañando a los lejanos e invitando a los excluidos, atentos a ser
los primeros que demos testimonio de amor y misericordia (cf.EG 20-24). Ya no
podemos esperar que sean las personas las quienes vengan a tocar a nuestras
puertas, sino que la Iglesia misma es la que tienen que salir al encuentro de
las gentes.
Para ello
debemos tener un mayor y profundo sentimiento de pertenencia a la Iglesia, de
amarla y servirla con un compromiso cada vez más entroncado en el Evangelio. El
catequista discípulo misionero, está llamado a dar testimonio de su fe, a “dar
razón de su esperanza” (1Pe 3,15). En cuanto discípulo debe ser una persona que
sienta la necesidad de ponerse a los pies del maestro, para escucharlo,
imitarlo y asimilar la palabra que ha de transmitir, pero al mismo tiempo con
gran humildad sepa dialogar con las personas a quienes acompaña en el campo de
la fe, pues también de ellas puede aprender mucho y podrá ayudarles mejor
teniendo en cuenta su propia realidad.
Pasar de
un pastoral de conversación a una pastoral misionera. Los catequistas deben
asumir junto con su párroco este compromiso a favor de una pastoral misionera.
Ello exige una verdadera conversión pastoral para cambiar de actitud ante la
necesidad de comunicar el mensaje, la mera transmisión de verdades heredadas,
que repiten contenidos doctrinales aprendidos de memoria o debidamente
presentados por algún testo catequístico, por una propuesta del Evangelio de
Cristo, que parte de la experiencia personal, como algo que ha de dar sentido a
la existencia humana y transformar la vida de quienes escuchan su mensaje.
Discípulos
misioneros que “comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el
don del encuentro con Jesucristo” (DA14), el cual constituye el mayor tesoro
que tiene la Iglesia. Así actuaron los primeros discípulos, cuya vocación se
inició con un encuentro con Jesús. Les llamó para que vivieran como vivía y
para que conociéndolo lo siguieran y vivieran como él. Este vivir con Jesús es lo esencial de
seguir a Jesús.
Todo
catequista a su manera debe tener la experiencia de un encuentro personal con
el Señor. El encuentro de Pablo con Jesús es impactante y podemos apropiarlo
para cada uno de nosotros. Es un auténtico paradigma del encuentro con el
Señor, de tal manera que por su fuerza en nosotros podamos llegar a decir con
Pablo: “sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo” (1Cor 11,1).
Benedicto
XVI en una preciosa síntesis presentó lo que debemos entender por discípulos del
Señor: Llegar a conocer a Cristo, acogiendo su invitación a escucharlo tal como
nos habla en el texto de la Sagrada Escritura, como se dirige a nosotros y sale
a nuestro encuentro en la oración común de la Iglesia, en los sacramentos y en
el testimonio de los Santos. Caminar junto con él, tener sus mismos
sentimientos, como dice la carta a los Filipenses (cf. Fil 2,5). Tener el mismo
amor, formar una sola alma, estar de acuerdo, no hacer nada por rivalidad y
vanagloria, no buscar cada uno solo sus intereses, sino también los de los
demás (cf. Fil 2,2-4).
El hecho
de ser discípulos conlleva el que seamos misioneros, puesto que el discípulo ha
sido llamado para que cumpla una misión: anunciar con gozo y compartir la
alegría del encuentro con Cristo, es decir, transmitir el gran regalo del Reino
en medio de nosotros (Cf. Mt 28,19; Lc 24,46-48) (Jn 1,41; Jn 4,39; Hch 9,20).
VI URGENCIA DE UNA SERIA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS
“La
Palabra de Dios está siempre viva, en todos los momentos de la historia, hasta
nuestros días, porque la Iglesia la actualiza a través de su fiel transmisión,
la celebración de los sacramentos y el testimonio de los creyentes” (Benedicto
XVI).
La fuerza
de la Palabra no depende, en primer lugar, de nuestra acción, de nuestros
medios, de nuestro “hacer”, sino de Dios; en segundo lugar, porque la semilla
de la Palabra, cae también hoy en un terreno bueno que la acoge y produce fruto
(Cf. Mt 13, 3-39); el tercer motivo es que el anuncio del Evangelio ha llegado
efectivamente hasta los confines del mundo y que incluso en medio de la
indiferencia, la incomprensión y la persecución, muchos siguen abriendo con
valentía, aun hoy, el corazón y la mente para acoger la invitación de Cristo a
encontrarse con él y convertirse en discípulos.
Con
responsabilidad hemos de responder a este compromiso dela fe y decir “Aquí
estoy, mándame” (Is 6,8), confiando siempre en la promesa hecha por Jesús a su
Iglesia: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”
(Mt 28,20).
La
formación tiene como finalidad concientizar a los catequistas de ser, como
bautizados, verdaderos discípulos misioneros. Para cumplir esta responsabilidad
en favor de la comunicación de la fe y del acompañamiento a los hermanos
facilitar los conocimientos y habilidades para cumplir esta misión. La
finalidad cristocéntrica de la catequesis centra la formación de los
catequistas (DC 132).
1.
La nueva etapa evangelizadora exige una adecuada formación
Esta nueva etapa evangelizadora que plantea la necesidad de una
catequesis que incida profundamente en la vida del creyente, ha de ser una
catequesis de iniciación a la vida cristiana.
En el nuevo paradigma de la catequesis hemos señalado la importancia del
anuncio, es entonces oportuno que el catequista sea el primero que reciba en su
formación el kerigma, para que renueve su compromiso, su conversión y la
aceptación del Señor en su vida. El catequista es el primero en sentir el
encuentro con el misterio de Cristo y su persona.
La experiencia gozosa y llena de esperanza de ese encuentro con Cristo
que comparte los catequistas con sus catequizando debe motivarlos a todos a
hacerse más prestes en el mundo de a cultura y en la vida social en general con
la fuerza transformadora que ellos mismos han experimentado y los convierte en
evangelizadores llenos de entusiasmo y de la alegría de la fe, protagonistas de
la nueva evangelización.
1.1.
Formación
Formación
tiene que ver con la manera de hacer algo o expresar contenido de un texto,
como también la formula o el modo de proceder en algo. La formación ha sido
reconocida como una necesidad previa a la nueva evangelización. Quien
evangeliza ha de haber sido evangelizado primero y ser testigo válido que ha
sido formado para escuchar la llamada de Jesús, para poder seguirlo como él nos
pide.
“La
formación es un proceso permanente que, bajo la guía del Espíritu y en el seno
vivo de la comunidad cristiana, ayuda al bautizado a tomar forma, es decir, a
desvelar su identidad más profunda, que es la de hijo de Dios en una relación
de profunda comunión con los demás.” La formación perfecciona las habilidades
humanas y conforma a los bautizados con Jesucristo, moldeando en sus corazones
su rostro de Hijo (Cf. Gal 4,19), enviado por el Padre para anunciar el mensaje
de salvación a los pobres (Lc 4,18). (DC 31)
1.2.
Formar para responder a los
desafíos actuales
Para formar catequistas que sean buenos discípulos
misioneros, tenemos que tener muy en cuenta la situación actual de
transformación y de crisis que estamos viviendo en muchos campos, a raíz de los
profundos cambios culturales, lo que ha implicado extraordinarios cambios a los
presupuestos vitales que teníamos hace tiempo.
Como formar en un medio cultural en el que lo
valioso parecer ser no precisamente las formas sino la vivencia de experiencias
que transgreden las formas, que las mezclan, las disuelven y las transforman
incesantemente.
De muchos jóvenes y no tan jóvenes se dice que
viven en el “sexto continente, el continente digital, mundo en que habitan que
consideran su hogar. Se trata de jóvenes idealistas e impacientes, que queren
cambar el mundo que les rodea, que buscan pasarlo bien en la vida, divertirse,
ser originales y creativos en el trabajo, que no tienen miedo a salir y
adaptarse a nuevas culturas y que tratan de tener una buena preparación; pero
al mismo tiempo son individualistas, confían mucho en sí mismos y son menos
religiosos que las generaciones anterioreres.
Ser creyente en la actualidad no es lo mismo que
ser creyente en la época de cristiandad, no se cuenta con la seguridad de una
tradición religiosa consolidada, ni tan poco con la transmisión de la fe por
parte de la familia. Por el contrario estamos en una sociedad que cuestiona
permanentemente la validez de la fe misma, el valor y el sentido que pueda
tener el hecho de creer, una sociedad laica y plural fuertemente soportada por la ciencia y la
tecnología.
Todo ello va creando serios interrogantes: ¿cómo
hablar de Dios y relacionarse con el de manera personal sin perder la
transcendencia? Sin reducirlo a una simple energía sustitutiva de lo que no
puede explicar la ciencia. ¿cómo ser cristiano en una sociedad tan cambiante,
secularizada y relativista?
En lo que hemos llamado cambio de época debemos fe
pensar los modos de transmitir la fe para que lo que anunciamos diga algo que
tenga sentido y pueda ser comprendido por la gente de hoy. Lamentablemente
muchos cristianos han perdido su identidad, se ha amoldado a las costumbres y
mentalidad del mundo que les rodea, tiene temor de presentarse como personas de
fe. Ser cristiano hoy no es popular y exige valor y coherencia.
Esto nos indica la urgencia de ayudar a recuperar y
formar un sentido de identidad y pertenencia que permita situarse y superar la
oferta de una felicidad efímera, que satisface un instante, pero enseguida deja
tristeza e insatisfacción.
La formación de los catequistas no es cuestión de
conocimiento y competencias específica para transmitir los contenidos de la fe,
sino que debe buscar que la catequesis se a un proceso que trace un sólido
itinerario de crecimiento y maduración en la fe.
En la Aparecida ya se señalaron estos aspectos
fundamentales para el proceso de formación de los catequistas:
· Propiciar un encuentro con
Jesucristo para que quien busque al Señor, al llevar a su corazón el anuncio
del kerigma, responda con alegría a su llamada;
· Conducir a la conversión como
respuesta de dicho encuentro, cambiando su modo de pensar y de vivir, aceptando
la cruz de Cristo para morir al pecado y alcanzar la vida;
· Fortalecer el discipulado para
perseverar en la vida cristiana, profundizando el conocimiento de la persona y
la doctrina de Jesús, a través de la catequesis y la participación en los
sacramentos;
· Vivir la comunión de manera
fraterna, pues no hay vida cristiana sino en comunidad, participando en la vida
de la Iglesia, en el encuentro con los hermanos, mostrando su amor a Cristo en
el servicio y la solidaridad;
· Salir en misión a anunciar a
Jesucristo muerto y resucitado, para compartir la alegría de haber encontrado
al Señor y de ser enviado a anunciar al mundo la salvación que él nos ha traído
(DA 278).
Este itinerario solo se puede
recorrer en la comunidad donde se desarrolla el camino de fe. Una formación
cristocéntrica y eclesial para llevar a cabo la misión evangelizadora. La
comunidad, por su parte, de brindar a los catequistas acompañamiento personal y
espiritual, puesto que quien evangeliza ha de ser un ejemplo de vida cristiana
y de compromiso eclesial.
1.3.
Formación de
catequistas discípulos misioneros.
Es bueno recordar como Jesús preparó a sus
discípulos antes de enviarles a la misión. Les predico con sencillez la Buena
nueva explicándoles sus parábolas (Mt 13,18-23) e iniciándoles en la oración
(Mt 6,9-15) y les animó y fortaleció enviándoles el Espíritu Santo (Jn 14,
16-17).
Formar como Jesús es darle el puesto primordial a
la Palabra de Dios. La catequesis debe acompañar al pueblo de Dios favoreciendo
la animación pastoral bíblica. El pase de Lc 24,13-35 es un modelo de una
catequesis en cuyo centro está la “explicación de las Escrituras”.
Llegar a formar discípulos misioneros, cristianos,
que, a partir de su encuentro personal y comunitario con Jesucristo, logren una
sincera conversión, se alimenten de la Palabra de Dios y de la Eucaristía y
reconozcan a Cristo como el maestro que los conduce y acompaña. Discípulos
integrados fraternalmente en la comunidad, anuncien con gozo a Cristo muerto y
resucitado y hagan visible el amor del mismo Cristo, en el servicio de las
personas necesitadas (DA, 278; EG120).
2.
Dimensiones importantes de la
formación
2.1.
Formar en la importancia de la
Palabra de Dios
Renovar la catequesis es asimilar la Palabra de
Dios y hacerla vida. Esto dijo el cardenal Ratzinger: “La catastrófica falta de
éxito de la catequesis moderna es demasiado evidente” ( Cf Mirar el credo). No
son las teorías astutamente pensadas o las doctrinas bien presentadas. Lo que
dará vigor a la catequesis, sino la relación entre la verdad autentica y la
garantía en la vida de esta ver verdad es la que puede hacer brillar la
evidencia de la fe esperada por el corazón humano; solo a través de esta puerta
entrará el Espíritu en el mundo.
No se trata de inventar nuevos programas, el
programa ya existe: presentar la persona de Cristo, lo que hay que conocer,
amar e imitar, para vivir en la vida trinitaria y transformar con él la
historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (NMi 29).
El mensaje revelado que transmite el catequista
nace de la Palabra. Parte de la confesión de fe u conduce a la confesión de fe
de quien recibe el mensaje que contiene la sustancia vital del anuncio
evangélico. Por ello el catequista es testigo de la fe y centinela de la
memoria de Dios.
Todo ello debe alimentarse con una espiritualidad
misionera evangelizadora: un encuentro con los demás, compromiso con el mundo y
una pasión por la evangelización, esto alimenta la vida del catequista y lo
salva del individualismo, del intimismo, de la crisis de identidad y de perder
la ilusión en la acción (DC 135ª).
Ejercer este ministerio de la catequesis en nombre
y en medio de la comunidad exige del catequista lo mejor de sí; en el ser
verdaderamente catequista; el saber, es decir, estudio y
conocimiento de aquello que transmite; el saber hacer, que se refiere al modo
pedagógico y educativo en la comunicación del mensaje y, finalmente, el
saber estar con, que implica el respeto a los demás, el saber compartir
y vivir en comunidad.
2.2.
Saber cumplir la misión que le ha
sido encomendada
El catequista maestro, educador y testigo, con una
preparación bíblica, doctrinal, catequética y pastoral que le permite saber los
contenidos de la fe. Conocer las grandes etapas de la salvación y la historia
de la Iglesia a luz del Misterio Pascual, los núcleos esenciales de la
experiencia cristiana: el Símbolo de la fe, la liturgia y los sacramentos, la
vida moral y la oración (DC144).
Posea la pedagogía apropiada, para llegar a ser un
buen educador y comunicador de su experiencia de vida a los demás y transmitir
los conocimientos básicos de nuestra fe cristiana. Con el impulso del Espíritu
Santo puede ayudar a la recta maduración del proceso de fe del catequizando.
Recordemos que el catequista tiene el compromiso de poner a uno no sólo en
contacto sino en comunión e intimidad con Jesucristo (CT 5).
La importancia de un lenguaje que sea comprensible
a las personas que lo escuchan, comunicar con ellas de manera sencilla y clara,
compartir la vida de la gente a la que se dirige y conocer su realidad, su modo
de pensar y de expresarse.
Ser maestro y mistagogo, acompañante y educador,
con el fin de transmitir con fidelidad la Palabra, reavivar la memoria de toda la
acción salvífica de Dios y dar un testimonio de vida que conduzca a la
santidad.
Nos vamos a detener en un criterio importante en la
formación de los catequistas: el acompañamiento, por medio del cual aprendan a
tener experiencia de ser acompañados para crecer en el discipulado y de
acompañar a los que están bajo su responsabilidad, con una gran dosis de
humildad, de acogida incondicional y un profundo respeto por los otros.
El catequista debe ser una persona de una
preparación moral sólida, también en lo
relativo a la doctrina social de la iglesia, una clara opción por la justicia y por los más pobres y rechazados
de la sociedad e igualmente el respeto por la casa común.
El catequista reconoce la necesidad de iniciar
procesos catequísticos que, con una adecuada planificación y una buena
programación atenderá a todas las tareas propias de la acción catequética.
Hemos insistido a lo largo de este escrito que no
hay que caer en la tentación de suponer que se trata simplemente de nuevas
técnica o estrategias pedagógicas.
Dar prioridad a los procesos de iniciación
cristiana, dentro del estilo catecumenal y espíritu misionero, los catequistas
tienen que renovarse y hacer un esfuerzo para vivir en propia persona los
procesos que presentan alos que se inician o reinician su vida de fe.
Un estilo sencillo, alegre y comprometido propio de
personas que han hecho libremente su opción de fe, que han aceptado con gozo a
Jesucristo en su vida y que sean capaces de dar un testimonio de caridad y
coherencia de vida.
2.3.
Saber vivir y compartir en
comunidad
La comunidad
cristiana es la responsable de todo el proceso catequístico por eso el
catequista es parte fundamental de la comunidad y actuar como tal: inserción en
ella, colaboración y relación con todos sus miembros. Vivir su vocación con
espíritu profundamente comunitario.
Todo catequista debe estar abierto al Espíritu
Santo y tener plena conciencia de que actúan en su nombre. Es necesaria la
oración pues la fe que se quiere compartir es un don que solo Dios concede
gratuitamente. El catequizando debe asumir también esta acción divina y
responder positivamente.
Los catequistas son como facilitadores en el
diálogo entre Dios y el catequizando. En un clima de escucha, de acción de
gracias y de oración ayudará a percibir la acción de Dios a lo largo de todo el
proceso educativo y se promoverá su participación activa (DGC 145).
Los catequistas ayudan a formar la comunidad
cristiana, deben ser personas maduras, que tengan conciencia eclesial, que
posean un equilibrio afectivo, respetuosos de los niños, adolescente y jóvenes
que no se produzcan y las lamentables situaciones de abusos.
" Saber estar con” es hoy una exigencia
particularmente importante de los catequistas para tener preocupación,
solidaridad y misericordia especialmente en relación con aquellos que sufren la
pobreza y la exclusión social. “Saber estar con” quiere decir entonces
capacidad de comprender la necesidad de convivir, de sentirse integrado a una
comunidad cristiana y de poder comunicar esa experiencia de integración, de
comunión y de participación. Ejercer un sentido crítico que, con profundo
respeto y equilibrio emocional hacia los demás, que le ayuden a establecer
sanas relaciones que sostengan y enriquezcan su fe (DC142).
En esta tarea de forma y construir comunidad,
reflejo de la Trinidad, donde se viva el amor y comunión con todos (1Jn4,20-21),
formar pequeñas comunidades dentro de la parroquia permitirá construir una
comunidad de comunidades donde se logra esta relación armoniosa entre
catequistas y miembros de la comunidad, con dialogo, acompañamiento, con
atención a los demás compartiendo alegrías y sufrimientos.
El directorio recomienda que los catequistas tengan
una experiencia de grupo, la cual ha de ser fomentada por los mismos
catequistas, a fin de que en los grupos tanto los niños y niñas, como los
jóvenes y adultos sientan necesidad de relaciones auténticas y puedan tener una
experiencia de comunidad en la que florezca el intercambio y la comunicación y
sirva de apoyo para el crecimiento de sus miembros y facilite el sentido de
identidad y pertenencia eclesial (Cf. DC 218-220).
3.
Parámetros para la formación
3.1 Conocer
y seguir a Jesús
Adquirir una gran familiaridad con Cristo. El
discípulo debe estar con su maestro para escucharlo y aprender de él. Solo de
esta manera el catequista superará la autoreferencialidad y todo encerramiento
en sí mismo. Para cumplir con la tarea evangelizadora en todas sus formas se
requiere mucha oración, “sin ella toda acción en la Iglesia corre el riesgo de
quedarse vacía y el anuncio carece de alma” (EG 259).
Es discípulo es una vocación. Todos los bautizados
estamos llamados a ser discípulos del Señor. La primera responsabilidad para
cumplir el mandato misionero es el de hacer discípulos que salgan a comunicar
la experiencia y transmitan con fidelidad la Palabra del Señor e inviten a sus
hermanos a que vayan y lo escuchen personalmente. Evangelizar es más que
realizar una tarea es realizar nuestra vocación de discípulos misioneros.
3.2.
Evangelizadores con Espíritu
Una
evangelización soportada y alentada por el Espíritu Santo, que es el que a lo
largo de toda la historia de la Iglesia a ha acompañado, fortalecido e impulsado
al Pueblo de Dios y a sus pastores para
cumplir con fidelidad y coraje la misión que les ha sido encomendada: Vayan
y hagan que todo los pueblos sean mis discípulos…”
(Mt 28, 19-20).
Los catequistas y todos los discípulos misioneros necesitan
una seria formación espiritual. Deben ser evangelizadores con Espíritu que
sepqn cultivar su relación con el Señor por medio no solo de la oración, sino
que necesitan alimentarse de la Palabra y de la Eucaristía, propiciando
momentos de adoración para que , al estar en presencia del Señor, adquieran un
espíritu contemplativo que alimente y refuerce su amor a Jesús y se dejen
cautivar por él, para salir a comunicarlo con la palabra y con el ejmplo de
vida (Cf. EG 262.264).
Ello permitirá que los catequistas que no
distorsionen la imagen de Dios revelada por Jesús y no conciban la fe como algo
privado, individualista, centrada en actos piadosos y alejada de la realidad
que les rodea, sino que deben entenderla y vivirla como una relación personal
con Cristo, con un claro compromiso social y de pertenencia eclesial que les impulse
a lo largo de su existencia.
Ser misericordiosos como Jesús. Esto hace que el
catequista tenga una vivencia integral de fe y de su sentido de pertenencia a
la Iglesia, la misericordia es un criterio de credibilidad de la fe, pues ante
el mundo, “la credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor
misericordioso y compasivo” (Francisco).
3.3. Ímpetu
misionero
La conversión pastoral y misionera es una actitud
que debe estar permanente presente en el catequista lo mismo que toda la
comunidad cristiana. No podemos seguir transmitiendo la fe sin tener en cuenta
las grandes trasformaciones de la humanidad que nos exigen renovación y un de
actitud y estilo.
Salir a buscar a aquellos que se dentro de la
Iglesia han alejado de la Iglesia, a los que han abandonado la fe, a los que no
conocen a Cristo, sin descuidar a aquellos que permanecen fieles y activos. Ser
misionero conlleva deseo de amar como
Jesús a todos los que encuentra en el camino.
Conversión pastoral tiene también que ver con
reconocer que durante mucho tiempo se dejó de lado el anuncio explícito y
testimonial que debería conducir al encuentro personal con Cristo, se abandonó
el acercamiento a la Palabra de Dios y se pasó directamente a la praxis
sacramental. Ahora somos más consciente que en el proceso de nacimiento,
crecimiento y maduración de la fe es indispensable recurrir a la Palabra de
Dios, para escuchar al Señor y saber cómo responderle: La respuesta propia del
hombre al Dios que habla es la fe. Para ello el hombre debe abrir la mente y el
corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de
Dios presente en las Sagradas Escrituras, “la fe nace del mensaje, y el mensaje
consisten en hablar de Jesucristo” (Rom 10,17). (Cf. VD 25)
La centralidad de la Palabra de Dios en la vida del
bautizado y el primer anunció, aquél que debe despertar el ánimo y el deseo de
conocer al Señor, elementos a la en la conversión pastoral y misionera.
3.4.
Liderazgo
El papa Francisco llama a que los evangelizadores y
catequistas sean mujeres y hombres que tomen la iniciativa sin miedo, que
salgan al encuentro, que busquen a los alejados e inviten a los excluidos (Cf.
EG 24).
Líder es la persona capaz de influir, previsora que
sabe a dónde se dirige y lo que busca , para conducir a metas y objetivos
concretos, infundiendo entusiasmo para que lo sigan.
El líder conoce sus fortalezas y debilidades y sus
necesidades, por eso sabe trabajar en equipo y busca la ayuda de otros y sobre
todo abierto a las luces e inspiraciones del Espíritu Santo.
Insertados en la comunidad, pues su labor es tarea
eclesial, en la que su palabra y testimonio deben comunicar la experiencia de
fe, que no es simplemente individual, sino que está dirigida a transmitir la fe
de la Iglesia, es decir, la fe de una comunidad que ama a Cristo y cree y vive
en él.
3.5.
Evangelizadores con visión y con un nuevo rostro.
“Nadie puede emprender una lucha si de antemano no
confía plenamente en el triunfo” (EG 85) Las dificultades no deben acobardarnos
sino por el contrario nos hace crecer en nuestra confianza y seguridad que
estamos en una tarea en que no estamos solos sino que el Señor, que anunciamos
está con nosotros.
El mensaje que proclamamos es claro y definitivo:
que todos a cojan con alegría al Señor como único Salvador, lo amen. Lo sigan y
traten de vivir con él, comprometiéndose a colaborar positivamente en una transformación
profunda de la humanidad.
El esfuerzo por empatizar con la cultura y la
sociedad en que se encuentra él y sus destinatarios debe estar acompañada por
la alegría y el entusiasmo de su misión. Su discurso por sencillo que sea, debe
entusiasmar sin agobiar a las otras personas y debe, sobre todo, partir de su
propia convicción y amor al Señor.
3.6. Saber
aprovechar el arte, la cultura digital y la piedad popular
Hablar del “camino de la belleza “en la tarea evangelizadora,
quiere decir, descubrir la vasta multitud de expresiones artística actuales que
constituyen un sendero para encontrar al Señor Jesús, para llegar al corazón
humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado. “El
camino de la evangelización es la vía de la belleza y, por tanto, toda forma de
belleza es fuente de catequesis” (DC109).
El catequista, como también un buen cristiano, debe
estar atento a saber encontrar a Dios en el universo, contemplando la belleza
de la creación, la cual dispone el corazón y la mente al encuentro con Cristo,
que es la belleza de la santidad encarnada”, ofrecida por Dios a los hombres
para su salvación.
Los mass media y la tecnología digital que se ha
apoderado de la forma de transmitir conocimientos y experiencias. La cultura
virtual, en un mundo que vive en la red, a través de los smartphones y las
tabletas, ofrece una hiperinformación pero no responde a las preguntas
fundamentales de la vida humana.
Ya desde la primera infancia esta tecnología entra
a formar parte del entorno cultural de
las niñas, niños y jóvenes que llamamos nativos digitales que muestran cada vez más
su aprecio por la imagen y no Tanto por la escucha. El individualismo es
exacerbado frente al encuentro personal.
“Lo digital, por tanto, no solo hace parte dela
cultura existente, sino que se está imponiendo como una nueva cultura,
modificando ante todo el lenguaje, plasmando la mentalidad y reelaborando la
jerarquía de valores. Y todo esto a escala global, porque al anular las
distancias geográficas con la presencia invasiva de los dispositivos conectados
a la red, se comprometen las personas de todo el planeta” (DC 359).
El catequista debe capacitarse para entender el
universo digital conocer su lenguaje y tecnología a fin de evangelizar ese
“vasto continente digital.
Al mismo tiempo, no puede dejar de lado apreciar
las distintas expresiones de la piedad popular, que son un “precioso tesoro de
la Iglesia católica” y a la vez una “expresión verdadera del alma del pueblo,
en cuanto tocada por la gracia y forjada por el encuentro feliz entre la obra
de la evangelización y la cultura local”, en las que se manifiesta la acción misionera
espontánea del Pueblo de Dios (Cf. EG 122).
Valorar la alegría y esperanza presente en la
piedad popular, teniendo presente educar y purificar aquellas manifestaciones
que puedan distraer la búsqueda del profundo deseo de encuentro con Dios y con
los hermanos, en esta sociedad actual, tan imbuida de secularismo.
3.7.
Autoafirmación
Para ser buenos catequistas hay que prepararse muy
bien, el Catecismo de la Iglesia Católica es un gran instrumento al servicio de
la tarea catequética. Algunos estudio bíblicos, teológicos y pastorales serán,
igualmente, muy necesarios. Los
conocimientos de las ciencias humanas les permitirán conocer, acercarse y
acompañar mejor a los interlocutores, con el fin de tener un conocimiento
integral del mensaje cristiano y poder entregar la persona de Jesucristo a sus
hermanos.
El catequista reconoce que su responsabilidad no
depende exclusivamente de una institución o tutor, sino que es él
personalmente, que ha de ir adquiriendo del hábito de seguir creciendo por si
mimos y saber encontrar mediaciones propicias para lograrlo.
“Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia
de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos
formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás”(Chistifidelis laici
53).
Lo dicho, debemos encuadrarlo en la afirmación que la
auténtica formación es una acción que proviene de lo alto, y por lo tanto, que
exige dejarse guiar y enseñar por el Espíritu Santo que es el protagonista de
toda acción eclesial.
Teniendo en cuenta esta dimensión pneumatológica no
podemos pensar que la formación del catequista se reduzca exclusivamente a lo
doctrinal, debido a que está llamado a comunicar sobre todo lo que ha
contemplado con amor.
Procurar una formación espiritual, de profunda
inspiración evangélica, con intensa vida de oración, alimentar el celo
apostólico y dar testimonio de una vida santa. La vida espiritual se apoya en
una sólida formación humana que desarrolle actitudes y valores, acrisole la
voluntad, abra la inteligencia y lleve a una sana madurez afectiva.
4.
Evangelizadores que vivan con entusiasmo su tarea eclesial
No es fácil para una gran mayoría de bautizados
asimilar que su condición de discípulos misioneros supera con creces la extendida
actitud de ver la vida cristiana como una condición de creyente cristiano que
debe actuar correctamente y, en lo posible, vivir una participación sacramenta.
Puede haber cristianos que por su natural disposición y generosidad se ofrecen
a colaborar en las actividades de la Iglesia, y quienes por un sentido de
vocación se siente llamados a un compromiso de servicio y ministerio a a los
hermanos, y finalmente también hay cristianos que reconocen que su condición de
bautizados está totalmente comprometida con el ser discípulos misioneros al
servicio del Reino.
A partir del Bautismo todos estamos llamados a ser
discípulos misioneros que debemos comunicar nuestra experiencia de Jesús
ofreciendo a los demás el testimonio explicitó del amor salvífico del Señor
que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su palabra,
su fuerza y nos brinda sentido a nuestras vidas.
En pocas palabras, la formación de catequistas
llamados a comprometerse en la tarea de una seria evangelización debe estar encaminada
a solidificar su fe y su testimonio, con el fin de que, como discípulos misioneros,
crezcan en el conocimiento, el amor y el seguimiento del Señor.
Una formación en un contexto de fe, llenos de
esperanza y caridad, que permita discernir y de tener un juicio equilibrado,
con valores evangélicos, éticos y morales, con una sana doctrina, abiertos al
dialogo y que estén llenos de entusiasmo misionero.
Con una espiritualidad que les impulse a ser
discípulos misioneros que sepan desarrollar procesos de iniciación a la vida
cristiana, dando un enfoque catecumenal y kerigmático a su labor en favor de
aquellos a quienes están ayudando a lograr un encuentro personal y comunitario
con Cristo.
Una experiencia compartida que inspira.
Cuando
cumplí quince años, mi papá me indicó que era hora de confirmarme; yo,
estudiando en un colegio público no entendía muy bien de que me hablaba pues,
aunque había estudiado mi primaria con monjas, en mi vida de adolescente me
alejé de Dios. Sin embargo, debía obedecer por lo que me acerqué a la
parroquia para iniciar mi preparación para la confirmación, y fue allí cuando
me acerqué por primera vez a Jesús, Jesús como mi amigo. Conté con la gracia de
ser preparada no por un solo catequista sino toda una comunidad que
me enseñó, me mostró a Cristo no como una teoría o concepto sino como una
persona cercana, amiga.
A partir de
allí comencé un proceso de formación; en mi parroquia no había jóvenes activos
en la participación de la comunidad, entonces, me incorporé a un proyecto que
nos enseñaba como los jóvenes podemos mostrar a Dios a otros jóvenes.
Llegó la experiencia de las
comunidades juveniles, los amigos, las aventuras, las peleas con los adultos
que no nos entendían, en fin, mil y una anécdotas en las que descubrí el amor
de Dios entre quienes me rodean, y entendí que a quien Dios le da, le pide más.
Y fue así como poco a poco me incorporé al proceso catequístico. No podía con
ese amor tan grande dentro de mí; necesitaba mostrarlo a los que todavía no lo
conocen.
Después de un largo proceso de
formación, que día a día continua, iniciaron mis primeras catequesis y
¡qué duras eran!, parecían clases, pero yo no quería eso, quería transmitir lo
que yo había vivido, y es que no se trata de transmisión de conceptos o memorizar
oraciones; se trata de transmitir una experiencia de vida, lograr que aquellos
jóvenes tengan un encuentro con Jesús como yo lo he hecho, involucrarlos
en una experiencia de amor tan maravillosa que te impulsa a
contagiar a los demás; no es fácil, son muchas la caídas y las
desilusiones, pero cuando se logra que otros experimenten lo que tu
vives descubres un sentimiento que no logras describir con palabras y cuando
una piensa que está entregando al menos una mínima parte realmente
estás recibiendo más.
Gracias, Señor, porque indigna
soy, muchas veces cobarde, pero tú te has fijado en mí para atraer otros hacia Ti.
¡Qué difícil, pero a la vez que gran misión!
RESUMEN –
Epílogo –
El nuevo paradigma de la catequesis: Un itinerario
válido en el camino del anuncio y de la proposición de la fe, como también de
la respuesta libre y gozosa de los fieles.
·
La
palabra de Dios tiene la primacía en toda la labor evangelizadora; en la
catequesis es el eje y el camino para el encuentro personal y comunitario con
Jesucristo, que constituye el objeto fundamental de todo el itinerario
catecumenal que se encuentra a la base de todo proceso iniciático.
“Toda
la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada,
vivida y testimoniada” (DC283).
·
Proclamar
con parresia el primer anuncio, el
kerigma, que “es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos
hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos
comunica la misericordia infinita del Padre” (EG 164).
Todo
cristiano debe “dejarse llevar por el Espíritu en el camino del amor, de
apasionarse por comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a
los perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo” (GE 57).
· El encuentro con Jesucristo, que
realizamos a través de las Escrituras, nos lleva a la Eucaristía donde el Señor
nos reclama que pongamos en acto el mandamiento del amor. Cristo vivo, presente
en el hoy y el ahora de nuestra vida, que viene a nuestro encuentro y camina
nuestro lado alimentándonos con el Pan de vida. De ahí la importancia de la
participación activa en la celebración dominical de la Eucaristía, que ha de
convertirse en el centro de la vida cristiana.
· La participación directa y
permanente en la comunidad cristiana, que, bajo la inspiración del Espíritu
Santo, transmite, da razón, anima y fortalece la fe. La comunidad constituye la
forma visible de la Iglesia, pueblo santo de Dios, que actúa en nombre de
Cristo que es su cabeza. La comunidad cristiana recibió el mandato misionero,
de tal manera que todos sus miembros: obispos, sacerdotes, miembros de la vida
consagrada y fieles laicos, son responsables de su cumplimiento.
El mensaje que debemos transmitir
es el kerigma, la buena noticia: el amor de Dios que nos cubre permanentemente
con su misericordia y nos concede el perdón de nuestras faltas, para librarnos
de la muerte eterna, se mostró en toda su grandeza en la encarnación, vida
predicación, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.
·
Siempre
atentos, nunca olvidar que, en nuestra misión, en el mensaje que transmitimos
no estamos solos, puesto que contamos con la luz y la presencia del Espíritu
Santo, “verdadero protagonista de toda acción eclesial” (DC 23), que nos guía
para que responsamos al amor de Dios y colaboremos con nuestra salvación.
·
Mucho de los
que decimos sobre nuestra misión de discípulos misioneros exige una auténtica
conversión pastoral a nivel personal y comunitario, y así nos lo recuerda
continuamente el ministerio del papa Francisco. Debemos poner en marcha con
profundo ardor misionero el nuevo paradigma de la catequesis, con el fin de que
podamos formar auténticas comunidades, donde todos los fieles puedan
participar, se sientan acogidos y sean alimentados por la Palabra y la
Eucaristía.
·
Esta es la
meta que debe alentar y alegrar nuestra entrega y generosidad: empeñarnos con
entusiasmo a formar pequeñas comunidades, en donde se viva la comunión y la
participación con profundo sentido de sinodalidad.
Queremos construir una sociedad
justa y solidaria donde se defienda y se cuide la dignidad de todo ser humano,
se deje de lado la injusticia, la desigualdad, y cualquier manifestación de
corrupción e igualmente se respete la casa común y haya una justa y equitativa distribución
de los bienes que Dios ha puesto a la responsabilidad de cada uno de nosotros.
Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de catequizar para la vida para
que todo actuar cristiano sea una expresión de su amor al Señor y de una
auténtica opción referencial por los pobres.
·
Toda esta
extraordinaria esperanza y realidad, de alguna manera, ya está presente en la
Iglesia y es recogida por el nuevo Directorio
para la Catequesis. Allí se habla de la catequesis en clave kerigmática y
misionera y del impulso que va tomando en las iglesias la catequesis de
iniciación a la vida cristiana (Cf. DC 65).
Se sugiere
que para lograr una coordinación de la catequesis con las demás actividades
pastorales evangelizadoras sería oportuno que en las diócesis se establezca una
Comisión de iniciación a la vida cristiana en la que confluyan la pastoral del
primer anuncio y la catequesis, la pastoral litúrgica y la Caritas, las
asociaciones y los movimientos laicales. Sugiere, además,
La pastoral diocesana deberá
ofrecer orientaciones comunes para la iniciación a la vida cristiana, ya sea en
forma de catecumenado para los no bautizados, ya sea como inspiración
catecumenal de la catequesis para quienes ya han recibido los sacramentos, pero
se encuentran alejados de la fe, pero sin dejar de lado el constante y
necesario acompañamiento de quienes viven con alegría su compromiso bautismal.
·
La
renovación de la catequesis apunta a procesos que marquen toda nuestra existencia , con
itinerarios catequísticos bien definidos, pues la vida cristiana no puede reducirse a determinados momentos, por importantes que
sean como es la recepción de los sacramentos, sino que involucra a todo nuestro
ser, nuestra libertas, nuestra voluntad, nuestra inteligencia, nuestras
actividades, de tal manera que la fe,
nos transmite la comunidad cristiana, nos exige
un comportamiento y una coherencia de vida que se traduzca luego en participación activa en la sagrada
liturgia y el amor sincero al Señor, vivido y expresado a través del ejercicio de la caridad. El gran
reto que se nos presenta al realizar la misión eclesial es precisamente la de
catequizar para la vida.
·
Todo esto
exige una verdadera formación de catequistas para que vivan su vocación de
discípulos misioneros y puedan acompañar con su testimonio de vida a todos
aquellos que les confía la Iglesia. Necesitamos procesos de formación
permanente que refuercen la labor catequística.
La figura de María madre de Jesús
y madre de la Iglesia nos inspira y acompaña. Escuchemos su invitación: “hagan lo
que él les diga” (Jn 2,5).
María la perfecta discípula como
la presentó Jesús: “¡Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la
guardan!” (Lc11,27-28)!
María estrella de la nueva evangelización:
“Virgen y Madre María, tú que, movida por el Espíritu, acogiste el Verbo de la
vida en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregad al Eterno, ayúdanos
a decir nuestro “sí”. (DC 288).