Ten
compasión de mí.
«Sed
fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en
persona, resarcirá y os salvará».
El pueblo de Dios ve todo
negro, en el exilio, sin templo, ni sacerdotes, reducidos a un mínimo resto,
están deprimidos, y no ven salida. Y donde la mayoría sólo ve el final, el
profeta Jeremías les hace mirar a esa situación de una manera completamente
diferente. Con esperanza y confianza en Dios.
Son como ciegos, incapaces de
orientarse, tullidos que no pueden moverse, mujeres agobiadas por el embarazo o
afligidas por dolores de parto..
Con ese material, renacerá el
pueblo de Israel. El llanto se convertirá en alegría, porque, con la protección
del Señor, volverán a la tierra de la que habían sido deportados. Como nos
recuerda el salmo de hoy, “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
En Cristo, por Él y en Él,
sabemos que Dios no está lejos, no vivimos “dejados de la mano de Dios”. No es
un sumo sacerdote alejado de nosotros, no. Él nos comprende, porque es un ser
encarnado, como nosotros, capaz de sufrir calor y frío, hambre y sed, alegría y
dolor, igual en todo a nosotros, con nuestras debilidades – excepto el pecado –
y capaz de compartir nuestro sufrimiento.
Y llegamos al Evangelio.
Llevamos ya diez capítulos del texto de Marcos. A lo largo de ese camino, Jesús
deja claro cuál es la meta de su viaje y ayudar a sus seguidores a superar la
mentalidad mundana para ser parte del reinado de Dios. Hoy vemos como Jesús
realizaba su catequesis. Un ejemplo para todos nosotros:
Está en el camino, de salida,
un ciego le reconoce como la promesa de Dios, los que rodean a Jesús le manda
que calle. Pero Jesús, atento, lo llama. Arroja el manto, todo lo que tiene, y
se levanta. Qué quieres? Que vea. Vete
tu fe te ha curado. Y le seguía por el camino. Esto es catequesis
Tendríamos que revisar si de
verdad hemos entendido a Jesús, o si todavía nos falta luz para ver las
necesidades de la gente que está a nuestro alrededor. ¿Escuchamos al que se
tambalea porque no ve la luz, o fingimos no oírlo? ¿Lo silenciamos, quizá
porque tengamos otras cosas más importantes que hacer?
No es fácil ir a Jesús, y
hacen falta intermediarios, facilitadores del encuentro. Por eso, hay que estar
atentos. Y hablar con claridad. Quien quiere encontrarse con Cristo debe saber
que no le espera una vida cómoda y sin problemas. Bartimeo suelta el manto y sale corriendo. En otras palabras, para
poder ver, debe dejar lo que le ataba a las tinieblas. Y revisar actitudes,
comportamientos, costumbres, amistades… Vivir de otra manera, usar los bienes
de otra manera, pasar el tiempo de otra manera… Elegir entre el manto y la luz.
. Pongamos nuestra esperanza
en Jesús, que nos sabrá dar la luz y ánimo para ser sus compañeros permanentes
de camino. Pidámosle en cada Eucaristía esa ración de pan que es Él mismo, para
poder ser verdaderos seguidores suyos.
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