TEODICEA
[ Parte de la metafísica que se ocupa de la existencia de Dios y de sus atributos e intenta ofrecer pruebas razonadas de ambas cosas; también intenta investigar las relaciones de Dios con la humanidad.] ¿Es hoy posible?
Reflexiones desde un artículo de Andrés Torres Queiruga. Bajo mi propia responsabilidad y sin la autorización del Autor.
No te agobies por dominar, esfuérzate por ser honesto contigo y con Dios, ama y déjate amar. Con derecho a equivocarme y a enredar mas las cosas lo he escrito con libertad. Los errores son míos los aciertos de Andrés.
En el ambiente
cultural actual la confianza subjetiva ya no es suficiente para ocultar y asimilar
las dificultades teóricas. La agudeza del espíritu crítico nos hace capaces
de vencer el miedo a la novedad e ir mas allá de lo establecido, en palabras populares
nos ánima a “salir de la zona de confort”, y esto se aplica a los temas y creencias
religiosas y por supuesto la misma fe cristiana.
En concreto nos vamos a referir a existencia
del mal y la fe en Dios. La contradicción entre la existencia terrible del
mal y la fe en Dios, que siendo omnipotente e infinitamente bueno, no lo
evitaba, lo consentía o incluso lo mandaba, era demasiado fuerte como para
poder ser ignorada.
Cada vez que estalla un terremoto, se denuncia
un nuevo naufragio en las pateras… o aparece el coronavirus, la contradicción
acaba convertida en un arma letal contra la fe en Dios. En el mejor de los
casos, perturba gravemente la fe de los creyentes, dejándola teológicamente
desarmada. Un grupo de sacerdotes amigos, con sinceridad que los honra, acaba
de reconocerlo: “Lo que está pasando nos produce temor e incluso nos suscita
preguntas sobre Dios".
Para algunos la teología no acabe de tomar nota de la
seriedad mortal del problema, comprendiendo que la dificultad es real y que,
sin resolverla a fondo, la fe resulta ahora culturalmente imposible.Porque mientras permanezca el prejuicio de que
Dios podría, si quisiera, acabar con todo el mal del mundo, nadie puede creer en
su bondad, sin verse obligado a negar su poder: ( para entendernos) nadie
creería en la bondad de un gran científico que, pudiendo acabar hoy con los
estragos del coronavirus, no quisiera hacerlo, por altos y ocultos que fueran
sus motivos.
Esto no es solo problema en el imaginario
general, del pueblo, sino también en los tratados teológicos. Hasta el punto de
que grandes teólogos pueden continuar hablando de:
- “pedirle cuentas” a Dios por el
sufrimiento de los niños inocentes (Guardini,
en su lecho de muerte)
- o diciendo que “no saldría absuelto en un tribunal
humano” (Rahner, que cita a Guardini);
- o incluso afirmando que en el Huerto
Dios “se portó como Judas” (Barth),
- y que “se debe hablar de una descarga
de la ira de Dios sobre aquel que luchaba en el Huerto de los Olivos” (Von
Balthasar).
Esto socava la imagen de Dios que Jesucristo nos revelo y amenaza
la credibilidad del Evangelio.
Esta
dificultad es tan real y tan grave, que nunca estuvo oculta para la conciencia
religiosa, que para ella buscó soluciones diversas.
a) En
general, cuando la imagen divina va mejorando, tienden a disculpar a Dios,
haciendo responsables a otros agentes o pueden cargar la responsabilidad sobre
el ser humano, en castigo por alguna culpa, como en la narración mítica del
Génesis; en este caso, con influjo demoníaco.
b) Puede alcanzar acentos religiosamente
dramáticos en el libro de Job o filosóficamente radicales en el dilema de
Epicuro: “Si Dios puede y no quiere, no es bueno; si quiere y no puede, no es
omnipotente…”. Pero siempre permanece intacto el prejuicio de que Dios podría,
si quisiera.
Ese prejuicio estaba entonces reforzado por la idea del intervencionismo
divino, con su influjo directo en los acontecimientos del mundo y de la
historia: “todo está lleno de dioses”, decían en Grecia, y en la Biblia son
constantes las intervenciones divinas en la vida humana. En ese ambiente
cultural, el dilema no era fácilmente superable.
¿Es posible este mundo sin mal? ¿Es útil plantearse porqué este mundo y no otros?
Un análisis verdaderamente crítico y actual,
puede darse pronto cuenta de que este dilema tiene trampa: el dilema oculta un
prejuicio premoderno. Da, en efecto, como válida a priori y sin examen, la
imaginación de que un mundo-sin-mal es posible.
Esto tiene
que ver mucho con las rutinas heredadas de las discusiones en torno a
la teodicea y en los contextos apológéticos.
En el
pensamiento filosófico moderno hace difícil mantener ese dilema : desde
Espinoza —“toda determinación es una negación”—, pasando por Hegel —la
contradicción es la ley de toda realización finita—, la idea de un
mundo-finito-sin-mal es tan imposible y contradictoria como las de un
palo-de-hierro o de un círculo-cuadrado.
En la sociología también se ha abierto la
mente para superar dilemas equívoco: los sociólogos saben que una sociedad
perfecta es una utopía; los biólogos y cosmólogos, hablan de que no existe evolución sin
conflictos y catástrofes… y el mismo sentido común reconoce
que no es posible sorber y soplar o hacer tortillas sin romper huevos.
Afirmar hoy que Dios no es bueno o omnipotente, porque no hace un mundo
perfecto[ finito, material y perfecto], equivale a argumentar que no lo es, porque no quiere dibujar
círculos-cuadrados o no puede hacer hierros-de-madera.
En el contexto actual podríamos atrevernos a hacer el siguiente
cuestionamiento: por qué, sabiendo que
un mundo, si existe, tiene que ser finito y por tanto expuesto al mal, Dios lo crea a pesar de todo. El misterio no queda anulado; pero aparece situado en su lugar justo.
Presenta una pregunta real y, por eso mismo, abre también la posibilidad de una
respuesta realista. Por un lado, puede atender con rigor a lo que creemos y
sabemos de Dios y de su relación con nosotros. Por otro, cuenta a su favor con
la conciencia de la autonomía creatural, es decir, de las leyes que determinan
los funcionamientos y las posibilidades del mundo.
Siempre nos acompaña, al creyente la intuición
de fe que no hay contradicción entre el Dios y Dios Redentor que se ha manifestado
en Jesucristo. Esto nos anima a investigar y a encontrar caminos de diálogo
donde el respeto, la libertad y la
verdad nos permitan aceptarnos y crecer juntos para el bien de todos.
Se intenta una
teodicea
[ Parte de la metafísica que se ocupa de la existencia de Dios
y de sus atributos e intenta ofrecer pruebas razonadas de ambas cosas; también
intenta investigar las relaciones de Dios con la humanidad, que esté a la altura de las posibilidades y de
las exigencias de la cultura moderna.]
Desde la Ponerología [ el "estudio del mal", del griego poneros (el mal)]
El carácter mítico y pre-moderno del prejuicio
que choca de frente con la conciencia moderna de la autonomía de las leyes que rigen el mundo
físico y las opciones de la libertad humana. Un mundo donde los
límites de una realidad nunca chocaran con los de otra y donde una libertad
finita nunca pudiera obrar mal... sería un mundo donde los círculos podrían ser
cuadrados y todas las libertades serán siempre modelos impolutos de ética y
santidad. En definitiva, no sería más que una fantasía de la imaginación, y una
contradicción para la razón.
En realidad,
es obvio que el mal constituye un problema común y fraternalmente humano. Todos los niños nacen llorando, sin importar la religión de los padres, y
ningún humano, varón o mujer, escapa al sufrimiento o a la muerte, ni puede
evitar incurrir en algún tipo de culpa o padecer alguna injusticia.
El ser
humano intenta responder a la provocación del mal, en una visión global de la existencia,
tomando la palabra en su sentido amplio filosófico, en una “fe”. Y en esta
perspectiva tan fe es la del ateo Sartre, afirmando que el mundo es un absurdo,
como la del agnóstico que dice “no sé”, como la de la persona religiosa que
encuentra en Dios la solución definitiva. Son opciones diversas ante el mismo
problema común.
En
principio, todas tienen el mismo
derecho, y todas tienen igualmente la
misma necesidad de elaborar las razones en que se apoyan: tienen que
“justificar” su “fe”.
[la respuesta religiosa debe aparecer como lo que es: una entre las
distintas respuestas humanas al problema común. La que ordinariamente se llama Teodicea es justamente la pistodicea cristiana, que se especifica porque busca justificar la fe
en Dios como respuesta última al problema del mal.]
El
verdadero problema no está en atacar las opciones de los demás, sino en
intentar comprobar la verdad y el valor de la opción que se tome. Dar razón de
ella a los demás es importante; pero solo si —superando vicios inveterados— no
se hace a la contra, sino con espíritu fraterno, en el diálogo de las razones y
buscando la colaboración. La ponerología hace ver que, incluso teniendo en
cuenta las diferencias cosmovisiones
y de “fe”, existe ante todo ese espacio
previo y común, donde todos nos sentimos unidos frente al mismo problema
fraternalmente humano.
pero saludable, que nos lo está recordando. Y ayuda
comprobar que representa una auténtica “epifanía”, pues
está haciendo surgir por todas partes iniciativas generosas,
demostrando que la única actitud verdaderamente humana
consiste en unir las fuerzas y las esperanzas frente el
sufrimiento y la angustia de todos. Afrontar el mal es el lote
inesquivable de seres finitos con libertad finita.
Una
mirada amable al mal desde la Bondad de Dios
La explicación está, sin duda, en la riqueza y complejidad de la realidad humana, que en sus razonamientos no funciona con un único registro. El de la lógica abstracta es ciertamente muy importante. Pero tan sólo en su campo, aunque esta obviedad está hoy oscurecida por el predominio abusivo de la lógica científica o cientifista. A su lado, en la vida real, está también y con no menor importancia la lógica de la confianza. Y en su propio registro, no es menos rigurosa en los procesos ni menos segura en las conclusiones. En aquellos casos en que puede brillar plenamente, llega incluso a la evidencia: personalmente no estoy menos seguro del amor de mi madre, que del teorema de Pitágoras.Una respuesta que ante el desafío del mal que se apoye en la confianza. Un ejemplo sencillo puede concretarlo algo más: si entrando en una casa, vemos una madre velando a la cabecera donde su niñito enfermo llora con el dolor, sacamos espontáneamente una doble conclusión: “estamos seguros” de que la aparente pasividad de la madre no cuestiona su amor; más aún, “sabemos” que ella está haciendo todo el posible para evitar aquel sufrimiento.
Se
comprende que salte inmediatamente la objeción: la madre no puede, pero Dios
sí. La reacción es comprensible, y el mismo dilema de Epicuro demuestra que
siempre estuvo presente. La diferencia actual radica en que antes de la
modernidad el registro de la confianza funcionaba con fuerza suficiente, capaz de envolver con la
lógica concreta de la vida la dureza de la posible objeción en la teoría. Como
dijo Blondel, los humanos somos muchas veces capaces de hacer en la práctica lo
que teóricamente no sabemos ni comprendemos de manera expresa. Aún sin estar
clarificado teóricamente su influjo, la eficacia de la confianza predominaba
sobre el influjo de la lógica abstracta.
El equilibrio antiguo ha quedado subvertido, tanto porque los creyentes forman también parte de la cultura
actual, muy secularizada, como sobre todo por la crítica generalizada contra la
religión. La confianza no puede ahora eludir las legítimas exigencias del nivel
lógico. Si el dilema no se rompe de manera expresa y rigurosa, la sola
confianza no es suficiente para superar su desafío. De hecho, eso es lo que
sucede, y las consecuencias se están demostrando graves.
La
confianza en Dios pertenece a la esencia de la fe cristiana y continúa siendo
el gran fundamento de su validez. Pero, precisamente para seguir afirmándola y
asegurar su coherencia, exige ser actualizada, completando la confianza con una
respuesta lógica que responda al desafío de la crítica moderna
Vamos
a seguie con esta reflexión pero cambiando de resgistro: su conexión con el modo de orar, nada más
eficaz que analizar como la confusión afecta incluso al recurso más hondo y entrañable de que dispone
el cristianismo: la pasión y muerte de Jesús. Así, por ejemplo, James Martin en un artículo reciente y muy
leído (New York Times, 20 marzo: Where Is God in a Pandemic?), empieza
reconociendo que “no sabemos”, que “no podemos comprender a Dios”, para
concluir: “Pero si el misterio del sufrimiento es incontestable (unanswerable), ¿a
dónde puede acudir el creyente en tiempos como este? Para el cristiano y tal
vez incluso para otros la respuesta es Jesús”.
No
es sencillo, porque responde desde el registro de la confianza a una objeción
que se mueve en el registro de la lógica abstracta. Argüir que el mal no es un
argumento contra la fe, porque Jesús dio su vida por nosotros para salvarnos y
que por tanto Dios mismo se identificó con el sufrimiento humano, no responde a la objeción actual. Incluso se expone a una descalificación que puede llegar al
cinismo, porque de nada vale que alguien haga un gran sacrificio para librar de
un mal que antes podía haber evitado. En el siglo XIX español, una sátira
hablaba del capitalista que fundó un hospital para remediar a los pobres…, pero
primero había hecho a los pobres.
Estamos
intentando asegurar y reafirmar su
derecho pleno a reconocer dos registros que consiguen dos objetivos:
1)
demostrar que el dilema no afecta a esa vía y ni siquiera la toca, porque no
ataca la razón precisa en que ella se apoya: la confianza en el amor de Dios;
2)
que, además, la objeción es inválida en su propio registro lógico, porque ella
misma queda prisionera del prejuicio premoderno de la posibilidad de un
mundo-sin-mal (resulta, en efecto, anacrónico negar la existencia de Dios,
porque no quiere o no es capaz de crear el “círculo-cuadrado” de un
“mundo-sin-mal”).
Dos
consecuencias
La
primera se refiere a preservar
la integridad de la imagen misma de Dios.
La incapacidad de dar una respuesta válida al falso dilema ha hecho que muchos
teólogos lleguen a negar la omnipotencia divina, convirtiendo casi en moda,
también entre los predicadores, hablar de la “impotencia” de Dios y de que Él
mismo estaría sometido al sufrimiento. Esa postura implica sensibilidad
religiosa, en cuanto proclama que Dios no es ni puede ser insensible al
sufrimiento humano, y también honestidad lógica, en la medida en que se siga
admitiendo la posibilidad de un mundo-sin-mal. Pero incurre en el absurdo
teológico de, por un lado, pensar en un dios impotente y por tanto, en
definitiva, incapaz de crearnos y de salvarnos; y por otro, de eternizar y
absolutizar el sufrimiento que quedaría eternamente sin remedio posible (Rahner
advirtió con razón que de nada nos serviría un dios que estuviera enfangado en
nuestra misma miseria).
No
podemos renunciar a afirmar con plena lógica la omnipotencia divina, sino
que hace brillar mejor la gloria de
su amor infinito de Padre(Madre).
Creando por amor, sabía (volvamos al antropomorfismo) que sus creaturas
estarían expuestas a la mordedura del mal inevitable. Pero las creó porque en
su sabiduría infinita sabe que, a pesar del mal, la existencia valía la pena;
en su amor incondicional está dispuesto a volcarse en ayudar (la Biblia bien
leída no dice otra cosa); y en su omnipotencia resucitadora es capaz de
liberarnos definitiva y plenamente del mal en la comunión última, cuando,
libres de las condiciones físicas de la finitud, Él “será todo en todos”.
Entonces resulta posible ese misterio real, pues gracias a Jesús creemos que,
más allá de la muerte, Dios acoge nuestra “infinitud en hueco y aspiración”,
amparándola ya para siempre jamás en el océano infinito de su amor.
"De nada
vale que alguien haga un gran sacrificio para librar de un mal que antes podía
haber evitado".
Dado
que el mal conmueve las
raíces mismas de la existencia,
cuando la crisis aprieta la confianza puede convertirse en la verdadera tabla
de salvación. Entonces ella es más poderosa que la “lógica de Papel”, como le
llamaba Newman. Personalmente si por una hipótesis absurda tuviera que jugarme
la vida escogiendo entre el teorema de Pitágoras y el amor de mi madre o de mi
padre, no dudaría un segundo en acogerme a la confianza en su amor. Por algo el
recurso a la Cruz ha sido siempre el último refugio en las situaciones más
desesperadas. Y puede seguir siéndolo con más razón, si de verdad la confianza
se puede vivir en su significación auténtica.
De
aquí el hondísimo sentido de
acudir a la Cruz, para reafirmar su
auténtica capacidad de consuelo y esperanza realista. Existe hoy una muy
extendida tendencia teológica a situar el centro de la revelación cristiana en
el misterio de la Pasión y la Resurrección del Señor, como si de él dependiese
toda la mediación salvadora de Jesús. Pero, aun sin la mínima intención de
restarla su importancia capital, puede desviarse su sentido poniendo en peligro
la ejemplaridad realmente humana de la Cruz.
¿Qué
pasaría si Jesús de Nazaret, después de pasar la vida anunciando y viviendo el
Evangelio, hubiese fallecido de muerte natural en su cama? ¿No existiría su
revelación y en él no habría acontecido la culminación da la historia salvadora? ¿No
podríamos seguir creyendo que verlo a él es ver al Padre? Más aún, ¿la
insistencia en el carácter extra-ordinario y físicamente milagroso de lo que
sucedió, no impide comprender el carácter real y verdaderamente humano de su
durísimo choque con el sufrimiento y el mal? Finalmente si la crucifixión fuera
algo “mandado por Dios” (en el sentido de que “pudiendo haberlo evitado”), seguiríamos
encerrados en el absurdo de contraponer la irrelevancia de un anacronismo con
la realidad de un mar salvador siempre
presente .
También
aquí todo cambia viendo a Jesús enfrentado, igual que nosotros, al problema del
mal en el doble rostro de
horrible sufrimiento físico y de incomprensible injusticia humana contra aquel que “pasó haciendo el bien”. Porque entonces
comprendemos todavía mejor lo que ya aparecía al meditar la oración del Huerto.
Su tradición religiosa, impregnada por la idea del intervencionismo divino,
seguramente no le permitía superar la objeción en el registro de la lógica
abstracta. Pero, a pesar de eso, él logró mantener tan a fondo su convicción
del amor de Dios y la decisión inquebrantable en su fidelidad, que logró vivir
aquella pavorosa crisis apoyado en el registro de la confianza.
Los
evangelios, también en este caso con “oraciones teológicas”, lograron
interpretar y expresar simbólicamente la que he osado llamar “la última lección” que
Jesús descubrió en el camino de su experiencia reveladora. A pesar de la
limitación cultural, los evangelistas sinópticos —más realistas y menos
timoratos que la teología corriente— reconocen la crisis en el grito final que
Marcos y Mateo ponen en la boca de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”; pero también, la superación, en la expresión más sublime de una
oración hecha con una esperanza contra toda esperanza: “Padre, en tus manos
pongo mi vida”.
Por
eso me he atrevido también a escribir que la crucifixión fue una horrible mala
suerte para Jesús, pero una fortuna impagable para nosotros. Porque, gracias a
que él fue capaz de vivir desde la confianza esa situación extrema en la que
todo parecía hablar de abandono por parte de Dios, nosotros podemos estar ya
seguros de que no existe situación humana que pueda indicar abandono por parte
de Dios y que, por tanto, pueda cuestionar la posibilidad de la confianza
total, definitiva y sin fallo posible.
Al revés de los teólogos que
incomprensiblemente todavía hoy continúan hablando de abandono real por parte
del Padre, Pablo de Tarso supo comprender mejor. Él, que sabía también de crisis e
injusticias, de latigazos y peligros de muerte, lo comprendió y lo expresó en
uno de los pasajes más hondos de toda la Biblia. Vale la pena reproducirlo en
este tiempo de angustia, de sufrimiento y de interrogantes:
“Porque estoy
seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el
presente ni el porvenir, ni las potestades, ni la altura ni el abismo, ni
cualquier otra criatura nos podrán alejar del amor que Dios nos tiene en Cristo
Jesús, nuestro Señor” ( Rm 8,37-39).
Escribió también:
"Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, 23.nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; 24.mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios."
I Corintios, 1 22-25
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