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lunes, abril 27, 2020


 TEODICEA  

Parte de la metafísica que se ocupa de la existencia de Dios y de sus atributos e intenta ofrecer pruebas razonadas de ambas cosas; también intenta investigar las relaciones de Dios con la humanidad.] ¿Es hoy posible?

Reflexiones desde un artículo de Andrés Torres Queiruga.  Bajo   mi propia responsabilidad y sin la autorización del Autor.

No te agobies por dominar, esfuérzate por ser honesto contigo y con Dios, ama y déjate amar. Con derecho a equivocarme y a enredar mas las cosas lo he escrito con libertad. Los errores son míos los aciertos de Andrés.




En el ambiente cultural actual la confianza subjetiva ya no es suficiente para ocultar  y asimilar  las dificultades teóricas. La agudeza del espíritu crítico nos hace capaces de vencer el miedo a la novedad e ir mas allá de  lo establecido, en palabras populares nos ánima a “salir de la zona de confort”, y esto se aplica a los temas y creencias religiosas y por supuesto la misma fe cristiana.

En concreto nos vamos a referir a existencia del mal y la fe en Dios. La contradicción entre la existencia terrible del mal y la fe en Dios, que siendo omnipotente e infinitamente bueno, no lo evitaba, lo consentía o incluso lo mandaba, era demasiado fuerte como para poder ser ignorada.


Cada vez que estalla un terremoto, se denuncia un nuevo naufragio en las pateras… o aparece el coronavirus, la contradicción acaba convertida en un arma letal contra la fe en Dios. En el mejor de los casos, perturba gravemente la fe de los creyentes, dejándola teológicamente desarmada. Un grupo de sacerdotes amigos, con sinceridad que los honra, acaba de reconocerlo: “Lo que está pasando nos produce temor e incluso nos suscita preguntas sobre Dios".


Para algunos  la teología no acabe de tomar nota de la seriedad mortal del problema, comprendiendo que la dificultad es real y que, sin resolverla a fondo, la fe resulta ahora culturalmente imposible.Porque mientras permanezca el prejuicio de que Dios podría, si quisiera, acabar con todo el mal del mundo, nadie puede creer en su bondad, sin verse obligado a negar su poder: ( para entendernos) nadie creería en la bondad de un gran científico que, pudiendo acabar hoy con los estragos del coronavirus, no quisiera hacerlo, por altos y ocultos que fueran sus motivos.

Esto no es solo problema en el imaginario general, del pueblo, sino también en los tratados teológicos. Hasta el punto de que grandes teólogos pueden continuar hablando de:
“pedirle cuentas” a Dios por el sufrimiento de los niños inocentes (Guardini, en su lecho de muerte) 
- o diciendo que “no saldría absuelto en un tribunal humano” (Rahner, que cita a Guardini); 
- o incluso afirmando que en el Huerto Dios “se portó como Judas” (Barth),  
- y que “se debe hablar de una descarga de la ira de Dios sobre aquel que luchaba en el Huerto de los Olivos” (Von Balthasar). 
Esto socava la imagen de Dios que Jesucristo nos revelo y amenaza la credibilidad del Evangelio. 


Esta dificultad es tan real y tan grave, que nunca estuvo oculta para la conciencia religiosa, que para ella buscó soluciones diversas.

a) En general, cuando la imagen divina va mejorando, tienden a disculpar a Dios, haciendo responsables a otros agentes o pueden cargar la responsabilidad sobre el ser humano, en castigo por alguna culpa, como en la narración mítica del Génesis; en este caso, con influjo  demoníaco.
b) Puede alcanzar acentos religiosamente dramáticos en el libro de Job o filosóficamente radicales en el dilema de Epicuro: “Si Dios puede y no quiere, no es bueno; si quiere y no puede, no es omnipotente…”. Pero siempre permanece intacto el prejuicio de que Dios podría, si quisiera.
 Ese prejuicio estaba entonces reforzado por la idea del intervencionismo divino, con su influjo directo en los acontecimientos del mundo y de la historia: “todo está lleno de dioses”, decían en Grecia, y en la Biblia son constantes las intervenciones divinas en la vida humana. En ese ambiente cultural, el dilema no era fácilmente superable.
¿Es posible este mundo sin mal? ¿Es útil plantearse porqué este mundo y no otros?

Un análisis verdaderamente crítico y actual, puede darse pronto cuenta de que este dilema tiene trampa: el dilema oculta un prejuicio premoderno. Da, en efecto, como válida a priori y sin examen, la imaginación de que un mundo-sin-mal es posible.
Esto tiene  que ver mucho con las rutinas heredadas de las discusiones en torno a la teodicea y en los contextos apológéticos.

 En el pensamiento filosófico moderno hace difícil mantener ese dilema : desde Espinoza —“toda determinación es una negación”—, pasando por Hegel —la contradicción es la ley de toda realización finita—, la idea de un mundo-finito-sin-mal es tan imposible y contradictoria como las de un palo-de-hierro o de un círculo-cuadrado.

En la sociología también se ha abierto la mente para superar dilemas equívoco: los sociólogos saben que una sociedad perfecta es una utopía; los biólogos y cosmólogos, hablan de que no existe evolución sin conflictos y catástrofes… y el mismo sentido común reconoce que no es posible sorber y soplar o hacer tortillas sin romper huevos.

Afirmar hoy que Dios no es bueno o omnipotente, porque no hace un mundo perfecto[ finito, material y perfecto], equivale a argumentar que no lo es, porque no quiere dibujar círculos-cuadrados o no puede hacer hierros-de-madera.


En el contexto actual  podríamos atrevernos a hacer el siguiente cuestionamiento:   por qué, sabiendo que un mundo, si existe, tiene que ser finito y por tanto expuesto al mal, Dios lo crea a pesar de todo. El misterio no queda anulado; pero aparece situado en su lugar justo. Presenta una pregunta real y, por eso mismo, abre también la posibilidad de una respuesta realista. Por un lado, puede atender con rigor a lo que creemos y sabemos de Dios y de su relación con nosotros. Por otro, cuenta a su favor con la conciencia de la autonomía creatural, es decir, de las leyes que determinan los funcionamientos y las posibilidades del mundo.



Siempre nos acompaña, al creyente la intuición de fe que no hay contradicción entre el Dios y Dios Redentor que se ha manifestado en Jesucristo. Esto nos anima a investigar y a encontrar caminos de diálogo donde el respeto, la libertad  y la verdad nos permitan aceptarnos y crecer juntos para el bien de todos.


Se intenta una  teodicea  [ Parte de la metafísica que se ocupa de la existencia de Dios y de sus atributos e intenta ofrecer pruebas razonadas de ambas cosas; también intenta investigar las relaciones de Dios con la humanidad,  que esté a la altura de las posibilidades y de las exigencias de la cultura moderna.]

Desde la Ponerología [ el "estudio del mal", del griego poneros (el mal)]

 El carácter mítico y pre-moderno del prejuicio que choca de frente con la conciencia moderna de la autonomía de las leyes que rigen el mundo físico y las opciones de la libertad humana. Un mundo donde los límites de una realidad nunca chocaran con los de otra y donde una libertad finita nunca pudiera obrar mal... sería un mundo donde los círculos podrían ser cuadrados y todas las libertades serán siempre modelos impolutos de ética y santidad. En definitiva, no sería más que una fantasía de la imaginación, y una contradicción para la razón.
En realidad, es obvio que el mal constituye un problema común y fraternalmente humano. Todos los niños nacen llorando, sin importar la religión de los padres, y ningún humano, varón o mujer, escapa al sufrimiento o a la muerte, ni puede evitar incurrir en algún tipo de culpa o padecer alguna injusticia.

El ser humano intenta responder a la provocación del mal, en una visión global de la existencia, tomando la palabra en su sentido amplio filosófico, en una “fe”. Y en esta perspectiva tan fe es la del ateo Sartre, afirmando que el mundo es un absurdo, como la del agnóstico que dice “no sé”, como la de la persona religiosa que encuentra en Dios la solución definitiva. Son opciones diversas ante el mismo problema común.
En principio, todas tienen el mismo derecho, y todas tienen igualmente la misma necesidad de elaborar las razones en que se apoyan: tienen que “justificar” su “fe”.
[la respuesta religiosa debe  aparecer como lo que es: una entre las distintas respuestas humanas al problema común. La que ordinariamente se llama Teodicea es justamente la pistodicea cristiana, que se especifica porque busca justificar la fe en Dios como respuesta última al problema del mal.]
El verdadero problema no está en atacar las opciones de los demás, sino en intentar comprobar la verdad y el valor de la opción que se tome. Dar razón de ella a los demás es importante; pero solo si —superando vicios inveterados— no se hace a la contra, sino con espíritu fraterno, en el diálogo de las razones y buscando la colaboración. La ponerología hace ver que, incluso teniendo en cuenta las diferencias cosmovisiones y de “fe”, existe ante todo ese espacio previo y común, donde todos nos sentimos unidos frente al mismo problema fraternalmente humano.

La crisis del coronavirus se convierte así en lección, dura
pero saludable, que nos lo está recordando. Y ayuda
comprobar que representa una auténtica “epifanía”, pues
está haciendo surgir por todas partes iniciativas generosas,
demostrando que la única actitud verdaderamente humana
consiste en unir las fuerzas y las esperanzas frente el
sufrimiento y la angustia de todos. Afrontar el mal es el lote
inesquivable de seres finitos con libertad finita.


Una mirada amable al mal desde la Bondad de Dios

La explicación está, sin duda, en la riqueza y complejidad de la realidad humana, que en sus razonamientos no funciona con un único registro. El de la lógica abstracta es ciertamente muy importante. Pero tan sólo en su campo, aunque esta obviedad está hoy oscurecida por el predominio abusivo de la lógica científica o cientifista. A su lado, en la vida real, está también y con no menor importancia la lógica de la confianza. Y en su propio registro, no es menos rigurosa en los procesos ni menos segura en las conclusiones. En aquellos casos en que puede brillar plenamente, llega incluso a la evidencia: personalmente no estoy menos seguro del amor de mi madre, que del teorema de Pitágoras.Una respuesta que ante el desafío del mal que  se apoye en la confianza. Un ejemplo sencillo puede concretarlo algo más: si entrando en una casa, vemos una madre velando a la cabecera donde su niñito enfermo llora con el dolor, sacamos espontáneamente una doble conclusión: “estamos seguros” de que la aparente pasividad de la madre no cuestiona su amor; más aún, “sabemos” que ella está haciendo todo el posible para evitar aquel sufrimiento.


Se comprende que salte inmediatamente la objeción: la madre no puede, pero Dios sí. La reacción es comprensible, y el mismo dilema de Epicuro demuestra que siempre estuvo presente. La diferencia actual radica en que antes de la modernidad el registro de la confianza funcionaba con fuerza suficiente, capaz de envolver con la lógica concreta de la vida la dureza de la posible objeción en la teoría. Como dijo Blondel, los humanos somos muchas veces capaces de hacer en la práctica lo que teóricamente no sabemos ni comprendemos de manera expresa. Aún sin estar clarificado teóricamente su influjo, la eficacia de la confianza predominaba sobre el influjo de la lógica abstracta.
 El equilibrio antiguo ha quedado subvertido, tanto porque los creyentes forman también parte de la cultura actual, muy secularizada, como sobre todo por la crítica generalizada contra la religión. La confianza no puede ahora eludir las legítimas exigencias del nivel lógico. Si el dilema no se rompe de manera expresa y rigurosa, la sola confianza no es suficiente para superar su desafío. De hecho, eso es lo que sucede, y las consecuencias se están demostrando graves.

La confianza en Dios pertenece a la esencia de la fe cristiana y continúa siendo el gran fundamento de su validez. Pero, precisamente para seguir afirmándola y asegurar su coherencia, exige ser actualizada, completando la confianza con una respuesta lógica que responda al desafío de la crítica moderna
Vamos a seguie con esta reflexión pero cambiando de resgistro:  su conexión con el modo de orar, nada más eficaz que analizar como la confusión afecta incluso al recurso más hondo y entrañable de que dispone el cristianismo: la pasión y muerte de Jesús. Así, por ejemplo, James Martin en un artículo reciente y muy leído (New York Times, 20 marzo: Where Is God in a Pandemic?), empieza reconociendo que “no sabemos”, que “no podemos comprender a Dios”, para concluir: “Pero si el misterio del sufrimiento es incontestable (unanswerable), ¿a dónde puede acudir el creyente en tiempos como este? Para el cristiano y tal vez incluso para otros la respuesta es Jesús”.
No es sencillo, porque responde desde el registro de la confianza a una objeción que se mueve en el registro de la lógica abstracta. Argüir que el mal no es un argumento contra la fe, porque Jesús dio su vida por nosotros para salvarnos y que por tanto Dios mismo se identificó con el sufrimiento humano, no responde a la objeción actual. Incluso se expone a una descalificación que puede llegar al cinismo, porque de nada vale que alguien haga un gran sacrificio para librar de un mal que antes podía haber evitado. En el siglo XIX español, una sátira hablaba del capitalista que fundó un hospital para remediar a los pobres…, pero primero había hecho a los pobres.
Estamos intentando  asegurar y reafirmar su derecho pleno a reconocer dos registros que consiguen dos objetivos:
1) demostrar que el dilema no afecta a esa vía y ni siquiera la toca, porque no ataca la razón precisa en que ella se apoya: la confianza en el amor de Dios;
2) que, además, la objeción es inválida en su propio registro lógico, porque ella misma queda prisionera del prejuicio premoderno de la posibilidad de un mundo-sin-mal (resulta, en efecto, anacrónico negar la existencia de Dios, porque no quiere o no es capaz de crear el “círculo-cuadrado” de un “mundo-sin-mal”).

Dos consecuencias

La primera se refiere a preservar la integridad de la imagen misma de Dios. La incapacidad de dar una respuesta válida al falso dilema ha hecho que muchos teólogos lleguen a negar la omnipotencia divina, convirtiendo casi en moda, también entre los predicadores, hablar de la “impotencia” de Dios y de que Él mismo estaría sometido al sufrimiento. Esa postura implica sensibilidad religiosa, en cuanto proclama que Dios no es ni puede ser insensible al sufrimiento humano, y también honestidad lógica, en la medida en que se siga admitiendo la posibilidad de un mundo-sin-mal. Pero incurre en el absurdo teológico de, por un lado, pensar en un dios impotente y por tanto, en definitiva, incapaz de crearnos y de salvarnos; y por otro, de eternizar y absolutizar el sufrimiento que quedaría eternamente sin remedio posible (Rahner advirtió con razón que de nada nos serviría un dios que estuviera enfangado en nuestra misma miseria).
No podemos renunciar a afirmar con plena lógica la omnipotencia divina, sino que hace brillar mejor la gloria de su amor infinito de Padre(Madre). Creando por amor, sabía (volvamos al antropomorfismo) que sus creaturas estarían expuestas a la mordedura del mal inevitable. Pero las creó porque en su sabiduría infinita sabe que, a pesar del mal, la existencia valía la pena; en su amor incondicional está dispuesto a volcarse en ayudar (la Biblia bien leída no dice otra cosa); y en su omnipotencia resucitadora es capaz de liberarnos definitiva y plenamente del mal en la comunión última, cuando, libres de las condiciones físicas de la finitud, Él “será todo en todos”. Entonces resulta posible ese misterio real, pues gracias a Jesús creemos que, más allá de la muerte, Dios acoge nuestra “infinitud en hueco y aspiración”, amparándola ya para siempre jamás en el océano infinito de su amor.
"De nada vale que alguien haga un gran sacrificio para librar de un mal que antes podía haber evitado".
Dado que el mal conmueve las raíces mismas de la existencia, cuando la crisis aprieta la confianza puede convertirse en la verdadera tabla de salvación. Entonces ella es más poderosa que la “lógica de Papel”, como le llamaba Newman. Personalmente si por una hipótesis absurda tuviera que jugarme la vida escogiendo entre el teorema de Pitágoras y el amor de mi madre o de mi padre, no dudaría un segundo en acogerme a la confianza en su amor. Por algo el recurso a la Cruz ha sido siempre el último refugio en las situaciones más desesperadas. Y puede seguir siéndolo con más razón, si de verdad la confianza se puede vivir en su significación auténtica.
De aquí  el hondísimo sentido de acudir a la Cruz, para reafirmar su auténtica capacidad de consuelo y esperanza realista. Existe hoy una muy extendida tendencia teológica a situar el centro de la revelación cristiana en el misterio de la Pasión y la Resurrección del Señor, como si de él dependiese toda la mediación salvadora de Jesús. Pero, aun sin la mínima intención de restarla su importancia capital, puede desviarse su sentido poniendo en peligro la ejemplaridad realmente humana de la Cruz.
¿Qué pasaría si Jesús de Nazaret, después de pasar la vida anunciando y viviendo el Evangelio, hubiese fallecido de muerte natural en su cama? ¿No existiría su revelación y en él no habría acontecido la culminación da la historia salvadora? ¿No podríamos seguir creyendo que verlo a él es ver al Padre? Más aún, ¿la insistencia en el carácter extra-ordinario y físicamente milagroso de lo que sucedió, no impide comprender el carácter real y verdaderamente humano de su durísimo choque con el sufrimiento y el mal? Finalmente si la crucifixión fuera algo “mandado por Dios” (en el sentido  de que  “pudiendo haberlo evitado”), seguiríamos encerrados en el absurdo de contraponer la irrelevancia de un anacronismo con la realidad de un mar salvador   siempre presente .

También aquí todo cambia viendo a Jesús enfrentado, igual que nosotros, al problema del mal en el doble rostro de horrible sufrimiento físico y de incomprensible injusticia humana contra aquel que “pasó haciendo el bien”. Porque entonces comprendemos todavía mejor lo que ya aparecía al meditar la oración del Huerto. Su tradición religiosa, impregnada por la idea del intervencionismo divino, seguramente no le permitía superar la objeción en el registro de la lógica abstracta. Pero, a pesar de eso, él logró mantener tan a fondo su convicción del amor de Dios y la decisión inquebrantable en su fidelidad, que logró vivir aquella pavorosa crisis apoyado en el registro de la confianza.
Los evangelios, también en este caso con “oraciones teológicas”, lograron interpretar y expresar simbólicamente la que he osado llamar “la última lección” que Jesús descubrió en el camino de su experiencia reveladora. A pesar de la limitación cultural, los evangelistas sinópticos —más realistas y menos timoratos que la teología corriente— reconocen la crisis en el grito final que Marcos y Mateo ponen en la boca de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”; pero también, la superación, en la expresión más sublime de una oración hecha con una esperanza contra toda esperanza: “Padre, en tus manos pongo mi vida”.
Por eso me he atrevido también a escribir que la crucifixión fue una horrible mala suerte para Jesús, pero una fortuna impagable para nosotros. Porque, gracias a que él fue capaz de vivir desde la confianza esa situación extrema en la que todo parecía hablar de abandono por parte de Dios, nosotros podemos estar ya seguros de que no existe situación humana que pueda indicar abandono por parte de Dios y que, por tanto, pueda cuestionar la posibilidad de la confianza total, definitiva y sin fallo posible. 
Al revés de los teólogos que incomprensiblemente todavía hoy continúan hablando de abandono real por parte del Padre, Pablo de Tarso supo comprender mejor. Él, que sabía también de crisis e injusticias, de latigazos y peligros de muerte, lo comprendió y lo expresó en uno de los pasajes más hondos de toda la Biblia. Vale la pena reproducirlo en este tiempo de angustia, de sufrimiento y de interrogantes:

 “Porque estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el porvenir, ni las  potestades, ni la altura ni el abismo, ni cualquier otra criatura nos podrán alejar del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor” ( Rm 8,37-39).
Escribió también:
 "Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios."
I Corintios, 1,18
"Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, 23.nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; 24.mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios."
I Corintios, 1 22-25

Leia mais em: https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/i-corintios/


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