Puedes tener un momento de escucha cada día de la cuaresma , un reto para vivir este tiempo de gracia.
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miércoles, marzo 05, 2025
Vivir la cuaresma
miércoles, febrero 26, 2025
MENSAJE DE CUARESMA
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2025
Caminemos
juntos en la esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la
peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La
Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos
a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de
Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La
muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu
aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado
es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la
gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado
(cf. Jn 10,28; 17,3) [1].
En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo
ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en
la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia
de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.
Antes que nada, caminar. El lema del
Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel
hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino
desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su
pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin
pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y
de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge
aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos
peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por
esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con
miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos
de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen
ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o
peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para
ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para
el viandante.
En segundo lugar, hagamos este viaje juntos.
La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales [2].
Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros
solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir
hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos [3].
Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad
común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar
codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia
o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en
la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con
amor y paciencia.
En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra
vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades
parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar,
de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad,
ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos
capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al
servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos
concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están
lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la
marginamos [4].
Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.
En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la
esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5),
mensaje central del Jubileo [5],
sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual.
Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi,
«el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le
hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni
futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos
del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)» [6].
Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado [7],
y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto
radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.
Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la
esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna.
Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados,
o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la
ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a
leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la
justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que
nadie quede atrás?
Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos
protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La
esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme [8].
En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4)
y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se
expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el
día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu
deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones
del alma a Dios, 15, 3) [9].
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros
y nos acompañe en el camino cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los
santos Pablo Miki y compañeros, mártires.
FRANCISCO
___________________
[1] Cf. Carta
enc. Dilexit nos (24 octubre 2024), 220.
[2] Cf. Homilía
en la Santa Misa por la canonización de los beatos Juan Bautista Scalabrini y
Artémides Zatti (9 octubre
2022).
[5] Cf. Bula Spes non confundit, 1.
[6] Carta
enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), 26.
[7] Cf. Secuencia del Domingo de Pascua.
[8] Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 1820.
martes, febrero 25, 2025
campaña compartir 2025
JUNTOS SEMBRAMOS ESPERANZAS - COSECHAMOS SALUD MENTAL
Este año la Iglesia quiere que la compaña compartir 2025 la vivamos en Sinodalidad, caminando juntos con todas las instituciones que se dedican a mejorar la salud de los venezolanos.
sábado, febrero 15, 2025
Un momento
Hemos experimentado que las cosas no siempre suceden como esperamos y cargamos con la sensación que no tenemos el control de lo que nos afecta o nos interesa.
En algún momento hemos sentido que las cosas no van como tu esperas y por momentos pareciera que tu voluntad no es suficiente para mantenerte en los las metas que nos hemos propuesto .
Entonces puedes preguntarte ¿Qué sucede?, que debo hacer para lograr mis metas.
Aún en nuestra actuación personal, innumerables veces, somos testigos de que lo que intentamos realizar y el estilo de vida que queremos llevar se queda en buenas intenciones y continuamentes tenemos que aceptar que fallamos, no cumplimos nuestros compromiso y volvemos a pecar sintiendo la sensación de nuestra debilidad y fascinación por lo que rechazamos conscientemente.
Todo esto puede producir desaliento y frustración y seguimos preguntándonos : ¿Por qu{e no somos capaces de mantener nuestros propósitos?
Te digo algo, sobre todo para cuando experimentas un desanimo y la sensación de uq estas intentando algo imposible.
A veces invocamos a Dios pidiendo auxilio y a veces pedios ayuda a quien nos pueda echar una mano y tratar de vivir acorde a nuestros valores y nuestro ideales.
Una cosa es fundamental más haya de los esfuerzos que debamos hacer para ser fieles a nuestros proyectos de vida, tenemos que aceptarnos y decirnos que somos nosotros mismos más allá de nuestros fracasos y debilidades, pero sin renunciar a nuestro caminar y trabajar por ser lo que debemos ser.
Para los creyentes una cosa es cierta , Dios , nuestro creador y Padre la fuerza que nos anima a ser lo mejor de nosotros nunca nos rechaza ni se cansa de nuestros fallos, siempre sale a nuestro encuentro y quiere celebrar con nosotros nuestra alegría de ser lo que el espera de nosotros,
sábado, febrero 08, 2025
Hermanos enfermos
«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)
y nos hace fuertes en la tribulación
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.
Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).
Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.
1. El encuentro. Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos.
La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987).
2. Y esto nos conduce al segundo punto de reflexión: el don. Ciertamente, nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene del Señor, y que por eso es, ante todo, un don que hemos de acoger y cultivar, permaneciendo “fieles a la fidelidad de Dios”, según la hermosa expresión de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, Prefacio).
Por lo demás, sólo en la resurrección de Cristo nuestros destinos encuentran su lugar en el horizonte infinito de la eternidad. Sólo de su Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios» (Rm 8,38-39). Y de esta “gran esperanza” deriva cualquier otro rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No sólo eso, sino que el Resucitado también camina con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos permite reconocerlo presente en la fracción del Pan, vislumbrando en ese estar con nosotros, aun en los límites del presente, ese “más allá” que al acercarse nos devuelve valentía y confianza.
3. Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas.
Y es importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la oscuridad de la prueba, no sólo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero de la vida, en el amor y la proximidad (cf. Lc 10,25-37).
Queridos enfermos, queridos hermanos y hermanas que asisten a los que sufren, en este Jubileo ustedes tienen más que nunca un rol especial. Su caminar juntos, en efecto, es un signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (cf. ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita.
Toda la Iglesia les está agradecida. También yo lo estoy y rezo por ustedes encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos y hermanas se han dirigido a ella en las dificultades:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Los bendigo, junto con sus familias y demás seres queridos, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 14 de enero de 2025 Francisco
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